incuenta mil calaveras de azúcar amarga, centenares de juguetes infantiles huérfanos y miles de prendas femeninas desgarradas, para el altar de estos días en los aposentos privados de Felipe Calderón.
Miles de rostros muertos para una hipotética ofrenda en la casa del presunto narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.
Miles de flores deshojadas de cempasúchil para el tributo a los difuntos en la residencia de lujo de Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública.
Platos y platos de calabaza sin tacha en la mesa de los muertos dispuesta en la morada de Heriberto Lazcano Lazcano, El Lazca, presunto cabecilla de Los Zetas.
Unas mancuernillas con forma de ojos humanos para Emilio Azcárraga Jean, principal beneficiario de series televisivas que promueven la guerra.
Innumerables calabazas con la veladora apagada para el jardín de Halloween de Barack Obama, premio Nobel de la Paz en ratos de ocio e impulsor de la guerra en horario laboral.
Un plato con sal por cada muerto en el altar de altamar del almirante Mariano Francisco Saynez Mendoza, secretario de Marina.
Unas cañas en forma de esquele- to para la mesa del gobernador de Veracruz, Javier Duarte, difamador de muertos inocentes.
Doscientos pavos putrefactos para la mesa del día de Acción de Gracias en casa de Eric Holder, fiscal general de Estados Unidos y responsable de las acciones de las oficinas para el control de Alcohol, Tabaco y Armas de Fue- go (ATF) y de combate a las drogas (DEA).
Velas de calibre reservado para el uso del Ejército en la ofrenda montada por el general Guillermo Galván Galván, secretario de la Defensa Nacional.
Huchepas crudas en el altar de muertos de Servando Gómez Martínez, La Tuta, supuesto líder de Los Caballeros Templarios.
Jeringas usadas para la fiesta de Enrique Peña Nieto, promotor de la pena de muerte para los adictos.
Panes de muerto duros para el altar de Jorge Eduardo Costilla Sánchez, alias El Coss, presunto cabecilla del cártel del Golfo.
Huesos de cartón para las camas de los empleados públicos corruptos.
Milagritos de plomo en forma de extremidades humanas, superiores e inferiores, izquierdas y derechas, para adornar la sala de estar de Hillary Clinton, secretaria de Estado en Washington.
Un vaso de cerveza agria a cada comerciante de armas de Arizona, Texas, Nuevo México y California.
Cien kilos de tuétano en la nevera de los accionistas de la industria de armas de Estados Unidos.
Unas monedas sacadas de las fosas oculares de los muertos para los banqueros y financieros que lavan las ganancias de la extorsión, el secuestro y el tráfico de drogas.
Y para ustedes, difuntos de todas las edades y de todas las clases, géneros y regiones, inocentes y culpables y presuntos culpables, uniformados y civiles, perseguidos y perseguidores –ya inofensivos todos–, altos y bajos, flacos y gordos, morenos y claros, flores de la muerte apacible o espinas de la muerte violenta, criaturas de la enfermedad, la vejez, la desnutrición, la desesperanza, el odio o el descuido: mucho afecto, mucha paz y toda la memoria.
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