Opinión
Ver día anteriorDomingo 18 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Europa sin conductor
B

erlín. De pronto me veo de pasajero en un auto futurístico llamado MadeInGermany e instrumentado con tres cámaras, siete láser, un localizador GPS y un sistema de conducción computarizado. MadeInGermany nos transporta a cuatro personas por el centro de Berlín hacia la Puerta de Brandenburgo, y ... ¡nadie maneja! El auto es el resultado de cuatro años de investigación del grupo dirigido por el doctor Raúl Rojas –viejo amigo sin relación de parentesco– quien dirige al grupo de inteligencia artificial en la Universidad Libre de Berlín.

En los asientos delanteros dos estudiantes observan las acciones del auto; verifican en las pantallas de la computadora de control, y están listos a intervenir en caso de cualquier falla. Pero sólo excepcionalmente necesitan hacerlo. MadeInGermany se desplaza elegantemente en su carril como guiado por la mano invisible postulada por Adam Smith. Pero si la mano invisible funciona en este vehículo, no parece tener mucho efecto en el caso de la economía europea.

En el trayecto recuerdo la agria discusión sobre la crisis de insolvencia de Grecia, la que podría conducir a una crisis incalculable del euro. Nuestro vehículo autónomo respeta las reglas del tráfico, ese contrato social celebrado todos los días entre automovilistas y transeúntes (tú bajas la velocidad y yo te dejo pasar). Pero no toda Europa respeta las reglas del Tratado de Maastricht de 1992, que a partir del primero de enero de 1999 se tradujo en moneda única (el euro) y en creación del banco central de la Unión. Se acordó entonces no tener déficit fiscales mayores a 3 por ciento del producto interno bruto (PIB); y no endeudarse por más de 60 por ciento de ese PIB. Alemania y Francia –por ejemplo y según lo subraya El País del domingo 11 de septiembre –incumplieron 14 veces. Italia 18 veces. Y, para sólo citar el ejemplo más crítico, Grecia en 22 ocasiones, es decir, siempre.

España –subraya enfáticamente el diario español– apenas cuatro, a pesar de lo cual y en el marco de un acuerdo político de partidos jamás imaginado, se incorporó a la Constitución la norma de registrar déficit fiscal gubernamental del cero por ciento. Esa es la Europa de este otoño aún radiante. Por un lado la alta tecnología, con proyectos de investigación como el del vehículo autónomo, con un presupuesto superior a los 2 millones de euros. Por otro, los nubarrones económicos que podrían poner en entredicho este tipo de desarrollo de largo plazo. Es decir, por un lado automóviles que ya no necesitan conductor y por el otro una Unión Europea que requiere uno, urgentemente. El nuevo chofer del euro sería el gobierno económico propuesto por Alemania y Francia para vigilar que todos los países de la zona euro cumplan con el contrato social.

Detrás de nuestro vehículo nos sigue el profesor Rojas. Mantiene contacto permanente por radio con sus dos doctorantes al frente. En este mundo globalizado los dos son alemanes. Pero uno es de origen iraní. El otro hijo de inmigrantes chinos. Los dos comentan las acciones del vehículo. De cuando en cuando la computadora misma se entromete en la conversación. Anuncia el color del próximo semáforo. Nos podrían haber dejado solos en el vehículo, a los pasajeros, pero como en Alemania más vale prevenir que lamentar, el gobierno de la ciudad ha puesto como condición que siempre haya una persona detrás del volante, aunque no lo toque; y que el auto sea asegurado por la fabulosa cantidad de 100 millones de euros contra daños a terceros.

¡Qué no darían el gobierno griego porque un valeroso compatriota se dejara atropellar por MadeInGerman, y cobrar la jugosa póliza! Pasamos por la Ópera de Berlín, por la Universidad Técnica y cruzamos el Tiergarten. A la distancia se dibuja la Columna de la Victoria, casi una réplica del Ángel de la Independencia, y hacia el fondo la Puerta de Brandenburgo. Pero ni la mano invisible puede poner en orden a los conductores hooligans, como uno que al cortarnos el paso obliga a nuestro chofer de emergencia a bajar la velocidad en seco. Los satélites GPS, como en la astrología, parecen en cierto momento no estar en conjunción apropiada y el auto da un volantazo para rectificar su posición sobre la carpeta asfáltica. Nos movemos suavemente, con la excepción de estos contratiempos a los que ya están acostumbrados los dos doctorantes. Para eso están ahí: para observar el auto, sacar conclusiones y modificar al sistema eliminando errores y perfeccionando el software.

¡Últimas pruebas antes de la presentación oficial del vehículo, dentro de unos días! Hoy, una semana después de mi aventura, desde Ámsterdam escucho en las noticias berlinesas que MadeInGermany ha sido exhibido a la prensa local. Que logró recorrer durante las pruebas 80 kilómetros en las calles de Berlín. Y que el profesor Rojas ya sueña con taxis que en el futuro nos llevarán de un punto a otro de la ciudad, de a dos o tres personas juntas, para así reducir el número de vehículos en las calles. Sus simulaciones del tráfico berlinés muestran que con 10 por ciento de los autos se podría transportar a toda la ciudad, sin pérdida de movilidad e incluso más rápido, ya que desaparecerían los embotellamientos. Los autos verdes del futuro –dice– son los autos compartidos, que incansablemente transportan pasajeros 24 horas al día, con interrupciones sólo para cargar combustible… en sus baterías eléctricas.

Abandono Berlín y regreso a México vía Ámsterdam. Y pienso: la utopía tecnológica tiene que dar paso a la dura realidad de los vuelos en clase turista. En el avión sigo pensando en la gran paradoja de una Europa donde la mano invisible tecnológica mueve ya autos con seguridad, mientras que la mano invisible económica empuja a países como Grecia hacia el despeñadero de la deflación y la eventual quiebra. Sin duda.