ay películas que polarizan a la crítica como si se tratara de una guerra santa. El árbol de la vida, quinto largometraje de Terrence Malick, dividió a la concurrencia desde su estreno mundial en el pasado festival de Cannes. Al final de la función hubo una pausa silenciosa, seguida por silbidos y abucheos que fueron contestados con demostrativos aplausos.
Así pues, la película ha sido tomada por algunos colegas como una plataforma para sentirse superiores. (¿No te reíste del chiste? Es que no le entendiste.
). Pocos resisten la tentación de presumir de mayor sensibilidad, intelecto o espiritualidad, sobre todo ante una obra tan hinchada de pretensiones como lo es El árbol de la vida.
Antes de que me tachen de palurdo, debo aclarar que tengo a Malick por un director sobresaliente que, hasta ahora, había encontrado un delicado equilibrio entre su apego a una narrativa convencional y su mirada impresionista. La delgada línea roja, por ejemplo, es una singular cinta bélica que describe la guerra como un proceso natural e inevitable dentro del orden cósmico. De simples notaciones como la destrucción de la naturaleza en el combate, Malick desprendía reflexiones filosóficas y espirituales. Sin embargo, sus ambiciones se han elevado en El árbol de la vida hasta llegar a alturas que han mareado al autor.
En esencia, trata de la evocación de la infancia de un adulto insatisfecho, Jack O’Brien (Sean Penn), que recuerda una vida bucólica en Waco, Texas, equilibrada entre al autoritarismo de un padre militar (Brad Pitt) y el carácter etéreo de una madre juguetona (Jessica Chastain). Hay tragedia en la familia cuando muere uno de los tres hijos, cosa que lleva a la madre a cuestionar los designios de Dios. En tiempo presente, vemos a Jack, el hermano mayor, deambulando con cara triste entre el paisaje urbano de Dallas. Sin dar aviso, hay un corte temático y, tras un flashback de millones de años, se muestra el proceso de creación de la Tierra, con todo y un episodio de la vida diaria de los dinosaurios. La siguiente parte –la más duradera– es más legible pero menos fascinante. En esencia, presenciamos la estricta educación que el padre imparte a sus hijos, provocando en ellos el deseo de rebelarse.
El árbol de la vida ha invitado comparaciones con 2001: odisea del espacio tal vez por la aparición de planetas en el espacio y la colaboración de Douglas Trumbull en los efectos especiales. Porque de otra manera se están comparando naranjas (que no mecánicas) con manzanas (que no prohibidas). La obra señera de Kubrick es una meditación sobre la evolución de la conciencia humana y la forma como ha sido influida por una inteligencia superior (que no deidad). Para Malick una espiritualidad religiosa ha permeado a los seres vivos desde la Creación. Por ello, un dinosaurio depredador es susceptible de sentir piedad por una presa potencial y perdonarle la vida. Aleluya.
Así también, el uso que hizo Kubrick de cierta música clásica en 1968 era, en ese entonces, una llamativa innovación. En cambio, recurrir ahora a una selección de Bach, Brahms, Mahler, Mozart, entre muchos otros compositores, es caer en el efecto fácil del sampleo sacro para conseguir una emoción.
La diferencia más importante es que en 2001, Kubrick ofrecía una imaginería nunca vista. El viaje espacial era un auténtico viaje, aún sin el auxilio de sustancias controladas. El árbol de la vida evoca, en sus momentos más grandilocuentes, a un espectáculo de IMAX; mientras en ciertos lirismos –el Más Allá como una playa poblada de los seres queridos– coquetea con lo banal.
Descrita como una obra sinfónica, la película no hace una transición dialéctica entre sus diferenciadas partes. No hay una coherencia emocional que nos conmueva, ni tampoco un sentido del delirio que nos intrigue. Aunque no sea necesario citar a un testigo de cargo, no deja de ser elocuente la decepción de Sean Penn, actor sensible e inteligente, ante el resultado. En declaraciones al diario francés Le Figaro afirmó: Nunca encontré en pantalla la emoción del guión, el más magnífico que he leído. Una narrativa más clara y convencional hubiera ayudado a la película, sin disminuir su belleza o impacto. Francamente, todavía estoy tratando de entender qué hago ahí y qué se supone iba yo a aportar en ese contexto
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El árbol de la vida (The Tree of Life) D y G: Terrence Malick/ F. en C: Emmanuel Lubezki/ M: Alexandre Desplat; compositores varios/ Ed: Hank Corwin, Jay Rabinowitz, Daniel Rezende, Billy Weber, Mark Yoshikawa/ Con: Brad Pitt, Sean Penn, Jessica Chastain, Hunter McCracken, Laramie Eppler/ P: Cottonwood Pictures, Plan B Entertainment, River Road Entertainmente. EU, 2011.
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