Opinión
Ver día anteriorJueves 3 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Una flauta mágica
E

l gran Peter Brook es bien conocido en México por teatristas y público culto, ya sea por sus libros, ya por las veces que montajes suyos han llegado a estas tierras –el último, creo, fue El Gran Inquisidor basado en un pasaje de Los hermanos Karamazov de Dostoievski– o por las emisiones que el Canal 22 hizo de su magna versión del Mahabharata en 1987. Ahora nos llegó del Festival Internacional Cervantino Una flauta mágica, anteponiendo el artículo una en lugar de la para hacer ver que se trata de una de las posibles versiones de la ópera mozartiana, lo que le permite grandes licencias de acuerdo con la postura de gran austeridad que mantiene el Thèátre des Bouffes du Nord y con lo que el viejo sabio ha ido recopilando en sus travesías por Asia y África. Su libretista Marie Helène Estienne adaptó el libreto, recortando momentos y personajes, del original de Schikaneder y el músico Franck Krawczyk adaptó la música de Mozart reduciendo la orquestación a un piano que él mismo toca en el escenario. Se conserva en algo la parte mística de la masonería con el desencuentro entre el luminoso mundo de Sarastro y las manipulaciones de la Reina de la Noche o las oraciones a Isis y Osiris, así como los ritos de iniciación, pero sin el énfasis del original.

La escenografía está compuesta por cañas de bambú –un trocito de una de ellas se convierte en la flauta– sujetas a un pie redondo e iluminadas por Philippe Vialate, que según su colocación pueden ser árboles, jaula o paredes del templo, manejadas por esos enigmáticos personajes que se leen como las sombras del teatro oriental, pero van más allá como guías o como magos. Brook aprovecha que La flauta mágica es, según dicen los que saben, una singspiel, es decir, una ópera con partes habladas, para proponer en lo hablado en francés –en contraste con el alemán de las arias– momentos de una comicidad más bien rústica sobre todo en lo que se refiere a Papageno, del que desarrolla sus dos vertientes principales, la gula y la necesidad de mujer a extremos de gran bufonería, que hace pensar en la Commedia dell’Arte. En esto es apoyado por el guía principal y por el músico –que interviene más allá de su desempeño como pianista– como en la escena del plátano y de Papageno lanzándose sobre una joven espectadora. El director desnuda la parte animal del personaje, que es medio pájaro, en su calculado jugueteo con la ópera.

Habría que reflexionar que si la ópera, cualquier ópera, se escenifica con cantantes de diversas nacionalidades, tiene semejanza con el Thèátre des Bouffes du Nord que acoge actores, bailarines y saltimbanquis de diferentes razas y orígenes, por lo que el color de la piel no es relevante: parece ser que para Brook lo que cuenta es la actoralidad sin importar que actriz o actor sean blancos, asiáticos o negros, lo que es extremadamene sano. Es más, en su versión libre de La flauta mágica, el papel, del negro Monotastatos es un papel encomendado a un blanco; hay que entender que en la época de Mozart un negro era un ser desagradable y maligno, pero en la actualidad ese racismo no tiene razón de ser, por lo menos entre la gente pensante. Ya Peter Brook había hecho un Hamlet de Shakespeare con William Nadylam.

A propósito de este actor, que en la ópera mozartiana se vuelve a unir con el director y funge como el guía principal, se debe aclarar que es muy conocido en cine (entre otras películas, actuó con Isabelle Huppert en Una mujer en África) y televisión, por lo que aceptar ese pequeño papel, que desempeña con intención y gracia, es una muestra de esa humuildad artística que Peter Brook puede insuflar en sus actores aunque no pertenezcan ya a su compañía y que es la base, la fe en un proyecto, de lo que puede ser un buen grupo de búsquedas escénicas. Lo mismo podría decirse de Abdou Ouologuem, el actor que pertenece al Thèatre des Bouffes du Nord y al que conocimos en México con la obra Siswe Banz ha muerto de Athol Fugard dirigida también por este maestro que a sus 86 años no deja de innovar y nos entrega Una flauta mágica tan divertida y vital como se supone que fue el propio Mozart aun en las postrimerías de su corta vida.