Hay una lista selecta, tan célebre como celebrada, de grandes directores de cine que estructuran su narrativa con una serie de componentes definitivos entre los cuales la música es más que un adorno, un personaje.

El Disquero pondría en la punta de la lista al maestro Stanley Kubrick, cuyas obras maestras flotan en un continuo sonoro donde aparecen por igual autores clásicos, modernos y contemporáneos.

Baste un ejemplo: su trabajo póstumo, Ojos bien cerrados, consolida su compenetración con el fabuloso mundo que construyó el compositor húngaro György Ligeti, de quien ya había tomado como punto de partida otra de sus partituras para su célebre 2001: Odisea del espacio.

Jim Jarmusch, Wim Wenders, Werner Herzog, Luchino Visconti, Tarantino, et al. Otros nombres pueden colocarse, a placer y saber, en los primeros lugares de ese listado donde por supuesto aparece el genio incomprendido Woody Allen.

Tan incomprendido que ha creado toda una serie de imposturas entre su público, que forma legiones; sus críticos, siempre en desconcierto frente a sus obras; y en general el conjunto de constantes que vertebran su lenguaje.

En México es harto querido, seguido y... polemizado. Vaya, hasta la manera como se le nombra es como a alguien de la familia: Gudi Alen (Gudi en lugar de Woody, así como se dice Guashinton en vez de Washington, Guajaca en lugar de Oaxaca, Guan en vez de UAM y etcétera en lugar de etcétera).

En los estantes de novedades discográficas esplende una joya: La Musique: Woody Allen, de Manhattan a Midnight in Paris, un álbum doble que es todo un agasajo: selecciones musicales, en su integridad, que aparecen en los filmes de Don Gudi.

Habrá que recordar que en el negocio del disco hay variantes: soundtrack, que recoge el audio original; music inspired in, que se asemeja al caso que nos ocupa, entre otras mercaderías.

El título de este álbum indica que escucharemos música que utilizó en las películas comprendidas entre la más antigua, Manhattan, y Medianoche en París, la más reciente. Entre otras cosas, desmorona el mito de que a Woody Allen sólo le gusta el jazz. Por cierto, ya hemos dicho aquí que Don Gudi es un clarinetista espléndido, quien ha realizado giras con su banda de dixieland, que es el género que más se escucha, ciertamente, en sus películas, pero no el único.

Con Carla Bruni

Cierto, a Don Gudi le fascina el jazz antiguo, pero también los ritmos latinos, la música contemporánea (Philip Glass hizo la música para El sueño de Casandra, filme de Don Gudi), la música brasileña, la música de concierto (Prokofiev es uno de sus favoritos), la ópera, entre otras delicias.

Es claro que hay un común denominador en esta enciclopedia musical, que son los filmes gudialenianos: el buen gusto musical. Pero el elemento distintivo de la música de las películas de Woody Allen es que pone siempre de buenas.

¿Quiere usted estar de buen humor? Ponga a sonar este par de discos y hasta bailará en su asiento, se levantará y volará de gusto, alegría, contento.

Esta antología sonora también sirve para tranquilizar a los ansiosos que creen que las películas de Don Gudi son de risa (de risa loca: en cuanto corre la primera escena, se escuchan en la sala de cine risas que no vienen al caso, sólo quieren llamar la atención, como diciendo: “yo sí le entiendo a las películas de Don Gudi”, pero cuando hay un chiste fino, ponen cara de juat), así como hay géneros no oficiales otros: porque hay también las de pensar. La profundidad de los discursos musicales de este álbum doble es tanta como su ligereza. Amplitud de espíritu.

Por supuesto que hay música de su más reciente obra maestra, Medianoche en París, que amargó más a los amargos y contentó más a los contentos con ese ejercicio enorme de imaginación. Turismo cultural, eso ha hecho recientemente Don Gudi con sus filmes en Venecia, Barcelona, París, Londres, Nueva York. Y se divierte de lo lindo.

Lindo, eso. Música linda la que usa Don Gudi en sus flamantes y fragorosos, fulminantes y frondosos, famosos y fascinantes filmes finos.

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