La comunidad wixárika en asedio permanente
FOTOS: César Carrillo Trueba |
Regina Lira
Las sociedades huicholas tienen características
muy diversas: las que
en las costas nayaritas viven del
turismo, las desplazadas, los ejidos
y las comunidades que viven el temor permanente
de perder sus tierras en manos de los
vecinos mestizos en las montañas nayaritas
y duranguenses y las de las serranías de Jalisco
designadas como las “más tradicionales”.
Dentro de sus comunidades, se distingue el
que se apega al costumbre, el que es político,
o el que empieza a ser medio teiwari (“vecino”
o mestizo). Desde fuera, el wixárika o
huichol es percibido de múltiples maneras:
el mara’akame, el artista, el músico, etcétera,
mas algunos de sus vecinos mestizos los
llaman “huicholitos”, calificándolos de ignorantes,
supersticiosos y aislados o reticentes
al “progreso”, al tiempo que se les teme por
aguerridos, orgullosos, y por atraer a visitantes
de regiones lejanas del mundo. Esta
vecindad es contradictoria: por un lado los
unen relaciones de compadrazgo, y por el
otro, el acceso a los recursos y las visiones de
“desarrollo” entran en conflicto.
En asedio permanente, la región no ha vivido
más de 40 años consecutivos de paz en
los últimos cuatro siglos; en 2008 las tensiones
entre vecinos se acentuaron por la oposición
que la comunidad de Santa Catarina
Cuexcomatitlán o Tuapurie manifestó por la
construcción de una carretera que cruza su
territorio. Para los mestizos, esta obra significaba
romper el abandono que la región norte
de Jalisco ha padecido respecto a Guadalajara.
Para los huicholes, la oposición se basaba
en un hecho fundamental: la carretera cruzaba
19 kilómetros de su territorio (sin contar
los derechos de vía que correspondían a 76.7
hectáreas), pero no fueron consultados y se
violó una larga lista de leyes.
El proyecto de construcción de la carretera
Bolaños-Huejuquilla el Alto fue retomado
por el gobernador Emilio González Márquez
en 2007 y promovido por los presidentes
municipales de Bolaños, Mezquitic y
Huejuquilla. La carretera, hasta entonces de
terracería, discurre en un eje sur-norte y atraviesa
porciones de dichos municipios y de las
comunidades huicholas de San Sebastián
Teponahuaxtlán o Wautia, y de Santa Catarina
Cuexcomatitlán o Tuapurie, en donde
los comuneros, por acuerdo en Asamblea,
fueron los primeros en manifestar su oposición,
organizando un plantón en el paraje
Ciénega de los Caballos en febrero de 2008.
El encabezado de un periódico regional da
muestra de la desvalorización de la pertinencia
de la posición indígena: “Por razonamientos
unilaterales de una comunidad,
wixárikas suspenden obra carretera” (Voz
del Norte, 16-28 de febrero 2008), aun cuando
la prensa de Guadalajara hizo públicas
las irregularidades en torno al proyecto: la
falta de permisos ambientales, la violación
a propiedad privada, la extracción de madera,
la destrucción de un monolito zoomorfo
llamado Hutsetsié (el Oso), la afectación de
la ruta de peregrinación antigua, y la falsificación
de un acta de Asamblea con más
de 400 firmas apócrifas, actos en los que
estaban involucrados funcionarios de la Secretaría
de Desarrollo Urbano (Sedeur), la
Comisión Nacional para el Desarrollo de los
Pueblos Indígenas (CDI) y las presidencias
municipales citadas.
Los medios de la región también ponían
en duda la capacidad de los huicholes de
cuestionar por sí mismos los proyectos que
les afectan. En una entrevista, el entonces
presidente municipal de Huejuquilla El Alto
dijo que los “líderes” de la oposición a la carretera
“(se) aprovechan, parece que no les
conviene que abran los ojos, entre más jodidos
permanezcan los siguen manipulando”
(Milenio, 18/11/2008). La asesoría legal de la
comunidad provino de Conservación Humana,
AC, sobre la violación a los derechos ambientales,
y de la Asociación Jalisciense de
Apoyo a los Grupos Indígenas, en la defensa
agraria y territorial. Ambas fueron objeto de
difamación en la presa local. Los huicholes
recurrieron a recursos judiciales: un amparo
agrario, una denuncia penal ante la Procuraduría
General de la República (PGR) por daños
ambientales contra cuatro funcionarios
de la Sedeur y una denuncia ante el gobierno
de Jalisco por daños y perjuicios.
Sitio donde quedó sepultado el lugar sagrado en que habitualmente se detenían los wixárika en su camino a Wirikuta. |
La indemnización por estos daños y perjuicios,
en especial por la extracción ilegal de
madera de la comunidad, no se ha realizado.
En una entrevista, el delegado regional de la
CDI Colima-Jalisco, Guadalupe Flores Flores,
dice al respecto: “Una indemnización, un
pago; creo que se pudiera indemnizar de otras
formas, se puede regresar a la comunidad otro
recurso extra mediante proyectos que ellos
soliciten, y no dinero en efectivo” (Milenio,
02/11/08). La incapacidad atribuida a las comunidades
indígenas de gestionar sus propios
recursos es otro de los argumentos recurrentes,
y que es fomentada por los programas de
gobierno, en especial por medio de los Fondos
Regionales ofrecidos por la CDI que son
de antemano considerados como fondos perdidos,
y que propician las relaciones de dependencia
y de control sobre las comunidades.
El entonces presidente municipal de Mezquitic
dijo: “yo no los entiendo, para todo tienen
pretextos, es muy difícil así trabajar con
ellos” (Público, 22/07/08). La torpeza con que
las autoridades del gobierno de Jalisco –que
conocen los mecanismos de organización social
y política de los huicholes pero persisten
en ignorarlos– manejó el asunto sólo sirvió
para fortalecer la discusión en el seno de la
comunidad sobre el modelo de desarrollo deseable
en respeto a sus prácticas y creencias.
Y el “NO a la carretera” derivó en la pregunta
“¿Qué es lo que sí queremos?” Ahora se discuten
alternativas como el eco-concreto, el
mantenimiento comunitario de caminos (tequio)
y cómo generar el menor impacto en los
bosques y suelos, ante la preocupación de los
cambios climatológicos que están sufriendo.
A tres años de estallar el conflicto, la porción
norte de la carretera ha quedado abandonada,
los pequeños tramos pavimentados carcomidos
por las lluvias, la parte que pasa por
Tuapurie sigue clausurada y obstruida por
montones de tierra, brechas abiertas y la destrucción
de los bosques (en áreas protegidas
y prioritarias para la conservación); y la porción
sur está casi terminada, especialmente
la cercana al centro de población minero de
Bolaños. Noticias recientes indican que el
amparo agrario se otorgó a favor de la comunidad
de Tuapurie, pero los delitos siguen sin
ser sancionados. Con dolor, los santacatarineños
defienden: “pero si a nosotros nadie
nos preguntó”.
Esta carretera es sólo un ejemplo de la multitud
de proyectos que se están realizando
en la sierra. Para algunos, los “mega-proyectos”
tienen la intención de “desarticular
y fragmentar a las comunidades indígenas
y rurales”. Para otros, son las obvias consecuencias
de las políticas económicas regidas
por las leyes del mercado, donde la ambición
humana no tiene límites. La “institucionalización
del racismo en México” justifica la
sistemática violación a las leyes internacionales
que protegen los derechos de los pueblos
indígenas y a las leyes ambientales que
debieran salvaguardar el patrimonio natural
de los mexicanos, y con ello, su futuro.
Historiadora. Prepara un doctorado en
antropología social en la Escuela de Altos
Estudios en Ciencias Sociales de París
[email protected]
ILUSTRACIÓN: Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos Mexicanos, A. García Cubas, 1885 |
El racismo en México
su origen y actualidad
César Carrillo Trueba
La humanidad es muy diversa, tanto
en sus rasgos físicos como sociales y
culturales. Las apreciaciones que se
puede tener de sociedades distintas
a la propia suelen estar impregnadas de lo
que se considera normal allí donde se vive.
El concepto de igualdad de los seres humanos
es relativamente reciente y surgió en un
contexto particular en Europa, rompiendo
con una sociedad donde los seres humanos
nacían diferentes, unos nobles y otros plebeyos.
La idea de discriminación como la conocemos
ahora aparece por tanto junto con
la de igualdad.
De las distintas formas de discriminación
que se han generado, el racismo se distingue
porque se basa en ciertas diferencias que
existen entre grupos humanos, las cuales son
empleadas para definirlos como raza. En su
acepción más amplia, el término raza designa
un grupo humano con un origen común
que comparte una serie de rasgos biológicos
hereditarios; sin embargo, al llevarla a la práctica
las dificultades siempre han sido insolubles,
pues se habla de raza negra pero luego
de la raza de los hotentotes. La humanidad
ha sido dividida en cinco razas y en cientos de
ellas y actualmente se dice que no existe ninguna.
Asimismo, definir las razas desde esta
perspectiva biológica, separándola de todo
lo social ha resultado una labor imposible,
pues sucede como si se tomara a un personaje
de una pintura de castas y se le despojara
de todos sus atributos sociales, hasta dejarlo
desnudo –que era la manera como se fotografiaba
a los indígenas en el siglo XIX–, pero
después, al describir su “naturaleza”, se hace
referencia a su forma de ser, de comer, de vestir,
a todos los elementos que conforman la
pintura. La ciencia es así, trata de borrar toda
huella de la influencia que sobre ella ejerce
la sociedad, se esfuerza por mostrarse neutra
e impoluta, pero nunca lo logra.
ILUSTRACIÓN: Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos Mexicanos,
A. García Cubas, 1885 |
La idea de raza es por tanto una construcción realizada bajo un contexto social e histórico
particular, por medio de la cual se buscaba
dar cuenta de la diversidad humana desde
la perspectiva de los europeos. En su conformación
influyó la visión del mundo que éstos
tenían entonces –y aún tienen– de los demás,
y la relación de dominación que establecieron
con ellos o que intentaron establecer. El racismo
no es exterior a la idea de raza, pues se
consolida en el contexto de expansión europea,
impulsando la dominación de los otros.
Se habla de racismo entonces cuando existe
una situación social y económica de desigualdad,
junto con una serie de representaciones
del grupo dominado, elaboradas a
lo largo del tiempo por quienes dominan y
estructuradas alrededor de la idea de raza,
las cuales son reforzadas y legitimadas al tornar
“naturales” las desigualdades en que se
basa. Es también una situación, como señala
Foucault, bajo la cual “se puede ejercer el
derecho de matar”, tal y como sucedía con
los esclavos negros que se fugaban y con los
yaquis que defendían sus tierras durante el
porfiriato.
En México, en el siglo XIX, en el marco de
una relación asimétrica con españoles y criollos
–que se consideraban como parte de la
raza blanca–, los pueblos indígenas fueron
catalogados como una raza inferior por su
capacidad mental, sus costumbres y su modo
de vida en general, y esta imagen se instaló
en el imaginario social, manteniéndose hasta
nuestros días junto con la misma situación
de desigualdad, pero ahora en relación con
la sociedad llamada mestiza.
La estructuración de un imaginario. ¿Cómo
establecer las características que definen una
raza?, tal era la pregunta que se formulaban
en el siglo XIX los estudiosos dedicados a la
antropología, la naciente ciencia del hombre,
en un contexto dominado por la obsesión de
cuantificar, clasificar y establecer rasgos bien
definidos –originando a una gran cantidad
de métodos para estudiar la variación, a datos
estadísticos e índices a partir de ellos, y
su comparación, todo lo cual se efectuaba al
interior de un marco teórico en donde dichas
características tenían un valor predeterminado,
generalmente establecido con base en criterios
de orden cultural, ideológico, estético.
ILUSTRACIÓN: Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos Mexicanos,
A. García Cubas, 1885 |
El marco de referencia era la teoría de la
evolución de Darwin, que postulaba la supervivencia
del más apto en la lucha por la
vida, en la cual las razas humanas participaban
inevitablemente, unas “más dotadas que
otras”, afianzando su superioridad por medio
de guerras coloniales. Había sin embargo
quienes pensaban que más bien los blancos
habían sido los primeros humanos y los demás
eran una degeneración de éstos, y otros que
postulaban la existencia de distintas especies
humanas con orígenes diferentes. Con base
en estas ideas se elaboraron varias clasificaciones,
pero en todas la raza blanca ocupaba la
cúspide y abajo o lejos de ella se acomodaban
de distintas maneras las demás –a los indígenas
de América, considerados como salvajes,
nunca se les asignó un lugar muy elevado.
El cuerpo de los miembros de otras sociedades
se volvió así un conjunto de rasgos y
funciones que poseían un significado en un
sistema de valores cuya normalidad fue establecida
con base en las características de cierta
población europea. ¿Cómo se establecía lo
que es un rasgo normal y uno no normal, uno
superior y otro inferior o degenerado? El ángulo
facial empleado para clasificar cráneos
es un caso ilustrativo; a partir de una serie
de medidas de rostros humanos se estableció
una gradación que va de 70º en los negros a
100º en las esculturas griegas, el famoso perfil,
ideal occidental de la belleza, lo cual se
decía reflejaba la evolución humana, de lo
inferior –debajo estaban los chimpancés– a
lo superior. Un investigador podía entonces
medir dicho ángulo en una población y, junto
con otras medidas, reportarlas en una tabla
sin conclusión alguna, o compararlas a las de
otra población sin más, lo cual daría la impresión
de una medida sin implicación alguna,
neutra. Pero otro podía tomar sus datos y elaborar
un análisis al interior de dicho marco,
“mostrando” que tales poblaciones ocupan
un lugar en la escala evolutiva, haciendo así
que el dato adquiera un valor.
En el fondo, el procedimiento es siempre el
mismo: se parte de la condición de inferioridad
de los no occidentales, cuyos rasgos
físicos y culturales son así considerados de
antemano, y de su cuantificación y análisis
resulta la confirmación de lo ya sabido, incluso
cuando los datos no apuntan en esa
dirección.
FOTO: Carl Lumholtz, retrato antropométrico de un tarahumara, Chihuahua, 1892 |
En México, la teoría de la degeneración de
los indígenas y la de su inferioridad por falta
de evolución –con todas sus amalgamas– fueron
durante largo tiempo el marco general de
los estudios efectuados. Sin embargo, ambas
perspectivas estaban de acuerdo en la inferioridad
de los indígenas y en que constituían un
obstáculo para el avance del país, cuya solución
pasaba en parte por la fuerza y en parte
por la inmigración al país de individuos de
raza blanca; asimismo, las dos sirvieron como
eje para numerosos estudios acerca de la inferioridad
de los indígenas, y terminaron por
mezclarse, formando una curiosa amalgama,
incluso con la idea de degeneración.
El caso de la pelvis es claro al respecto. En el
siglo XVIII se obtuvieron medidas de la pelvis
de europeos y africanos, mostrando que la primera
es más amplia que la segunda; con base
en lo anterior, a principios del siglo XIX se
definió una jerarquía –de lo inferior a lo superior.
En México se efectuaron varios estudios
y se observó una estrechez en comparación
con las medidas europeas, por lo que fue calificada
como “acorazada” y se le ubicó entre
los rasgos de degeneración de las razas indígenas.
Sin embargo este tipo de pelvis no sólo se
observaba en la población indígena, sino también
en la que había resultado de su mezcla,
lo que llevó a hablar de pelvis mexicana, que
“comparada con la pelvis europea, ofrece una
diferencia bien sensible, tanto en sus dimensiones
como en el valor del ángulo que mide
la inclinación del plano de los estrechos superior
e inferior de la sínfisis. Por consiguiente
la pelvis europea descrita en los libros debe
tenerse como el tipo normal, la pelvis mexicana,
con relación a ella, deberá considerarse
como un vicio de conformación”.
Este tipo de investigaciones permitía a
los médicos de entonces mostrar la relación
existente entre razas y enfermedades, es decir,
la propensión que tienen naturalmente
ciertas razas a sufrir tal o cual enfermedad;
y debido a que se había establecido que este
tipo de pelvis provoca dificultades para la expulsión
del feto, ocasionando partos difíciles
cuando no imposibles, sus consecuencias en
el índice de natalidad de estas razas y sus
mezclas eran consideradas nocivas para la
lucha por la vida. Es por ello que tales rasgos
se consideraron parte constitutiva de la inferioridad
de esta población, pues se decía que
contribuían a la extinción de las razas.
Otros datos fueron empleados para confirmar
tal inferioridad. Así, en Europa se estableció
que el número de circunvoluciones
del cerebro eran signo de capacidad mental,
y al estudiar, por ejemplo, el de los seris de
Sonora, se encontraron pocas, lo cual, junto
con otros caracteres, “mostraba” su inferioridad.
O bien, con base en la idea de que el clima
y la comida determinaban las diferencias
entre las razas, varios rasgos de los indígenas,
como la complexión y la vestimenta, fueron
considerados signo de degeneración, atribuidos
a factores como la alimentación a base
de maíz y la ingestión de pulque.
ILUSTRACIÓN: Petrus Camper, ángulos faciales de simio, africano y griego, 1791 |
El hecho de que casi todos los presidiarios
fueran indígenas fue interpretado como la
evidencia de una naturaleza criminal mayor
a la de mestizos, criollos y europeos; su
condición social no era tomada en cuenta.
Este prejuicio fue premisa en varios estudios,
como el de Martínez Baca y Vergara, en
donde al referirse a los “individuos de raza
indígena bastante degenerada” se señala que
están “nutridos con una alimentación tan
deficiente en sus proporciones nitrogenadas
(frijol, chile y maíz), como insuficiente por
su cantidad”, por lo que no se podía esperar
un cerebro desarrollado.
La elite decimonónica estaba convencida
de la ignorancia de los indígenas, lo cual
era confirmado por su reducida capacidad
craneana, su mala alimentación, su falta de
ejercicio intelectual –eran analfabetas– y
su naturaleza supersticiosa –el miedo que
les inspiraba el canto del tecolote era lugar
común–. Todos los conocimientos que detentan
eran vistos como mera superchería,
empirismo puro; si usan plantas medicinales
que resultaban eficientes al ser estudiadas
por la ciencia, lo hacen sin entender cómo
funcionan sus principios activos.
La comunidad indígena era vista como uno
de los elementos que más impedía la incorporación
de los indígenas a la nación, ya
que mantenía su cohesión y apego a la tierra,
a sus tradiciones y “supersticiones”. Asimismo,
la predominancia de la raza blanca en
Estados Unidos y sus apetitos imperialistas
causaba seria alarma entre la elite nacional,
la cual proponía el mejoramiento de la raza
en México para poder hacerle frente; por
ello, en el siglo XIX, todos los gobernantes
promulgaron leyes para favorecer la inmigración
de europeos –incluido Benito Juárez–,
viendo con gran pesar cuán pocos llegaban y
cómo muchos, a la primera oportunidad, se
mudaban a Estados Unidos.
Tras la Revolución de 1910, a pesar del discurso
gubernamental tan lleno de referencias
a los indígenas –murales incluidos–, poco
cambió la idea que se tenía de ellos. Se les
siguió viendo como sociedades inferiores, individuos
degenerados por sus condiciones de
vida, como un problema, nuevamente, en la
medida que la composición de la población
se planteaba otra vez en términos raciales. La
diferencia es que esta vez el “elemento activo”,
el destinado a constituir la nación, era
el mestizo y no el blanco, y que al indio, a
pesar del “retraso de 400 años” en que vive,
se le reconocen ciertas cualidades biológicas y
culturales. Así, José Vasconcelos sostenía que
el mestizaje en América formaría una nueva
raza, la mezcla de todas, la raza cósmica, por
lo que los indígenas debían integrarse a esta
gran fusión, dejando atrás su lengua y cultura.
ILUSTRACIÓN: Canon de un europeo adulto medio, en Anthropologie, Paul Topinard, ca. 1890
|
El racismo institucionalizado. Los intentos
para elaborar una clasificación racial nunca
fructificaron por las dificultades ya mencionadas.
Además, el concepto de raza sufrió descrédito
en varios ámbitos a causa del discurso
de supremacía de la raza aria enarbolado por
el gobierno nazi y el conflicto bélico que estalló
ligado a esta idea. Por ello se fue dando
preeminencia al criterio de la lengua –que
hasta hoy se usa en los censos para designar
a los indígenas–, pero sin dejar por completo
atrás la idea de que las lenguas indígenas no
son aptas para acceder a la cultura universal,
y que esto sólo es posible con el español, “una
de las grandes lenguas culturales del mundo”.
No obstante, todo ese furor clasificador, jerarquizante,
esa pléyade de estudios y métodos
de investigación dejaron un legado: una
imagen del indio como ser inferior, que se
incrustó en el imaginario social y apenas hoy
emerge de mil maneras distintas principalmente
por dos vías. Por un lado, está lo que
podemos llamar “el racismo institucionalizado”,
que conforma políticas del Estado
mexicano, las cuales impulsan y coadyuvan
a la desaparición de los pueblos indígenas,
al abandono de su cultura, su modo de vivir
y pensar, su emigración para trabajar en el
norte. Tal es el caso de la promulgación de
las reformas al artículo 27 de la Constitución,
que pareciera la realización del sueño
de los liberales del XIX de convertir a los indígenas
en pequeños propietarios, de acabar
con la propiedad colectiva; el despojo de
tierras para levantar proyectos turísticos, tornándolos
mano de obra para la construcción
y servicios asociados; o bien los paquetes tecnológicos,
inadecuados para su medio, que
pretenden reemplazar el cultivo de maíz por
cultivos comerciales, y un largo etcétera.
Son políticas que desvalorizan lo indígena y
propician el abuso de los sectores que se relacionan
con estos pueblos –precios injustos
para sus productos, sobreexplotación del trabajo
doméstico, bajos salarios en plantaciones
y maquiladoras, su tráfico a Estados Unidos en
pésimas condiciones–, y que contrastan con
los discursos del glorioso pasado indígena y el
papel que desempeñaron en la Revolución de
1910, o sus habilidades como artesanos y otros
folklorismos. Este asedio ininterrumpido a sus
comunidades, el despojo de sus tierras, y su
desvalorización en la sociedad empuja a los
indígenas a cambiar de condición han provocado
a lo largo del tiempo la disminución de
la población indígena, a lo cual se suman las
masacres y verdaderos genocidios –como la
guerra del Yaqui– por parte del Estado.
FOTO: Carl Lumholtz, retrato antropométrico de un tarahumara, Chihuahua, 1892 |
Por otro lado, dicha imagen se ha incrustado
en la llamada cultura nacional, en cine, literatura,
historieta, pintura, fotografía, etcétera, en
los libros de texto gratuito, con clichés que se
repiten una y otra vez, sin una reflexión crítica
por la ausencia de un debate abierto respecto a
este problema que aqueja a la sociedad mexicana
de manera soterrada, y que es resenti do
por millones de personas, como lo muestra la
encuesta elaborada por el Consejo Nacional
para Prevenir la Discriminación (Conapred).
A manera de conclusión. La situación de desigualdad
en que viven los pueblos indígenas y la
imagen que de ellos se ha construido a lo largo
del tiempo son la base del racismo. Para eliminarlo
es necesario por tanto acabar con dicha
situación. Se debe en consecuencia construir
un estado pluricultural que garantice su pleno
desarrollo de acuerdo con sus intereses y deseos,
así como el control de su territorio y la forma de
insertarse en la nación. Pero también se requiere
una nueva imagen de estos pueblos, que refleje
la igualdad y el respeto, para lo cual es indispensable
su participación y un diálogo permanente
con ellos, así como la relativización de las categorías
que empleamos para aprehender su realidad.
Sólo así podremos construir una sociedad en donde
se respete la diferencia y no se le convierta en
desigualdad, en donde florezca la pluralidad de
formas de ver y vivir el mundo, en donde los pueblos
indígenas tengan la posibilidad de delinear
su camino con sus aspiraciones, de liberarse por
completo de la imagen de inferioridad que les ha
creado. Es la única manera de avanzar en la erradicación
del racismo, de cerrar este capítulo inconcluso
de la historia universal de la infamia.
Nota: Los documentos y las obras consultadas
se pueden encontrar en el libro El
racismo en México, CNCA, México 2009.
Biólogo y antropólogo. Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México |
|
FOTOS: Frederick Starr, Phisycal Characters of Indians of Southern México, 1902 |
De indios a raza indígena
César Carrillo Trueba
El movimiento de Independencia,
impugnando la idea de una naturaleza
desigual, propone en 1821 en
el Plan de Iguala que “todos los habitantes
de la Nueva España, sin distinción
alguna de europeos, africanos ni indios,
son ciudadanos de esta monarquía con opción
de todo empleo, según sus méritos y
virtudes”. Los liberales se lanzan contra los
resabios del pasado colonial, comenzando
una batalla contra el clero, los privilegios y
las leyes especiales, vistos como obstáculos
para el progreso de la nueva nación, que debía
estar constituida por individuos libres e
iguales ante la ley. Desde esta perspectiva,
se consideraba imprescindible resolver el
llamado “problema indio” –pueblos que vivían
aislados, con lenguas y costumbres distintas y en un régimen de propiedad comunal–;
se trataba, en palabras de un célebre
intelectual liberal, de “matarlo en cuanto indio
y dejarle en vida en cuanto ser humano”.
Este propósito estuvo presente a todo lo largo
del siglo XIX –y lo sigue estando, aunque de
forma velada– constituyendo el eje alrededor
del cual se articuló la nueva imagen de los indígenas.
Hasta entonces, al hablar de indios se
hacía referencia a los “naturales”, a los pueblos
o naciones de América, pero alrededor de
1845 se les comienza a llamar indígenas –que
signifi ca “originarios de”– y el término indio
se usa entonces para designar a aquellos que
vivieron antes de la Conquista, generándose
una ruptura entre unos y otros. La palabra nación
se restringe al país, la nación mexicana,
y los indios serán enaltecidos como el fundamento
de ésta, su glorioso pasado –presentes
en todos los eventos patrios–, mientras los
indígenas quedarán reducidos a mero lastre
colonial; nada pequeño: constituían en ese
momento 60 por ciento de la población.
La idea de raza aparece en México en el siglo
XIX, cuando la nueva elite mira el territorio
como un espacio a colonizar, con poblaciones
distintas a ella, al igual que hacían los europeos
con otros continentes. En este contexto
se comienza a hablar de raza indígena,
raza yaqui, raza mexicana, lo cual se generaliza
paulatinamente y se profundiza con las
investigaciones efectuadas bajo un enfoque
racial. El empleo del epíteto de raza para designar
a los pueblos indígenas fue acompañado
de la misma idea de superioridad de la
raza blanca que prevalecía en Europa.
Son muchos los diccionarios que dan cuenta
de ello, como lo muestra Raúl Alcides
Reissner (El indio en los diccionarios, INI,
México, 1983), y el de la Real Academia de
la Lengua Española es un claro ejemplo: en la
edición de 1803, indio es el natural de las Indias,
mientras en la de 1884 pasa a ser el “antiguo poblador de América (o) descendiente
de aquél sin mezcla de otra raza”, muestra de
que la idea de raza se volvió lugar común; y lo
sigue siendo, pues la actual edición mantiene
idéntico el texto, además de conservar el
sentido peyorativo de la expresión “¿somos
indios?” –me ves cara de–, usado cuando alguien
“quiere engañar o cree no le entienden
lo que dice”, y otros similares, añadidos en
las últimas décadas. No en balde se dice que
lenguaje y pensamiento hacen uno.
Dicccionario de la lengua castellana, Real
Academia Española, 1726-1736, Madrid.
”Indio, ia. S.m. y f. El natural de la India
(Américas), originario de aquellos Reinos,
hijo de padres Indios (…) *Somos Indios?
Expressión con que se advierte, ò redarguye
al que juzga que no le entienden lo que
dice, ò pretende engañar. Con alusión a los
Indios que se tienen por bárbaros, ò fáciles
de persuadir”.
Dicccionario de la lengua castellana, Real
Academia Española, 1884, Madrid.
”Indio, dia. adj. (…) antiguo poblador de
América, ó sea de las Indias Occidentales,
y del que hoy se considera como descendiente
de aquél sin mezcla de otra raza”.
Diccionario enciclopédico hispano-americano, Montaner y Simeón editores, 1887,
Barcelona.
1° Raza americana. Cuando los españoles
descubrieron América, algunos pueblos
vivían en estado salvage, errantes en los
bosques y praderas; pero otros, los establecidos
en las tierras elevadas, constituían nacionalidades y habían alcanzado
cierto grado de civilización”.
Diccionario general etimológico de la
lengua española, Eduardo de Echegaray,
1887-1889, Madrid.
“Indio (…) Es indio. Expresión hiperbólica de que
nos valemos en equivalencia de es un salvaje”.
Diccionario general de americanismos, Méjico,
1942 y 1959.
“Indígena. com. Indio; individuo de alguna
de las razas aborígenes de América. -2.
En sentido figurado, se dice de cualquier
persona tosca, sin educación o de aspecto
ordinario y poco agradable”.
Diccionario de la Real Academia Española, Madrid, 2011 (versión en línea: www.rae.es)
indio, dia. 3. adj. Se dice del indígena de América,
o sea de las Indias Occidentales, al que
hoy se considera como descendiente de aquel
sin m ezcla de otra raza. U.t.c.s. 5. adj. despect.
Guat. y Nic. inculto (‖ de modales rústicos).
indio de carga. 1. m. indio que en las Indias
Occidentales conducía d e una parte a otra las
cargas, supliendo la carencia de otros med ios
de transporte . caer de indio. 1. loc. verb. R.
Dom. Caer en un engaño por ingenuo. hacer
el ~. 1. loc. verb. coloq. Divertirse o divertir
a los demás c on travesuras o bromas. 2. loc.
verb. coloq. Hacer algo desacertado y perjudicial
para quien lo hace. Hice el indio al prestarle
las cinco mil pesetas que me pidi ó. ¿somos
indios? 1. expr. coloq. U. para reconvenir a
alguien cuando quiere engañar o cree que no
le entienden lo que dice. subírsele a algui en
el ~. 1. loc. verb. Am. montar en cólera.
¿Por qué menospreciamos
nuestro origen?
Desde la conquista española y hasta
hoy la imagen de los indígenas
está subsumida en adjetivos que
los ubican siempre en un plano de
inferioridad. Indio-pata-rajada, nopal, naco,
entre otros, son los calificativos que se usan
habitualmente para denigrar los rasgos físicos
y culturales de los “naturales” de México.
Ello, no obstante la presencia mayoritaria de
los indígenas en la población nacional –hoy
día 16 millones de personas constituyen los
pueblos originarios– y que casi todos los demás
tenemos por lo menos 50 por ciento de
ascendencia indígena.
El racismo en México, una visión sintética, de César Carrillo Trueba, es un libro
de la serie Tercer Milenio, editado por el
Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes (Conaculta) que de manera sintética
pero con gran minuciosidad y análisis, revisa
la historia de este racismo profundo y
sus implicaciones. Sus preguntas base son
“¿cómo ocurrió esto?; ¿por qué menospreciamos
a quienes poseen un mismo origen
y rasgos parecidos a los nuestros?, y ¿por qué
los libros de texto enseñan a enaltecer a las
civilizaciones prehispánicas, mientras las
políticas gubernamentales propician la desaparición
de los indígenas contemporáneos
e impiden su integración, despojándolos de
lengua y cultura”.
Entre los tópicos que aborda dicho ensayo
están la visión de los conquistadores y las
castas que éstos crearon en la Nueva España
para segmentar y etiquetar a las diferentes
poblaciones, situación que se les complicó
debido a las mezclas de razas que no habían
previsto. Asimismo están las teorías con que
se quiso justificar el racismo, como la supuesta
determinación de carácter, cultura y
rasgos físicos impuestos por el clima. También
el libro relata la forma como se institucionalizó
el racismo, y el acoso permanente
que han sufrido y sufren las comunidades y
los individuos indígenas.
César Carrillo Trueba, biólogo y maestro en
antropología, es editor de la revista Ciencias de
la Facultad de Ciencias de la UNAM; es autor de
los libros El Pedregal de San Ángel; Pluriverso, un
ensayo sobre el conocimiento indígena contemporáneo,
y La diversidad biológica de México. |
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FOTO: Cortesía Día Nacional del Maíz
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¡Sin maíz no hay país!
El 29 de septiembre, por tercer año,
se celebró el Día Nacional del Maíz.
En esta ocasión hubo actividades en
17 estados de la República, así como
en el Zócalo capitalino, la Delegación
Venustiano Carranza y en muchos
otros lugares de la Ciudad de México.
Rituales, perfomances, música,
bailes, pintura y pronunciamientos
en defensa del maíz fueron parte de
las múltiples acciones y actividades
que se realizaron este día. La ciudadanía
participó activamente en las
plazas públicas. |