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El mestizo contemporáneo
Federico Navarrete Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí La figura emblemática del mestizo mexicano es un engendro biológico y cultural, un anfibio que se mueve entre las aguas turbias de la ideología y la historia y el aire límpido de la taxonomía y la genética; ha sido capaz de sobrevivir el contexto social y temporal que lo vio nacer y, como el dinosaurio de Monterroso, nos acompaña todavía en medio de nuestros sueños y despertares multiculturales. Si bien la historia patria nos quiere convencer de que los mestizos mexicanos somos los hijos bastardos de la Malinche y de Hernán Cortés, el mestizaje moderno comenzó más de tres siglos después. Fue resultado del proceso de desarrollo capitalista de la segunda mitad del siglo XIX que provocó profundas reorganizaciones económicas, ecológicas y geográficas entre las mayorías indígenas del país, rompiendo las bases de reproducción social de muchas de sus comunidades y forzando a sus miembros a buscar nuevas formas de ocupación, nuevos lugares de residencia y nuevas identidades colectivas. A su vez, el Estado mexicano había adoptado políticas de discriminación contra las lenguas y culturas indígenas y de imposición del español y la cultura occidental, que imprimieron a este proceso de modernización social un sesgo étnico muy específico, produciendo lo que Guillermo Bonfil llamó la “desindianización” de un sector muy amplio de la población nacional. Los padrinos del mestizo mexicano son los intelectuales que lo dieron a luz en sus libros. A fines del siglo XIX y principios del XX, científicos y pensadores cercanos al Estado, desde Justo Sierra hasta Andrés Molina Enríquez, Manuel Gamio y José Vasconcelos, construyeron la ideología del mestizaje, que se habría de convertir en la ideología nacionalista hegemónica de nuestro país. El mestizo mexicano fue, desde su concepción, un híbrido auténtico. Pero no porque uniera dos diferentes razas, como pretendían sus creadores y como hemos creído los mexicanos hasta el día de hoy, sino porque combinaba una plétora de elementos dispares y de ámbitos diferentes, de ideologías importadas y relatos vernáculos. Para empezar, amalgamaba, por medio de un truco mágico ideológico, lo biológico con lo cultural, lo esencial con lo histórico. Gestado a la luz de los despojos de tierras, de las rebeliones campesinas, producto de la integración política y económica de un espacio nacional dentro del marco del desarrollo del capitalismo global, el mestizo aparece a nuestros ojos obnubilados como hijo de una cópula primordial entre la madre indígena y el padre español, entre la tierra generosa del Anáhuac y los briosos invasores del Mediterráneo. De esta manera la biología y la raza nos han proporcionado el vocabulario para evitar hablar de los conflictos, las guerras, los despojos y el cambio social. La contradicción fundamental que albergaba nuestro Frankenstein era que en su cuerpo se reunía la sangre de dos razas, pero para sus progenitores era claro que la blanca era la superior, la más racional, la más evolucionada, mientras que la indígena estaba dotada apenas de virtudes tan vagas como la terquedad y el sentido estético. Por ello, el mestizaje no debía dejar al azar el resultado de la mezcla entre componentes tan dispares, sino debía conducir el único resultado deseable: el blanqueamiento de los indios, nunca la indigenización de los blancos. Se trataba de “mejorar la raza”, no de echarla a perder. Por ello, detrás de la fachada de homogeneidad de la raza mestiza se construyó una clasificación jerárquica en que los mestizos más blancos y más occidentales imperaban sobre los más morenos y más indígenas, que tuvo el efecto de racializar y esencializar las diferencias sociales y culturales que existían en la población nacional, de modo que el fenotipo se convirtió en un signo de modernidad y de posición de clase. Se generó, o más bien se modernizó y legitimó nuevamente, un racismo que permeó todos los aspectos de la vida social. Nuestro Frankenstein tenía también una vocación nacionalista matizada por aspiraciones universales. El mestizo era un producto para consumo nacional, pero también una mercancía de exportación, un ejemplo civilizatorio de generosidad y convivencia armónica que debía cundir en un mundo dividido por los conflictos y los antagonismos raciales.
Sin embargo, la generosidad racial de nuestro Frankenstein estaba acotada. Sus parteros intelectuales lo construyeron con fuertes piernas indígenas y elevados cerebros europeos; pero excluyeron cuidadosamente los cabellos rizados o los labios carnosos que pudieran venir de África y más aún los ojos rasgados o la piel amarilla que pudieran colarse de Asia. La supuesta tolerancia racial del mestizaje cobijó numerosos actos de persecución inicua contra los chinos, discriminación contra afromexicanos y xenofobia contra todo tipo de inmigrantes. A lo largo del siglo XX el mestizo fue cambiando de rostro. Cuando los excesos nazis hicieron inaceptables los discursos racialistas, el mestizaje devino cultural y pretendió olvidar su componente biológico; pero éste seguía ahí, en la tendencia a racializar las diferencias culturales, a hablar de los indios y de los mestizos como si fueran grupos humanos distintos e inconmensurables; se reproducía, más perversamente, en la práctica cotidiana del racismo social que se había alimentado de las contradicciones del Frankenstein. En la primera mitad del siglo XX, el Estado había encauzado el racismo hacia la construcción de la unidad nacional y la apoteosis del Frankenstein mestizo. Pero en las décadas recientes, esta institución ha sido privatizada, y ha encontrado en el ámbito privado un renovado brío y una creciente rentabilidad social. No es casual que los medios de comunicación se hayan convertido en su principal vehículo de reproducción, al excluir y menospreciar a las personas de piel más oscura, de rasgos más indígenas y de formas de comportamiento menos conformes con el ideal consumista del momento. En el siglo XXI, el mestizo ya es no más el emblema y el objetivo de la unificación nacional, sino que se ha convertido en la fachada que disimula nuestra polarización social y legitima el poder de nuestra nueva oligarquía, embozando la discriminación generalizada en los ámbitos sociales, educativo, económico y político. “¿Cómo va a haber racismo en México si todos somos mestizos?” exclaman los practicantes de nuestro racismo cotidiano. Al hacer invisibles, inferiores y racialmente diferentes a los grupos socialmente marginados, al confirmar y exhibir repetidamente la belleza y la superioridad de los grupos privilegiados, el nuevo racismo mexicano naturaliza las desigualdades económicas que pulverizan a la sociedad y justifica sus polarizaciones políticas y sociales. Frente al reto inédito que han planteado las demandas indígenas de justicia social, reconocimiento cultural y autonomía, nuestro engendro ha sido empleado como dique discursivo y espantapájaros. La supuesta unidad de la nación mestiza se ha convertido en la causa sublime a defender frente a los embates separatistas y disgregadores de los indios. Los enemigos de la autonomía, en una mezcla singularmente efectiva de ignorancia y mala fe, la han presentado como una amenaza directa al gran logro “civilizatorio” nacional: la integración de las razas en la unidad mestiza. Asimismo, la entelequia de la mayoría mestiza se ha contrapuesto a una igualmente ficticia minoría india, permitiendo acotar y encasillar las demandas sociales, culturales y políticas de los movimientos indígenas. El problema más urgente que enfrenta nuestro país en el ámbito identitario y de las relaciones interétnicas no es el de los indígenas, sino el de los mestizos. Mientras no deconstruyamos la figura del mestizo seremos incapaces de enfrentar el insidioso racismo que permea nuestra sociedad y no podremos reconocer plenamente la pluralidad étnica, cultural, religiosa, regional y social que caracteriza a nuestro país y que abarca a los falsos mestizos y a los indios imaginarios. UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas Racismo estadounidense: Juan Manuel Aurrecoechea Compilación I. Ellos son perezosos, sucios y feos, no puedo menos que compararlos con una manada de cerdos. (John Quincy Adams, hablando de los mexicanos en carta privada escrita a la edad de 12 años por quien sería el sexto presidente de los Estados Unidos, 1772) II. Nunca he tenido la menor duda de que los californianos encabezaban a la raza humana en cobardía, ignorancia y crueldad. En pocas palabras los californianos son imbéciles y pusilánimes. No se puede dejar en manos de esa clase de hombres ese hermoso territorio. Tienen que irse. (Texto escrito cuando la Alta y la Baja California eran entidades de México habitadas por mexicanos, por Thomas Jefferson Farnham, Viajes por las Californias y escenas del Océano Pacífico, 1844) III. No les veo nada de pintoresco, los mexicanos son simplemente sucios (…) Las mexicanas con una especie de mezcla entre monas e indias. De todo lo que he visto nada me ha impresionado tanto como la fealdad de estas mujeres. (Richard Harding Davis, carta privada escrita durante un viaje a San Antonio, Texas, 1892) IV. Si pudiéramos hacernos del territorio sin la población sería muy bueno. Pero las razas híbridas son adquisiciones indeseables, especialmente las de origen español e indio. Hacer del greaser un ciudadano es simplemente inadmisible. (The Old Spirit, 1892) V. El mexicano nativo es un gran cargador (…) un perro fiel que no se queja de las cargas pesadas (…) los mexicanos son los mejores sirvientes del mundo. (Frederick Starr, fines del Siglo XIX) VI. Desafortunadamente hay que admitir que México demuestra la verdad de esa ley que dice que la gente de sangres mezcladas tiende a heredar todos los vicios de sus ancestros y ninguna de sus virtudes. (George B. Winton, El México de hoy, 1913) VII. El contraste entre ambos comandantes era notorio. El teniente mexicano, en su afán de ganar unas pulgadas de estatura, se paró en la vía de acero. En vano. El americano lo sobrepasaba, como torre. El americano era, bueno, americano. Había poco de mexicano o de español en el otro. Era patente que primordialmente era un indio. Más indios todavía eran los soldados que lo seguían, harapientos y huarachudos. Chaparros, acuclillados, con ojos pacientes, aguantadores, así han sido los peones durante los largos siglos previos a Cortés, cuando aztecas y toltecas los esclavizaban para que llevaran sus cargas (…) Criaturas bajas y bovinas (…) estos soldados-peones son dignos descendientes de los millones de estúpidos que no pudieron resistir a unos cuantos pelagatos encabezados por Cortés y que, estúpidamente, cambiaron el yugo de los Moctezumas por el no menos rudo yugo de los españoles y de los mexicanos que siguieron a estos (…) No se pueden pacificar ellos mismos, que es lo que México necesita en realidad, porque son muy débiles, muy ineficaces, muy turbulentos y muy desordenados (…) Huerta es la flor misma de los indios mexicanos (…) Huerta ha cometido errores: 1) no haber matado a Zapata cuando tuvo la oportunidad y 2) no haber matado a Villa cuando lo tuvo de espaldas a una pared. (Jack London, México intervenido: Reportajes desde Veracruz y Tampico, 1914) VII. No sólo cultiva la tierra, trabaja las minas y asume las más duras labores, sino que actúa como un sirviente. Pese a todos sus defectos, tiene algunas maravillosas cualidades. Aunque no se distinga por su honestidad o su limpieza, hay un cierto encanto en esta clase de gente, y es que acepta de todo corazón su posición subordinada. Siempre atento, incapaz de tomarse libertades, siempre con su sombrero en la mano, el indio no tiene más que respeto que mostrar (…) Pese a su suciedad, su ropa hecha jirones, su raído sombrero y su asquerosa cobija, el indio mexicano es siempre un caballero si es tratado apropiadamente. Pese a sus faltas ha sido importante para el progreso de México. Ha sido esencial para la agricultura, aunque por su entorno tropical y sus características mentales no es muy apropiado para utilizar herramientas modernas y deja mucho que desear como granjero. No hace su trabajo con inteligencia. Hace cientos de años sus ancestros trabajaban la tierra con un palo de madera y él se contenta con usar el mismo implemento. Una sociedad que diera un moderno arado a cada indio no le haría ningún bien, ni le interesaría usarlo ni podría. El ideal de su vida es la haraganería. No quiere luchar, sus únicos deseos son contar con un piso de tierra y un muro de adobe en el que recostarse con sus puercos, sus tortillas y sus frijoles. No necesita más que una delgada lata para calentar agua o cocinar y un par de piedras para hacer sus tortillas (…) No es capaz de leer o escribir, es incapaz de pensar, su modo de vida es simple y primitivo.(W. E. Carson, México, la maravillosa tierra del sur, 1914) IX. La puerta se derrumbó como un puñado de cerillos. Saltamos hacia adentro y lo primero que vi fue la figura de un mexicano, moviendo los brazos y gritando cosas en español. Se veía muy peligroso. –Mátalo– me ordenó el teniente. Estaba yo parado tan cerca de él que casi no pude alzar el rifle. Aun así lo levanté y disparé. La bala le pegó en el mero corazón. (J. J. McLauglin, infante de marina que participó en la ocupación de Veracruz de abril de 1914). X. Las tareas que nos hemos impuesto y que tenemos por delante son inmensas. Está bien que nosotros digamos que nuestra lucha es sólo para eliminar a Huerta y que no sentimos enemistad alguna hacia el pueblo mexicano, pero ¿creerá esto el pueblo de México? ¿Lo creerán los llamados rebeldes? Indudablemente que no, porque no está en su naturaleza. Una raza que en su mayor parte está compuesta de mestizos, de indios y aventureros españoles no puede fácilmente creer que peleamos por demostrarle nuestro amor. Durante siglos ha sido víctima de la opresión, de la superstición, de la degradación de todas sus autoridades. Y si sospecha de nuestros propósitos, no debe culpársele por ello. Ahora bien, considerándonos sus enemigos, la nación se unirá para combatirnos. No nos hagamos ilusiones a este respecto. Aun aquellos que odian a Huerta se pondrán de su lado para pelear contra nosotros. Hoy o mañana, muy pronto nos encontraremos en guerra con México. Sabemos qué clase de guerra será ésta. Tenemos experiencias análogas. La lucha no ha de ser muy larga; no durará los cinco años que piensan algunos; pero probablemente dure tres. Acabaremos la conquista prontamente, y entonces haremos por México lo que hemos hecho por Cuba, por Puerto Rico y Filipinas: salvar al pueblo de sí mismo. (The Mining & Engineering World,abril de 1914) XI. La Convención de Aguascalientes se parece bastante, por lo visto, al congreso de monos que el señor Kipling describe en El libro de la selva. (Thomas Hohler, 1915) XII. (Con la anexión de México, los Estados Unidos tendrían) 15 millones de negros más para gobernar, menos capaces que los negros del sur para gobernarse a sí mismos. No puedo imaginar calamidad mayor para nuestro país. (W. Shepard. Informe al presidente Woodrow Wilson. 1915) XIII. El peón mexicano sabe muy bien que su destino es servir, así como lo saben los negros del sur. (National Geographic, julio de 1916) XIV. Me siento como cuando pesqué mi primer pez espada. (Declaración de quien llegaría a ser el famoso general George Patton, tras matar al villista Julio Cárdenas, durante la expedición punitiva que perseguía a Francisco Villa en 1916) XV. El hombre blanco es el mejor maestro del mundo. Él se encargará de encaminar a los mestizos y a los indios de México, seguramente y con agilidad, por el camino de lacivilización. (Wallace Thompson, La mente mexicana, 1922) XVI. Hay muy poca sangre blanca en el gabinete –es decir es muy delgada–. Calles es armenio e indio; León casi casi totalmente indio y torero aficionado; Sáenz, ministro de Relaciones Exteriores, es judío e indio; Morones tiene más sangre blanca, pero no por ello es mejor; Amaro, el secretario de Guerra, es un indio de pura sangre y es muy cruel. (James Rockwell Sheffield, embajador de los Estados Unidos en México, 1925) XVII. El cruce y entrecruce de mexicanos y españoles a través de siglos es lo que ha multiplicado una mezcla de gente con truenos en la sangre; estos son los llamados mestizos, que ahora componen más de la mitad de la población mexicana, y los que, desde su nacimiento no han sido más que fuente de inquietudes siniestras para el país. (Leone Blackmore de Moates, Truenos en sus venas. Recuerdos de México, 1932) XIX. Los mexicanos son escoria (…) hay que tratarlos como manadas de cerdos. (Sheriff de Kern County, California, 1933) XX. Es ilegal que un extranjero sin autorización, a sabiendas de que lo es, solicite trabajo en un lugar público o privado o que se desempeñe como empleado o contratista independiente en este estado. (Ley HB56, aprobada por el Congreso de Alabama el 9 de junio de 2011) Aclaración. Nosotros los norteamericanos en verdad consideramos inferiores a las razas que no sean la nuestra. Llamamos a los extranjerosbohunks, wops y chinks.Greaseres el apelativo común para un mexicano. Cuando pensamos en un mexicano frecuentemente nos lo imaginamos –en son de burla– achaparrado, un pequeño mestizo traicionero, de poco valor, apto para ser pateado en una cuadrilla de trabajadores (…) ¿Por qué odian a los gringos? Yo lo diré. Nos odian porque cuando llegan a nuestro país les pegamos, los hacemos morir de hambre y los asesinamos. En el suroeste cada año se matan a muchos mexicanos como a perros, porque el estadounidense de esta región los considera como animales. Nos odian porque todos los años se organizan partidas de caza del otro lado de la frontera, para hacer prácticas de tiro usando a los mexicanos como blanco. Y nos odian finalmente porque las compañías mineras y petroleras norteamericanas han establecido la esclavitud en México, tratándolos peor de lo que haría un explotador de su propia raza. (John Reed) Curador de la exposición La Revolución Mexicana en el espejo de la caricatura estadounidense, Museo Carrillo Gil, 2010 |