os temas surgidos esta semana subrayan nuevamente la importancia que pueden y deben jugar las redes de activistas ciudadanos. Por un lado Cuauhtémoc Cárdenas al recibir merecidamente la medalla Belisario Domínguez hace un repaso de la situación actual del país y remata con una doble pregunta: “¿Por qué, más allá de proseguir con los procesos internos… no se abre un diálogo para identificar coincidencias respecto a lo que debe hacerse hacia delante? ¿Por qué no pensar que propuestas… puedan alcanzar el respaldo de mayoría ciudadanas y por qué no pensar que pueda establecerse un compromiso común de partidos y candidatos presidenciales?”
Estas preguntas las retomaré en mi próximo artículo al reflexionar sobre cómo podrían la gran cantidad de redes ciudadanas contribuir al fortalecimiento de la democracia mexicana. Para ello quisiera primero extraer algunas lecciones de las movilizaciones de indignados.
Decía en un artículo a principios de año (19/2/2011) sobre las primeras movilizaciones en Túnez y Egipto que existía un contexto que hace posible una proliferación de movilizaciones en el mundo a la manera en que la ola de rebeldía juvenil se expandió hace 43 años en 1968, desde la Polonia comunista, la Francia republicana y el México autoritario. Señalaba cuatro factores claves en esta expansión de los indignados. El desempleo juvenil. La insultante desigualdad entre un puñado de muy ricos y amplias masas en condiciones graves de pobreza. La revolución de las telecomunicaciones. La mediocridad y corrupción de las clases políticas.
Los regímenes políticos son muy distintos entre las dictaduras árabes y las democracias europeas, o con los acampados de Wall Street, los brasileños que luchan contra la corrupción o los estudiantes chilenos. Pero los rasgos señalados hacían previsible que por contagio creciera como marea la protesta popular. El manifiesto de Stephane Hessel (2009), un ex combatiente de la resistencia francesa frente al nazismo, llamando a los jóvenes a indignarse causó enorme efecto en Europa y más allá justo porque resumía el estado de ánimo y una propuesta central que ha recorrido todas las movilizaciones del 2011: indignación no violenta.
Cada movilización ha tenido su propio Hessel. Un individuo que convoca basado en sus resistencias pasadas, su propia indignación y su estatura ética. Como lo resumió Regis Debray en el Nouvel Observateur (24/02-3/3/2011): Fervor poético, intransigencia moral y moderación política: bella ecuación que impacta y detona.
Ante las movilizaciones populares el poder del Estado responde siempre de la misma manera. Primero viene la fase de negación total
, se trata de pequeñas algaradas. Luego, las ridículas acusaciones de que quienes protestan son usados y manipulados por quienes odian a nuestro país
. En tercer lugar, el nuevo juego
de hacer algo para mantenerse en el poder. Los mismos que han violado cuanta ley existe argumentan aspectos legales para hacer más difíciles y complicadas las transformaciones que se derivan de la movilización. Y, después vienen los actos de magia: asumen retóricamente las demandas que ayer se oponían.
El gran dilema de toda movilización está entre mantener la tensión creativa y solidaria de los movilizados y la construcción, mediante la deliberación con los poderes, de arreglos institucionales que rompan las injustas inercias. ¿Cómo avanzar en la negociación sin reducir la presión social hasta llegar a un punto de inflexión en términos de desmantelamiento del resorte central del autoritarismo? ¿Cómo construir desde la movilización las instituciones, es decir, las reglas del juego que garanticen el tránsito o el fortalecimiento democrático?
A esos dilemas se suma en nuestro país una pregunta frecuentemente enunciada: ¿Por qué no se han generalizado aquí esas movilizaciones?
A la memoria de Salvador Aguilar, escritor y novelista guerrerense.
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