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La frase de Paul Valery tomada aquí como título sintetiza la mirada hacia los indígenas que aún predomina en muchos sectores de la sociedad, una mirada de desprecio hacia su modo de vida, de ser, su aspecto, su cultura. Sirva como un recorrido en el tiempo que ilustra la permanencia de tal forma de ver el mundo indígena en nuestro país.
César Carrillo Trueba “Son incapaces de aprender (...) Dios nunca ha creado una raza más llena de vicios (...) Los indios son más estúpidos que los asnos y rechazan cualquier tipo de progreso”. Tomás Ortiz, Frayle Dominicano, 1525. “En prudencia, ingenio y virtud (los indios) son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas, de los prodigiosamente intemperantes a los continentes y templados, y estoy por decir que de monos a hombres”. Ginés de Sepúlveda, ca. 1550. “Considerados en masa (los indios) presentan el espectáculo de la miseria. Confinados (...) en las tierras menos fértiles, indolentes por carácter y aún más por consecuencia de su situación política, viven sólo para librar el día (…) ¿cómo se podrá juzgar por estos miserables restos lo que era un pueblo poderoso (...)?”. Alexander Von Humboldt. Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España. 1811. “Una de las causas que impiden e impedirán los progresos de los indígenas en todas las líneas, es la tenacidad con que aprenden los objetos, y la absoluta imposibilidad de hacerlos variar de opinión; esta terquedad, que por una parte es el efecto de su falta de cultura, es por otra el origen de sus atrasos y la fuente inagotable de sus errores. En cuanto a sus fuerzas físicas, nadie puede dudar que son muy escasas, especialmente para los trabajos del campo, que es a lo que generalmente se hallan dedicados. La tarea diaria de un indio es muy inferior no sólo a la de un alemán, sino aun a la de las familias más débiles de la raza del Cáucaso; y la agricultura mexicana hará considerables progresos luego que acabe de salir de manos del americano y pase a las del europeo”. José María Luis Mora, México y sus revoluciones, 1836. “La inmigración de hombres activos e industriosos de otros países es, sin duda, una de las primeras exigencias de la República, porque del aumento de su población depende ya no únicamente el progresivo desarrollo de su riqueza y el consiguiente bienestar interior, sino también la conservación de su nacionalidad”. Benito Juárez, 1859.
“Los descendientes de los españoles están al alcance de todos los conocimientos del siglo, y de todos los descubrimientos científicos, el indio todo lo ignora”. Francisco Pimentel, Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena de México y medios de remediarlas, 1864. “¡Loor eterno a los valientes defensores de la raza blanca! Toda vez que la barbarie se levante contra la civilización, sus pasos serán vacilantes, sus días muy cortos y los rastros que estampe, aunque infinitamente doloroso por sus consecuencias, serán siempre un estímulo más para el denuedo de la raza blanca (…) Nuestra raza será invencible y la cuchilla del salvaje no servirá más que para emplearla en su propio cuello”. La Brújula, semanario de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, tras una rebelión tzotzil, 1869. “Como lo prueban los hechos y razonamientos que expongo en este trabajo, la humanidad, de acuerdo con una severa clasifi cación económica, debe dividirse en tres grandes razas: la raza del trigo, la raza del maíz y la raza del arroz. ¿Cuál de éstas es indiscutiblemente superior? (…) La historia nos enseña que la raza del trigo es la única verdaderamente progresista”. Francisco Bulnes, “Las tres razas humanas”, 1899. “El indio no tiene más que maíz en su estómago, alcohol en sus venas, y en su cerebro la superstición, ese quiste fúnebre de los imbéciles”. Francisco Bulnes, “Pensamientos”, ca. 1900. Yaquis y mayos permanecen “rehacios en su vida salvaje, ocupando una gran extensión de terreno en dos de los mejores ríos (...) sin organización alguna, sin obedecer ni autoridades ni leyes, (el envío de militares es) el único medio que se ha encontrado para que estos brazos se conviertan de inútiles y perjudiciales, en útiles y provechosos y de que entren á la civilización (y que) los indios más rehacios en la guerra (...) fueran transportados al interior del país (a trabajar en las plantaciones de henequén en Yucatán bajo condiciones de esclavitud)”. En Las Guerras contra las Tribus Yaqui y Mayo, Francisco P. Troncoso, 1905.
El sistema comunal mantiene “al indio en la vida vegetativa, sin que despierte el sentimiento de la individualidad (...) confundido con la tribu, perdido en ella, sin derechos personales ni intereses propios, bajo la presión de la comunidad, encerrado en la casta y puesto en oposición al hombre civilizado, que se le representa como su perseguidor y como perpetuo enemigo (...) Todo su concepto de derechos se refiere en su espíritu al pueblo de que forma parte, y como se siente inseparable de la comunidad, se obliga a no pensar sino con ella, a no creer sino con su fe, a no obrar sino en el movimiento de conjunto; es decir que vive en la renunciación de sus facultades (...) negado a la noción primera de libertad, que es la conciencia de sí mismo”. Emilio Rabasa, La evolución histórica de México, 1920. “Es indudable que la parte de la población mexicana que tiene sangre blanca más o menos mezclada, comprende y siente la técnica como el hombre ‘fáustico’. Pero no pasa lo mismo con el grupo indígena de la población. Los hombres que en México han pensado en el problema de civilizar a los indios han creído posible hacerlos adoptar la técnica moderna en el supuesto de que ésta es universal y puede ser utilizada por cualquier hombre que tenga uso de razón. No saben que no es bastante comprender la técnica para adoptarla, sino que es preciso, además, tener el mismo espíritu de los hombres que la crearon (…) Los indios mexicanos (…) están psicológicamente imposibilitados para asimilarse la técnica, porque, a causa de razones que no viene al caso examinar aquí, carecen de voluntad de poderío, no pertenecen a la raza del hombre rapaz. Un indio puede aprender a guiar un automóvil, a manejar una máquina para arar la tierra, pero no sentirá la emoción del hombre blanco ante la gran potencia de trabajo que esos instrumentos encierran. Entonces, como no hay ninguna necesidad interna que impulse al indio a buscar esa técnica superior, la abandonará para recaer en sus procedimientos primitivos, mientras una coacción externa no lo obligue a seguir dentro de la civilización”. Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México, 1938.
“El lenguaje de los pueblos primitivos, por lo común formado de un conjunto de sonidos inarticulados, acompañados de múltiples movimientos mímicos que no se concretan exclusivamente a los faciales, expresa fundamentalmente las funciones mentales afectivas (emociones, sentimientos, estados de ánimo, miedo, terror, angustia, placer, etcétera). Ahora bien, con el progreso de la civilización y durante su curso evolutivo, el lenguaje, de una manera gradualmente progresiva, va estructurándose hasta llegar a las formas complicadas de expresión del pensamiento filosófico y científico; esto es, acaba por adquirir la importancia de un medio de expresión de las funciones mentales más diferenciadas, como son las intelectuales. (El otomí es) torpe principalmente para la expresión de conceptos (sus hablantes deben emplear muchas palabras para expresar pocas ideas) vagas y mal elaboradas (…) no es exagerado decir que carecen de ideas abstractas”. Carlos Basauri, La población indígena de México, 1940. “Nos manifestamos en contra de las pretendidas reformas al artículo quinto, fracción segunda, que habla de que son obligaciones de los habitantes acrecentar el espíritu de solidaridad humana; evitar la discriminación y desprecio hacia los pueblos indígenas; fomentar en sus hijos el aprecio por nuestros orígenes, respeto y admiración por los indígenas (…) Nos parece impropio fomentar en nuestros hijos el respeto y la admiración por los indígenas”. Grupo de Auténticos coletos tras el levantamiento zapatista, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 1994. |