a crisis ha puesto de relieve que los principios económicos con los que se condujo al mundo en los años pasados resultaron esencialmente equivocados. Persisten, sin embargo, nociones ideológicas que señalan que para conocer la solidez de una economía sólo hace falta ocuparse de la evolución de la inflación, la balanza de pagos, las finanzas públicas y el sistema financiero. Si estas variables presentan comportamientos cercanos a los previstos, entonces los fundamentos económicos
son sólidos. Esto es justamente lo que ha declarado por enésima vez el gobernador del Banco de México.
En verdad, los fundamentos económicos se refieren no sólo, y mucho menos exclusivamente, a variables monetarias y financieras, sino, y sobre todo, a variables que tienen que ver directamente con la situación de las familias y las empresas productivas. Empleo, producción y salarios son decisivos para conocer la situación de quienes hacen funcionar cualquier economía. Por esto, los fundamentos económicos
tienen que incorporar la medida en que la fuerza de trabajo disponible en una sociedad está empleada, así como la remuneración que perciben por el uso de esa fuerza de trabajo.
Es cierto que el entorno económico está cada vez más complicado y que nos está afectando y lo seguirá haciendo en los próximos meses. Es cierto también que si en Europa no logran construir un acuerdo lo suficientemente amplio, que les permita enfrentar con medidas adecuadas y suficientes, la crisis de deuda soberana se profundizará impactando negativamente la economía global. Estados Unidos, por su parte, también enfrenta condiciones críticas que pueden llevarle a un mayor deterioro de su capacidad de crecimiento. Lo grave es que esta nueva fase de la crisis ya no podrá ser atacada con medidas fiscales, lo que hace que, en efecto, el riesgo de catástrofe es considerable.
Pero es más cierto aún que la economía mexicana tiene un mercado de trabajo en el que más de la mitad de la población económicamente activa está ocupada en actividades informales que carecen de prestaciones elementales, como seguridad social y jubilaciones. También es cierto que en el propio sector formal de la economía ha habido, y lo sigue habiendo, un proceso de precarización del trabajo, que atenta contra las condiciones en las que funcionan millones de asalariados. Además, los registros de los empleados en el IMSS y el ISSSTE se hacen con niveles salariales menores a los que efectivamente se reciben, con el fin de abaratar el costo salarial, lo que perjudica las condiciones en las que esos empleados se jubilarán.
A esto, que no hay duda que es una situación catastrófica para los trabajadores mexicanos, debe agregarse que las condiciones salariales no permiten que se cumpla con lo que expresamente mandata nuestra Carta Magna. De modo que para los trabajadores mexicanos, la economía mexicana independientemente de las dificultades externas, hace tiempo que está sumida en una verdadera catástrofe, explicada porque carecemos de fundamentos económicos sólidos. La preocupación gubernamental y de los autónomos del Banco de México se concentra en la evolución de la inflación, el tipo de cambio, las finanzas, dejando de lado los problemas del empleo, la producción y los salarios.
El desastre nacional es evidente para todos. Tiene que corregirse con medidas que generen nuevas condiciones de funcionamiento económico. Tiene que haber fundamentos económicos sólidos: en primer lugar, empleo adecuado y bien remunerado para todos; por tanto, segundo, crecimiento económico alto, sostenido y sustentable, y sólo después, inflación, balanza de pagos, finanzas públicas y sustentabilidad financiera. La experiencia brasilera muestra que es posible crecer y redistribuir el ingreso al mismo tiempo, promoviendo el sector externo y fortaleciendo simultáneamente el mercado interno; ajustar fiscalmente el presupuesto y controlar la inflación expandiendo el crédito de los bancos del gobierno. De modo que es posible actuar contra la catástrofe interna, sin dejar de ocuparse de la externa.