Canción desanudada
o no digo mi canción
sino a quien conmigo va,
dice la canción, y ya
cuánto lleva el corazón
con ella yendo, y su son
aprendiendo ese cantar,
sin con lo profundo dar
del decir que tal sentencia;
mas he de hallar de esa ciencia
cómo la esencia alcanzar.
Esencia qué descubrir
no hay que no habite tu voz,
parece dijeran los
latidos que alcanzo a oír;
pero cómo traducir
a mi voz dicha tonada
si la traigo emborrascada,
tosijosa, y argüir
que de sí no sabe nada
más bien quiere, y desistir.
Pero ¿desistir podrá?
Yo no creo que se pueda.
Aunque por ora se enreda
consigo misma, vendrá
día en que seda será
cuyas aguas aún se veda;
pues ¿qué otra cosa le queda
sino brillar como ha
de brillar, desde tersura
que prudente encontrará?
En dulce sometimiento
de lo hondo de la canción
vendrá a darme la razón
y de lo que vivo y cuento,
o al menos eso presiento.
Veo mi vida comenzar
de nuevo, casi al llegar
al final ineluctable
–y ojalá me fuera dable
como esa canción cantar.
Sonar cual desde el origen
quisiera mi voz, quisiera,
y ser como una bandera
a la que los astros rigen
desde antes que el tiempo fuera,
no los vientos; y lo espera
mi esperanza con tal fe
que creo lo conseguiré
de alguna u otra manera.
Mientras, no descansaré.
No descansaré, me digo,
hasta no lograr mi afán.
Me sabe a vino y a pan
lo que antes como a castigo.
No sé si ya lo consigo
o no, pero queda claro
que mi voz encuentra amparo
y en sí misma un algo escucha
que le dice que a su lucha
ya nada opondrá reparo.
Mi despedida es saludo;
mi saludo, despedida.
Contenta mi voz dolida
ya se va con lo que pudo
poder: desatar el nudo
y volver a ser oída.