odo parece indicar que el 3 y 4 de noviembre, días en que los líderes del G-20 se congregarán en Cannes, resultarán agitados, quizá turbulentos, en más de un sentido. Las vísperas, estas últimas semanas, ya han sido jalonadas entre la aguda volatilidad de los mercados financieros y cambiarios y los amargos intercambios y ausencia de acuerdo entre funcionarios y líderes de las economías avanzadas en el proceso de convenir las medidas de política que podrían formalizarse en Cannes. Como relevo en la presidencia del G-20, México tiene sobre la mesa apuestas más altas que muchos de los demás miembros. En realidad, nadie entre ellos puede contemplar con tranquilidad y complacencia la perspectiva de la cumbre y de lo que viene después. Como en Pittsburg en 2009, lo que está en juego es la trayectoria de la economía y las finanzas mundiales.
En la antigua capital del acero se tuvo el acierto de marcar un rumbo hacia la reactivación económica, la creación de empleos y el cambio de vías para un sistema financiero caído en el abismo por su delirio de especulación desaforada. Allí se asumió el compromiso de volver la página sobre [esa] era de irresponsabilidad y adoptar una serie de políticas, regulaciones y reformas que permitan enfrentar las exigencias de la economía global del siglo XXI
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Fue lamentable que la promesa de Pittsburg se olvidara pronto. Sin esperar a que se restablecieran los niveles de actividad y empleo previos a la crisis, las instituciones financieras privadas, así como las agencias calificadoras de crédito, reclamaron sus fueros: provocaron la interrupción del incipiente crecimiento, ahondaron el desempleo e intentaron desvirtuar los modestos avances de la regulación. Se formó una alianza non sancta para privilegiar los equilibrios financieros y volver a sacrificar la economía real y la ocupación.
En la meca de los festivales de cine habrá otra oportunidad de corregir el rumbo. Se trata de retomar el compromiso con la generación de empleos, remuneradores y suficientes, en especial para jóvenes, mediante la restauración de la dinámica de crecimiento. Ha habido coincidencia en que se requiere recuperar la orientación y contenido anticíclicos de las políticas de gasto, estimular el consumo familiar y la inversión de las empresas, restaurar los circuitos de crédito a la actividad productiva y poner coto a la especulación. Mucho más, desde luego, que proponer que la política económica se equipare con los preceptos más simples de la economía doméstica.
Pocas reuniones económicas multilaterales han conocido vísperas tan poco auspiciosas como la cumbre del G-20 en Cannes. Las relaciones políticas entre varios de sus principales integrantes se han tensionado de manera muy severa. Piénsese en los airados intercambios trasatlánticos de recriminaciones mutuas, ejemplificados por el debate entre el secretario estadunidense del Tesoro y varios de sus colegas de la eurozona. Recuérdese la impaciencia manifestada por Obama ante los dilatados procesos de toma de decisiones en Bruselas y Francfort.
Las reuniones preparatorias de las vísperas agudizaron estas asperezas. La de ministros y gobernadores del G-20, el 14 y 15 de octubre, concluyó con un comunicado que cubre las grietas con papel tapiz. Abrió un compás de espera a fin de que la eurozona adoptase un conjunto creíble de medidas para, al mismo tiempo, recapitalizar los bancos expuestos a eventuales suspensiones de pagos, canalizar recursos a los gobiernos con riesgo mayor de caer en la insolvencia y potenciar la facilidad de estabilización financiera para prevenir los contagios (fomentados activamente por los mercados, dedicados como están a esparcir los gérmenes, CDS, CDO e instrumentos similares). Las reuniones de ministros y líderes se suceden con frecuencia febril y surgió el temor –expresado por Cameron– que, al tratar de salvar al euro, los 17 de la Eurozona afecten intereses de los 10 miembros de la Unión que no se han sumado a la moneda común, añadiendo, por si hiciera falta otro motivo de discordia. Sarkozy declaró estar harto de las lecciones y consejos dispensados por el primer ministro británico. Al llegar la fecha de la cumbre europea, varias veces diferida, no hay certeza de que pueda lograrse un acuerdo sustantivo.
Se ha planteado de nuevo la tensión institucional. El tema de la legitimidad y representatividad del G-20 no quedó resuelto con los cinco invitados a Cannes. Llevarlos a la mesa en las condiciones planteadas puede exacerbar las dudas sobre a quién representa y de qué legitimidad dispone el grupo para comprometer a la comunidad internacional. En Pittsburg en 2009, el G-20 se autoproclamó foro primario para la cooperación económica internacional
. En septiembre pasado en Washington, el Comité Internacional Financiero y Monetario –suerte de steering committee del FMI y del Banco Mundial– se proclamó, a su vez, foro clave para la cooperación económica y financiera global
. En realidad, no parece el momento de iniciar una guerrilla institucional entre el IMFC y el G-20.
La pugna entre los partidarios de dar nuevo impulso a las medidas anticíclicas y los devotos de la estabilidad y los equilibrios a toda costa no es de resolución simple, pues afecta posiciones cuasirreligiosas de estos últimos. Véase, en Estados Unidos, la visceralidad con que plantean su oposición a las modestas propuestas de Obama en favor del empleo.
La agenda de la cumbre puede descarrilarse. Se requiere un esfuerzo sostenido para centrarla en las medidas de reactivación económica y creación de empleos, dando a las acciones de consolidación fiscal el lugar subordinado que les corresponde en una coyuntura que apunta al estancamiento y la desocupación prolongados. Si de Cannes surge, aunque es improbable, una agenda positiva y renovada, corresponderá a México, como sucesor en la presidencia del G-20, asegurar las acciones de seguimiento que impidan que la promesa de Cannes se olvide tan pronto como la de Pittsburg.
La alternativa es difícil de imaginar, sobre todo para México. Presidir el G-20 en momentos de asedio institucional, disenso y acrimonia políticos; de perspectivas económicas deterioradas y aguda inestabilidad financiera, bursátil y cambiaria, no es tarea que pueda asumirse con expectativa. Menos en la tensa circunstancia política y económica nacional en que el gobierno reclamó para México una responsabilidad que puede rebasar las muy limitadas habilidades de que ha dado muestras a lo largo del sexenio que fenece.