El escritor presenta Una historia de la lectura, publicado por el sello Almadía
Con muchas más preguntas, responde a la interrogante, ¿quién era como lector?
El e-book es un instrumento más, un soporte con valor práctico
, dice en entrevista con La Jornada
Miércoles 21 de septiembre de 2011, p. 3
Narrador, ensayista, traductor y editor, pero sobre todo lector, Alberto Manguel no sabía cuál era la naturaleza de su fascinación por la lectura, surgida desde la edad de cuatro años, cuando aprendió a descifrar palabras.
Temerario, hace tres lustros decidió emprender la odisea de escribir Una historia de la lectura, para responder a la pregunta de quién era él como lector.
–¿Y pudo responderla?
–Sí, con muchas más preguntas.
Manguel, argentino-canadiense radicado por ahora en Francia y autor de libros como La ciudad de las palabras, habla en entrevista durante un receso del primer Simposio Internacional del Libro Electrónico, que se desarrolla en el Museo Nacional de Antropología, donde dio una conferencia magistral.
Además, hoy miércoles presentará su libro más reciente, Una historia de la lectura (Almadía), en el Centro Cultural Bella Época (avenida Tamaulipas 202, esquina Benjamín Hill, colonia Condesa), a las 19:30 horas.
La historia de la lectura comienza mucho después que la historia de la humanidad. El impulso de narrar y de reconocer narración en todo es muy antiguo. La lectura, obviamente, comienza con la invención del lenguaje. Inventar el lenguaje escrito es una forma de inventar la lectura para desentrañarlo. Entonces, la lectura nace al mismo tiempo que la escritura, hace 5 mil años.
–¿Con las tablillas halladas en Siria?
–Claro, nace en Mesopotamia con las primeras impresiones en esas tablillas de arcilla, para indicar una transacción comercial, es decir, cuántas cabras u ovejas se han vendido o transferido.
–De todos modos, en un concepto amplio, la lectura
ha sido una práctica humana de siempre, ¿es así?
–Por supuesto, en el sentido más amplio, leer es tomar conciencia del mundo. Entonces, cuando empezamos a tener conciencia de nosotros mismos como especie, y empezamos a desarrollar la posibilidad de la imaginación, comenzamos a reconocer en el mundo que nos rodeaba una suerte de texto
que debía ser leído, interpretado. Es decir, atribuimos narración a, por ejemplo, las estrellas, y luego las leemos.
–¿Y la tradición oral?, la cual es el paso previo a la tradición escrita.
–La tradición oral es otra cosa, porque allí no podemos hablar de lectura en el mismo sentido. La interpretación de un texto que se hace a través del oído no es igual que la interpretación de un texto a través de los ojos. Hay otra relación temporal.
“El texto escrito se ve en su conjunto, físicamente, en el libro, y el ritmo de la lectura es dado por el lector según las circunstancias o su voluntad. Mientras, el escuchar un texto está marcado por el tiempo de lectura de quien lo habla, y entonces la relación del lector o el escuchador, o el oyente de ese texto con el tiempo del texto, es otro.
También es otro el sentido de interacción entre texto y memoria. La memoria de un texto en una sociedad oral pertenece a ciertos individuos que pueden luego recitarlo, y que se convierten en intermediarios con el oyente. Mientras que con el libro no necesitamos intermediarios.
Alas a la palabra escrita
–¿Está resuelto el debate de quién es más importante: el escritor o el lector?
–La persona que escribe y la que lee son dos personas distintas. Cuando el escritor lee sus propios textos, por ejemplo, se convierte en otra persona. De la misma manera que un texto no existe hasta que no es escrito, un texto escrito no existe hasta que no es leído. Hay una suerte de vida suspendida que tienen los textos hasta que el libro es abierto y leído. Lo escrito permanece sin vida en la página hasta que la lectura le da alas.
–Su libro está lleno de sorpresas, como la de que antes no era la costumbre leer en silencio, como en el ejemplo que da de san Agustín asombrado al descubrir que san Ambrosio sí lo hace.
–La lectura en, por ejemplo Grecia y Roma antiguas, era, si no en voz alta, sí mascullada, en la cual debían pronunciarse las palabras para que el texto cobrase sentido, porque las palabras no se separaban al escribirse y no había un sistema coherente de puntuación. Entonces, para entender lo que se estaba leyendo, se mascullaba. Un poco como se hace en las escuelas coránicas o en las talmúdicas, donde el texto se habla. Y esta fue la forma normal de leer en Europa hasta el siglo IX, más o menos. Hasta entonces no era que la lectura silenciosa no fuese posible. Lo que pasa es que no tenemos ninguna descripción de cómo se leía en las antiguas bibliotecas. Sabemos que era posible y que era sorprendente, porque no era habitual.
–Luego de escribir Una historia de la lectura, ¿ha descubierto cambios en las características de la práctica de ese hábito a lo largo de estos milenios?
–Hay una cosa curiosa. Cuando escribí este libro, hace 15 años, no pensábamos en la lectura. Lo que ha ocurrido es que cuando el lector se ha sentido amenazado, cuando el libro se ha sentido amenazado por la nueva tecnología, hemos empezado a reflexionar sobre lo que hacíamos.
“Pero eso ocurre siempre: cuando se inventa la imprenta, la gente empieza a ocuparse de la caligrafía, quieren saber cómo es este arte de escribir, que habían estado haciendo por siglos. Y entre los primeros bestsellers de los primeros años de la imprenta, están los libros de caligrafía, la gente quería saber cómo se escriben cartas, las cartas de Cicerón, por ejemplo, tener modelos para escribir a mano. Es un fenómeno muy natural, porque hasta que no pensamos que vamos a perder algo, no lo valoramos.”
El e-book no sirve en el Sahara
–¿Cuál es su reflexión acerca del llamado libro electrónico?
–Es un instrumento más, un soporte de la lectura que tiene un valor práctico para quienes quieran tener muchos libros en uno. Si alguien necesita por una razón equis disponer de muchos libros en un solo contenedor, el libro electrónico es ideal, siempre y cuando tenga las baterías y la electricidad para hacerlo, porque si se va al desierto del Sahara, no le servirá de mucho.
–En Una historia de la lectura habla de los libros que le falta leer y escribir, entre ellos el aún inexistente La historia de la lectura.
–Claro, porque no podría escribir La
historia de la lectura, yo he escrito Una
historia de la lectura. Los libros absolutos pertenecen a nuestra biblioteca imaginaria: La historia del mundo, La historia de la lectura, La definición del ser humano. Me gusta imaginar que están allí, sé que yo no podré escribirlos y dudo que alguien pueda hacerlo.
Manguel no espera nada de los posibles lectores de este libro, aunque comenta que quizá podrían encontrar su propia historia
.
–¿Entonces por qué escribirlo, cuáles fueron sus motivaciones?
–Quise saber quién era yo, qué era lo que yo hacía cuando leía. Yo decía: soy lector, ¿y eso qué quiere decir? Esa fue la pregunta inicial.
–¿Y pudo responderla?
–Sí, con muchas más preguntas –contesta con una risa plena.