Tensa calma
os habitantes de Kirguistán –la única ex república soviética de Asia central en la que el Parlamento no es un dócil apéndice del Poder Ejecutivo y, además, existe un sistema de partidos políticos que no están al servicio de un solo líder, por lo común el cacique que acapara el poder– deben elegir presidente este domingo, que devendrá gobernante de un país que se encuentra dividido en dos por los violentos enfrentamientos entre los kirguises del norte y los uzbekos del sur.
Con ello, se busca dar legitimidad en las urnas al mandatario de Kirguistán, cuya presidenta interina, Rosa Otunbayeva, tomó posesión del cargo después de que, en abril del año pasado, una revuelta popular depuso al anterior presidente, Kurmanbek Bakiyev, quien huyó en avión al vecino Kazajstán.
Pero ninguno de los 16 candidatos registrados –la comisión central electoral rechazó a los otros 63 aspirantes que solicitaron la inscripción– podría sacar 50 por ciento más un voto para vencer en la primera vuelta.
Parece casi inevitable, si las elecciones son limpias y el aspirante oficialista no recurre a la alquimia y otros recursos para proclamarse ganador desde el domingo, que haya una segunda vuelta con los dos candidatos más votados.
Todo indica que, de haber segunda ronda electoral, un contendiente seguro será el oficialista Almazbek Atambayev, quien representa los intereses del norte de Kirguistán y hace poco renunció al cargo de primer ministro para dedicar todo su tiempo a la campaña.
El otro candidato con más posibilidades de pasar saldrá de los dirigentes políticos del sur de ese país asiático, Kamchibek Tashiyev, quien tiene numerosos seguidores en esa región, o Adajan Madumarov, el más vinculado con el clan de los Bakiyev, con serios problemas desde que dejó de recibir financiamiento.
En estos días de tensa calma que se viven en Kirguistán, Tashiyev ya advirtió públicamente que, si Atambayev hace trampa durante el proceso electoral y no hay segunda vuelta, la gente saldrá a la calle para exigir justicia y encarcelar a los autores del eventual fraude.
Por eso las autoridades kirguisas, hoy por hoy, tienen el gran desafío de conseguir que las elecciones presidenciales no deriven en disturbios y, mucho menos, en los sangrientos enfrentamientos interétnicos que han dejado ya en el pasado demasiados muertos y desplazados.
El reto es enorme porque, si se produce un nuevo estallido de la violencia, Kirguistán quedaría al borde del colapso y sus actuales gobernantes, para no ser expulsados del poder político, tendrían que decretar el estado de excepción y prolongar el interinato de la mandataria Rosa Otumbayeva.