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Granados Chapa y el periodismo científico
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a última vez que me reuní con Granados Chapa fue en abril de 2009, en los estudios de Radio UNAM, en la colonia Del Valle. Eran los días más críticos de la epidemia de influenza. Miguel Ángel me había invitado para hablar con él ante los micrófonos de esa emisora sobre las características del virus A/H1N1 y de la enfermedad producida por este agente. En el estudio, uno de los grandes maestros del periodismo mexicano vestía elegantemente. Un traje gris impecable, corbata y un cubreboca. Todo su equipo, entre quienes se encontraban grandes periodistas como Guadalupe Irízar y Guadalupe Bringas, su inseparable asistente –quien tiene además una gran calidad humana–, así como los ayudantes y técnicos, portaban cubreboca; todos menos yo, que era el médico y periodista científico a quien esperaban para la entrevista. Aunque noté su sorpresa, no tocaron el tema, y a mí no me pareció oportuno en ese momento explicar la relativa eficacia de esas mascarillas ante lo que poco después se declararía como pandemia.

Conocí a Miguel Ángel Granados Chapa varias décadas atrás. Estoy convencido de que recordar esos encuentros, como lo han hecho ya varios colegas a partir de su lamentable pérdida, es una forma de mantenerlo vivo. Hay en mi caso una razón adicional, pues él desempeñó un papel de gran importancia en el desarrollo del periodismo científico en la prensa escrita de nuestro país, lo que constituye una faceta poco conocida de su labor profesional.

Ofrezco disculpas por referirme en esta ocasión también a mi persona, algo que no acostumbro hacer, pero resulta inevitable en este caso por tratarse de mi experiencia directa con él. Nuestro primer contacto ocurrió hace casi 40 años, en una visita que realizamos un grupo de estudiantes y obreros a su oficina en el periódico Excélsior, en Bucareli, para plantearle algún problema de tipo sindical, con la esperanza de que lo incluyera en su prestigiada columna. Los jóvenes de mi generación, en los inicios de los años 70 del siglo pasado, caracterizados por las turbulencias políticas, sentíamos gran admiración por el periodista. En ese entonces yo ni siquiera sospechaba que años más tarde dedicaría parte de mi vida a esta actividad, lo que me llevaría a nuevos y fructíferos encuentros con Miguel Ángel.

Nos volvimos a ver años más tarde en el periódico unomásuno. Desde 1981, combinaba mis actividades académicas con la escritura de artículos sobre temas científicos que se publicaban en algunos semanarios y periódicos más bien marginales o efímeros. Sin recomendación alguna, llegué a la redacción de ese diario, en la cerrada Correggio, sólo armado con unas cuartillas cuidadosamente mecanografiadas. Después del golpe a Excélsior fraguado por el gobierno de Luis Echeverría, el unomásuno, dirigido por Manuel Becerra Acosta, era el lugar en el que todos los jóvenes periodistas querían publicar sus textos. La sección cultural, que era el único sitio en ese entonces en el que los temas de ciencia podían tener cabida, estaba a cargo de Humberto Musacchio, periodista a quien siempre he admirado. Víctor Roura, con quien después me unió gran amistad, estaba temporalmente a cargo de esa sección; me recibió con gran cortesía, leyó el texto que llevaba y me dio las gracias, sin decirme si sería publicado o no.

Mi artículo fue publicado. Una semana después fui llamado a la oficina del subdirector editorial, Miguel Ángel Granados Chapa. Descubrí algo que no imaginaba. Me expresó su interés por los temas científicos y su papel en el futuro del periodismo, algo que era poco común en esos años en la prensa escrita. Me pidió que colaborara semanalmente y que entregara mis textos directamente en su oficina. Independientemente de que se tratara de mi persona, su actitud traducía gran interés por esta rama del periodismo moderno. Un año más tarde y después de varios encuentros ocasionales, me volvió a llamar, esa vez para decirme que él y un grupo de colaboradores habían decidido dejar el unomásuno y, aunque no había ninguna certeza, la idea era crear un nuevo diario. Respetuosamente, me dijo que yo podía decidir entre quedarme o emprender la nueva aventura. No lo dudé ni un instante.

Así fue como, gracias a la invitación de Granados Chapa, me convertí en socio fundador de La Jornada, cuyo primer director fue Carlos Payán Velver, y los subdirectores Carmen Lira Saade (nuestra actual directora), Héctor Aguilar Camín, José Carreño Carlón y el propio Miguel Ángel Granados Chapa. Desde su primer número se incluyeron artículos sobre ciencia, lo que ya anticipaba el importante papel de este diario en el periodismo científico de nuestro país. Debo aclarar que yo no era el único que abordaba estos tópicos en esta transición, pero no puedo hablar sobre la experiencia de otros muy destacados articulistas de aquella época.

Uno de los problemas más serios para la difusión científica consistía en que los textos se publicaban por tradición en la sección cultural, lo que hacía competir los materiales de ciencia con los de diversos campos de la cultura y las artes. Gracias al genio de Carlos Payán, se decidió crear entonces una sección específica para la ciencia, la cual, si no me equivoco, constituye la primera experiencia de este tipo en el diarismo en México, al menos desde el último tercio del siglo XX, y afortunadamente se extendió luego a otros periódicos, aunque con otras características. En la actualidad, gracias a la visión de Carmen Lira, La Jornada es el único periódico que cuenta con una sección diaria dedicada específicamente a las ciencias. En esta evolución del periodismo científico en nuestro país, me parece ineludible destacar el papel desempeñado por Miguel Ángel Granados Chapa.