El baterista revivió la sicodelia y beatlemanía, por una noche
Jueves 3 de noviembre de 2011, p. 8
Los aires de la beatlemanía surgida a mediados de los años 60 llegaron al Distrito Federal la noche del pasado martes, en el concierto del siempre muchacho Ringo Starr, quien con su All Starr Band dejó un mensaje de amor y paz transmitido en la sicodelia, en la estética de un signo poisitivo que se revalida ante la guerra, en cualquiera de sus formas.
El público llegó a tiempo, algunos con los amigos, otros en familia. Los gritos de ¡Ringo, Ringo!
se oían desde diferentes puntos del Auditorio Nacional. Muchos esperaron años, hasta ese día, para ver algo esencial de sus ídolos, aquellos que los acompañaron en sus días de juventud, en una esquina de una cuadra, con la palomilla, tratando de sacar en la guitarra Bosque noruego.
Cada quien llegó con sus recuerdos ligados a la vida, a esa ola mundial llamada beatlemanía, impulsada por la potente melodía de Quiero estrechar tu mano.
Ringo arribó al escenario dando pequeños saltos, con espíritu jovial, lo cual hace dudar en si de verdad tiene 71 años.
It Don’t Come Easy hizo fácil la conexión con el pasado, con ese muchacho que le da a la bataca desde su infancia.
En el centro del escenario, como escenografía, refulgía una gran estrella azul y en las pantallas se apreciaban detalles de Ringo, cuyo nombre real es Richard Henry Parkin Starkey Jr. Gracias, gracias. Amor y paz para todo el mundo. Es genial estar de nuevo en la ciudad México. Ha pasado mucho tiempo
, dijo, lo cual era seguido de aplausos y gritos que él agradecía dándose golpecitos a la altura del corazón.
Miles de globos eran agitados por los asistentes.
No obstante toda su fama, entre los reporteros asignados a cubrir el concierto se oían preguntas que denotaban que apenas y conocían a quién tenían enfrente.
Ringo siguió con Honey Don’t y Chosse Love. Me llamo Ringo y esta es la All Starr Band. Todos son grandes artistas por derecho propio.
Ellos eran Wally Palmer, Rick Derringer, Edgar Winter, Gary Wright, Richard Page, Mark Rivera y Gregg Bissonette.
Si con sus compañeros en The Beatles tuvo que aguantar el ego, en esta ocasión no fue la excepción y no se comió todo el pastel. Dejó que cada uno de sus compañeros brillara a lo largo del concierto.
Brillantes, sí, como fue el caso de Edgar Winter, quien tocó Frankenstein, pero todos querían oír a Ringo, al muchacho de los anillos (de ahí lo de Ringo) el ex beatle, el baterista. Preguntó: ¿Se la están pasando bien? Nada mejor que sonreír y tocar música. Son una gran auditorio
.
La locura con Quiero ser tu hombre, que Lennon y McCartney dieron en su momento primero a Rolling Stones para que la grabaran. En esta ocasión no desmereció para nada con el piano de Edgar Winter. Siguió la locura colectiva con Yellow Submarine, el tema que compuso Paul McCartney cuando le vino la inspiración en un sueño. Se lo dio para que lo cantara a Ringo. En ese momento quienes aún permanecían sentados en el foro de Reforma se levantaron y la tocada alcanzó uno de sus clímax.
Boys, un parón en los días de gloria: juventud más talento más dinero más un futuro de colores.
Photograph, una placa musical, quizá la más esperada de la noche. Fue uno de los acabóses. El Auditorio Nacional se hizo una sola voz. De vuelta a The Beatles con Actúa natural, para cimbrar con Con una pequeña ayuda de mis amigos. En la mente, los amigos eran Paul, John y George.
Era el final aparente, hasta que en una especie de encore Ringo y su banda regresaron para entonar un regalo-deseo fuera de la lista de canciones que conformó el concierto.
Sin discursos que aludierean a la situación de violencia que vive México, el ex beatle cantó Give Peace a Chance, de John Lennon, que dado el momento se sobredimensiona: Todo lo que pedimos es que le des una oportunidad a la paz.
Se fue Ringo con la señal de la paz en todo lo alto. En el fondo del escenario, las puntas de la estrella se fusionaron con tres signos de la paz hippies, sicodélicos, de los días del beat y de The Beatles.