n el año 1939, el cineasta John Ford realizó una película que con el tiempo se convertiría en un clásico del cine: La diligencia (The Stagecoach). La esencia del guión consiste en una viaje a través del territorio ocupado ancestralmente por los apaches. En la diligencia viajan anglos de la más heterogénea composición social: una señora de finos modales, un jugador de cartas, un médico, un comerciante, un banquero, una prostituta y un aventurero. La composición de los viajeros es un microcosmos de la sociedad estadunidense de mediados del siglo XIX.
La conducta y expresiones de cada uno de ellos son reflejo de la vida y estereotipos en los albores de la conquista y colonización del oeste por la naciente Unión Americana. Uno de los momentos culminantes se desarrolla cuando, cumpliendo órdenes superiores, la escolta del ejército que acompaña a la diligencia debe tomar otro rumbo. Es entonces cuando el banquero, ya de por sí molesto por las incomodidades del viaje, explota y protesta airadamente diciendo que el gobierno debería sacar las narices de los negocios, cobrar menos impuestos a quienes producen la riqueza y proteger a los ciudadanos estadunidenses de los peligros que los acechan en esas tierras inhóspitas.
La película, vale repetir, fue filmada en 1939, amén de que el guión establece una situacion que ocurría a mediados del siglo anterior.
Un siglo después el discurso no ha cambiado. Para solaz de los banqueros, la mayoría de los cuales forman el grupo de uno por ciento que detenta 40 por ciento de la riqueza en Estados Unidos hoy, igual que en el pasado, hay quienes siguen pensando y actuando de la misma manera. La diferencia es que la voracidad de aquellos estaba limitada en comparación con los recursos tecnológicos que ahora existen. Ah, y aquellos eran los dueños de los bancos; por tanto, como resultado de una mala operación arriesgaban su dinero, no el de otros. Actualmente, como ya se advirtió, cuando quiebran las instituciones financieras, quienes pagan son los causantes. El colmo es que quienes están al frente de ellas continuan recibiendo generosas compensaciones por sus servicios
y protestando porque se insinua que paguen más impuestos.
Para remediar esos excesos la administración del presidente Obama propuso una reforma financiera a la que los representantes del Partido Republicano se opusieron en sus partes esenciales. Con razón, el economista Robert Reich escribió la semana pasada que los miembros y buena parte de los republicanos no son conservadores, sino regresionistas y su mira es volver a la condición prevaleciente a principios del siglo pasado, cuando no existía el seguro social, ni el de desempleo, ni derechos de los trabajadores y las minorías.
Y todavía hay quienes se preguntan el porqué las protestas en Wall Street están siendo emuladas en todo el país. Por fin la prensa empieza a dar cuenta de ellas; lo inexplicable es que buena parte de los legisladores con asiento en Washington los siguen ignorando.