fuerza de repetirlo se vuelve una frase gastada, pero es cierto que vivimos un momento excepcional. Si lo vemos por el lado de las oportunidades abiertas se puede decir que vivimos un momento cardenista. Es decir una situación en donde el contexto internacional y la situación doméstica se alinean de suerte tal que convocan a la renovación y al cambio.
La profunda crisis internacional, que se expresa en desempleo y shocks financieros es en verdad una crisis de gobernabilidad mundial. Los arreglos de la post Segunda Guerra Mundial, aparentemente renovados con el fin de la guerra fría en los años 90, carecen de capacidad para conducir los cambios y transformaciones que han ocurrido en los ámbitos económico-financieros, geopolíticos y demográficos.
Al mismo tiempo, en el espacio doméstico la transición mexicana debilitó el eje de la gobernabilidad del régimen autoritario pero sin generar una nueva forma de relación entre los poderes, y entre éstos y los ciudadanos. El estancamiento económico, las dificultades para procesar acuerdos, el desmoronamiento del centro político y el fortalecimiento de poderes paralelos al poder del Estado, bloquearon la transición democrática y generaron una forma de régimen especial que he denominado el Estado otomano.
Lo característico de este régimen es el desmadejamiento del poder del Estado y la captura de áreas completas de la intervención estatal por parte de grupos de interés, incluyendo de manera prominente el crimen organizado. Se trata de un Estado parasitario que extrae excedentes y privilegia a grupos rentistas.
Desde el gobierno de Zedillo se buscó hacer efectivo un postulado radical del neoliberalismo que se resume en la famosa frase de la Thatcher respecto a que la sociedad no existe. De ahí el deliberado propósito por fragmentar colectividades y repudiar formas de acción solidaria. Gramsci hablaba de un mecanismo más sofisticado vinculado con la construcción de hegemonía, que denominaba transformismo.
El propósito es claro: desarticular desde abajo, pulverizar las instancias de gobierno y concentrar el poder fuera del Estado en algunos poderes fácticos.
Lo específico de este Estado otomano es que obstruye o debilita los espacios vinculantes, particularmente cuando se trata de formas de articulación para la resistencia o la oposición. Por ello y por la situación de emergencia que vive el país, es de la mayor importancia fortalecer los movimientos ciudadanos encontrando espacios vinculantes.
Lo que estamos presenciando en relación con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) y su relación con el gobierno federal es justamente ese intento por dividir. Es claro que una gran cantidad de movimientos que buscan restablecer la paz han surgido a medida que la situación de inseguridad y violencia en el país crece. Algunas organizaciones y dirigentes emblemáticos, como las señoras Wallace y Morera y el señor Martí, han impulsado importantes iniciativas para que el gobierno modifique su enfoque sobre el combate al crimen organizado. Todos han sido interlocutores privilegiados del gobierno en distintos momentos.
Por eso extraña y preocupa que ahora, para incumplir un acuerdo público con el MPJD, se recurra a la vieja estratagema de no hay compromisos de exclusividad
. Afortunadamente la dirigente del grupo ciudadano Causa en Común, María Elena Morera, declaró ayer que dichas organizaciones están trabajando para definir una agenda en común y que el gobierno debería cumplir primero con el movimiento impulsado por Sicilia y luego expandir ese diálogo con las demás organizaciones.
En esta misma perspectiva de generar más espacios vinculantes que enfrenten la fragmentación social, no se puede menos que felicitarse por la constitución formal de Morena este domingo, impulsada por AMLO en un propósito que más allá de las causas específicas que pregona, refuerza muchas otras iniciativas ciudadanas.
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