o todos los personajes públicos tienen una vida interesante. Ya nos decía Renato Leduc que debíamos desconfiar de los poetas que en sus versos se prometían como fieras (como león para el combate
) o como piratas desafiando el mar cuando todos los domingos paseaban con sus hijos por el parque cargando los pañales.
Existen por el contrario seres anónimos cuya vida los lleva a la notoriedad como aquel Goyo Cárdenas que descuartizaba a las mujeres y las enterraba en el jardín de su casa.
Lo cierto es que los versos A Gloria de Salvador Díaz Mirón seguirán repitiéndose generación tras generación –por lo menos hasta ahora así ha sido– y Goyo Cárdenas cada vez será más una sombra furtiva frente a las atrocidades de los pozoleros que desintegran personas en ácido de manera casi industrial o frente a ese valle de las calaveras en que se ha convertido el Valle de San Fernando en Tamaulipas.
Si cada época tiene sus enfermedades como nos lo mostró espléndidamente Susan Sontag una de las intelectuales más brillantes del siglo XX, la nuestra parece ser la de la codicia con todos sus efectos colaterales: la traición, el doble discurso, la hipocresía, el mal de muchos mientras el beneficio sea para mi familia, la acumulación desmedida, el haiga sido como haiga sido, la voracidad, el consumo que se devora a sí mismo, como ese Wall street que genera turbulencias planetarias y sigue siendo el timón del barco económico del mundo.
Hace unos meses empezó a circular en nuestro país A Dangerous Liaison una biografía de quizá dos de los personajes públicos más conocidos en el París de la posguerra y sin duda del mundo occidental de esos años: Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Aquellos militantes de la libertad como fundamento del hombre y del compromiso.
En su biografía Carole Seymour Jones revela las verdaderas interacciones entre el decir de esos personajes y su hacer; entre sus perfiles públicos y la vida de una pareja que creía en el amor esencial y los amores contingentes; en el que sobrevive a todos, a los que más temprano que tarde, mueren con el día.
Y es quizá la inclusión de páginas de alcoba, de costumbres sexuales y formas de seducción lo que más ha atraído a no pocos lectores de este libro. Por momentos da la impresión que son más importantes esas anécdotas ardientes que las contradicciones de Sartre sobre su defensa del comunismo ruso que exterminó en el Gulag más personas que el nazismo en sus hornos. O su afirmación de que todo anticomunista era un perro.
Que Simone de Beauvoir sí haya sentido celos de las amantes de Sartre no disminuye algunas de sus tesis sobre la condición femenina: no se nace mujer, se llega a serlo. Si Simone de Beauvoir tuvo un olor corporal fuerte y Sartre panza y fuera un desaliñado, son recursos de una crítica efectista que pocos de los entusiastas lectores de Carole Seymour-Jones soportarían en sus propias biografías.
No me espanta que se incluyan las pláticas de sobrecama pero convertirlas en el pivote de todo sólo podría ser válido quizá para una biografía de Sade, o de Giacomo Casanova que, ay, por desgracia, ya detalló en La historie de ma vie.
Los detalles más pedestres de su vida, sus contradicciones más notorias no disminuyen la importancia que tuvieron en la formación crítica de nuevas generaciones. Sólo pensemos en la formación de corrientes como el feminismo que con todas sus monsergas sí representó un no a la inercia clerical donde los monstruos tienen grandes dimensiones como ha documentado con minucia el novelista Fernando Vallejo en la La puta de Babilonia. O Pensemos en el no al Premio Nobel de Literatura por parte de Sartre, negativa equivocada o no, pero que marcó a una generación de escritores críticos.
La inconsistencia intelectual hizo que Salvador Novo perdiera varias generaciones de lectores: unas horas después de enterarse de la masacre del dos de octubre de 1968 tuvo la frivolidad de decir que no había recibido mejor noticia. Cierta o falsa nunca desmintió esa declaración. El riesgo de desdeñar obras literarias por conductas indebidas también lleva el riesgo de festejar cuentos mal empacados, novelas deshilvanadas, versos con faltas de lenguaje por la moral intachable de sus redactores.
¿El futuro de las biografías será un interminable Ventaneando
? ¿La biografía con ciertos lugares comunes y cosas sabidas salpicadas con prácticas sexuales, gustos gastronómicos, hábitos de higiene?
Para mí por lo pronto dicen más los cheques recibidos por debajo de la mesa que la halitosis aunque unos y otra huelan mal. El cotilleo en la historia muchas veces olvida la historia.