n conjunto, el mejor es el de la izquierda. Sí, ambos, o los tres, en verdad son excepcionales y de izquierda. En ese sentido debemos sentir un particular orgullo de que, en un medio tan raquítico políticamente, México cuente para las fundamentales elecciones del año próximo con candidaturas de tal calidad, y con una tendencia y sensibilidad evidentemente progresista. Probados ya, además, sobradamente en tareas de gobierno y de dirección política y administrativa. En tal sentido, en el del valor de sus candidatos principales, parece que México llega al primer año electoral del nuevo sexenio con toda la fuerza que otorgan a la sociedad candidatos de tal magnitud y clase.
Me refiero naturalmente a Andrés Manuel López Obrador, candidato de las izquierdas a la Presidencia de la República, y a Porfirio Muñoz Ledo, muy probable candidato también de las izquierdas a la gubernatura del Distrito Federal. Sin excluir a Marcelo Ebrard, que competirá también como posible candidato a la Presidencia de la República y quien también sobradamente ha mostrado su calidad y virtudes como gobernador, sin desmerecer su nombre al lado de los otros mencionados.
En un mundo de raquitismo político generalizado, con excepciones contadas sobre todo en América Latina, el que podamos mencionar a tres nombres de gran calidad para eventualmente ocupar el próximo año los puestos de elección popular de mayor importancia en el país, debiera satisfacer nuestro ego político como mexicanos. Sí, el país tiene gravísimos defectos en todos los órdenes y el menor no es en la política; sin embargo, en el plano de la personalidad de los políticos que se presentarán para varios de los principales remplazos electorales del próximo año, México puede estar seguro de que los tres nombres mencionados desempeñarían sus funciones con alto rigor y sentido del futuro.
Dicho de otro modo, en el lenguaje del folclore político mexicano podemos sostener que, en materia electoral el año próximo, por lo que hace al menos a algunos de los principales puestos que toca relevar, la caballada no está flaca, sino en cierto modo rebosante
.
Hemos tenido además, como contrapunto a los de la derecha más recalcitrante que han ocupado el Ejecutivo federal (Vicente Fox y Felipe Calderón), en el Distrito Federal, a una izquierda gobernante (Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard) que se ha distinguido por su compostura política y por su vocación social y popular. Se trata ya de gobernantes formados y probados que garantizan la calidad de sus servicios y rectitud en su manejo. Votar por ellos es elemental entre una ciudadanía que desea reivindicar y renovar a la política democrática, por la que históricamente ha luchado y que representa su punto de referencia básico en materia de batallas sociales.
En México tenemos, pues, la oportunidad al alcance de la mano, si de verdad deseamos una reivindicación nacional y una vuelta a los momentos altos de nuestra historia, dejando atrás el oportunismo más cínico y desterrando la corrupción más abierta que se ha instalado en México y que es seguramente una de las causas más negras e insolentes que envenenan la historia actual de la nación.
Durante buen tiempo se ha discutido la necesidad de la unidad de la izquierda, sobre todo tratándose de las candidaturas de Andrés Manuel López Obrador y de Marcelo Ebrard, y las izquierdas han descansado al conocer el acuerdo entre ambos para resolver a través de acuerdos que los comprometen (encuestas de dos empresas cuyos resultados deberá definir al candidato mejor posicionado
), y que serán atendidos, cumplidos, puntualmente por los dos candidatos presidenciales. Por supuesto, todavía hay quien duda por principio sobre la posibilidad de que un acuerdo así se cumpla estrictamente por los contendientes. A medida que transcurre el tiempo, sin embargo, la confianza se fortalece, al ver que las dos candidaturas mantienen la ecuanimidad y reiteran una y otra vez su decisión de atenerse a los acuerdos pactados.
Claro que la decisión de mantener la unidad no únicamente depende de los líderes de cada corriente, sino del conjunto de la izquierdas en términos sociales, aunque es evidente que la calidad política y moral de los liderazgos es fundamental como orientación y muestra. Orientación que deberá ser consolidada por el trabajo político de uno y otro lado, por esas masas
que al final de cuentas son determinantes, o al menos de gran importancia para marcar las tendencias dominantes.
Me parece que el conjunto de estos procesos, en todo caso, será altamente educativo para la ciudadanía en general. Educativo el proceso en el sentido de hacer avanzar y madurar la sensibilidad democrática de la ciudadanía en México, y algo no menos importante: educar también para el avance y madurez de la izquierda en México, que hasta hoy, en su mayoría, se ha mostrado tremendamente fluctuante y aprovechada en lo inmediato, para no decir oportunista. Ojalá que de este periodo políticamente difícil en México surjan posiciones y corrientes que apunten hacia una madurez plena y cabal autenticidad de las izquierdas en México.
La verdad es que la tradicional desconfianza hacia los acuerdos entre políticos tiende ahora a convertirse en su contrario: confianza en el procedimiento elegido y certeza de que el mismo será plenamente cumplido entre las partes. No falta razón en la consideración anterior.