ras sucesivos encuentros entre los gobernantes de los países de la zona euro y los de Estados Unidos, en los que se mostraron opiniones divergentes sobre lo que debe hacerse para evitar que la crisis de deuda soberana y la parálisis estadunidense lleven al mundo otra vez a la recesión, Obama declaró que la crisis fiscal europea está asustando al mundo
. Reconoció que los gobernantes europeos intentan tomar decisiones responsables, pero no están siendo todo lo rápidos que deberían
.
La respuesta de los europeos ha sido inmediata, repitiendo los señalamientos que habían hecho luego de la intervención de Geithner, secretario del Tesoro de Estados Unidos, en la reunión de los Ministros de Finanzas de la Unión Europea. Dramatizando han respondido diciendo que los desempleados griegos o los trabajadores irlandeses no fueron los que causaron la caída de Lehman Brothers
, lo que es cierto. Pero lo relevante en este momento de la crisis no es quien la originó, sino cómo se resuelven los problemas que se enfrentan.
El fondo de la divergencia entre el gobierno estadunidense y los gobiernos de la zona euro es sobre la tarea central para evitar la recesión. Obama sostiene que lo fundamental es atender una urgencia social básica: regresar al trabajo a los millones de desempleados. Los europeos sostienen que, en cambio, lo central es que los países miembros del euro cumplan en el mediano plazo con los requerimientos de Maastricht: déficit fiscal equivalente al tres por ciento del PIB y deuda pública máxima del 60 por ciento del PIB.
Estas diferentes prioridades se traducen en distintas políticas. La administración Obama intenta poner en marcha programas fiscales que estimulen la creación de empleo, lo que rechaza la bancada republicana cuyas posiciones se acercan a las de los gobernantes de la zona euro. Para lograr que estos programas funcionen requieren que otros países los apliquen. De allí su insistencia a los europeos. Los gobiernos de la Unión Europea están instrumentando severos planes de austeridad en los países de la Unión. Lo cierto es que la incapacidad para acordar políticas coordinadas, como las que se lograron en noviembre de 2008 entre los países miembros del G-20, ha conducido a que la recuperación se detenga.
Tras estas diferencias políticas hay visiones económicas encontradas sobre el funcionamiento económico. La crisis es, por supuesto, el resultado de malas decisiones económicas, de incompetencia e ignorancia, pero es también el fracaso intelectual de las ideas que han dominado la profesión económica durante los últimos treinta años. Sin embargo, estas ideas siguen ejerciendo su
Son estas ideas las que provocaron decenas de millones de desempleados en el mundo entero. Son estas ideas las que han llevado a la indignación a cientos de miles de jóvenes que no encuentran trabajo, ni lo encontrarán en los próximos años. Son estas ideas las que tiene a la economía mundial cada vez más cerca de un colapso que, como lo advirtiera la nueva directora gerente del FMI, no podrá ser enfrentado con las medidas que tomaron los gobiernos en 2008 y 2009.
En efecto el mundo está asustado. Lo está porque, como dijera hace unas semanas el presidente alemán Wulff, los políticos tienen que dejar de actuar frenéticamente en respuesta a cada caída de los mercados de valores. Deben dejar de sentirse dependientes de las alarmas de los banqueros, de las agencias calificadoras y de los erráticos medios. Deben formular políticas para el bien común y mostrar coraje para enfrentar el conflicto con intereses individuales
.
El mundo esta asustado porque se están eliminando bienes públicos fundamentales, que protegían a los más débiles, para beneficiar los intereses de los poderosos. Es momento de detener los excesos del capitalismo y defender el estado del bienestar, como lo señaló ayer E. Milliband, líder del partido laborista inglés. Es momento de perder el miedo y actuar solidariamente.