Cumplir el canje se ha vuelto prioridad del IAAM-DF
Domingo 18 de septiembre de 2011, p. 32
Para cerca de medio millón de habitantes de la ciudad con 68 años y más en su calendario, despertar cada día con la zozobra de perder la dignidad que les devolvió la tarjeta con la que pueden satisfacer sus necesidades resulta tan preocupante como los achaques de su edad.
El tiempo y el uso ha gastado la banda magnética del plástico y en cualquier momento podrían ser rechazados.
Darle vida a ese instrumento representa un trabajo de más de ocho horas al día. Labor de logística, de papeleo, pero sobre todo de voluntad, de ir a la calle a renovar el sentido de vivir, de ser alguien
, como lo describe uno de sus derechohabientes. Trazar la ruta para el remplazo del plástico de la tarjeta de la pensión alimentaria, que ahora es un derecho para los adultos de 68 años y más, se convirtió en una obsesión para el Instituto para la Atención de los Adultos Mayores (IAAM-DF), que le llevó meses cristalizar.
De marzo a la fecha se han efectuado más de 170 actos en 15 explanadas durante los cuales se han cambiado más de 300 mil plásticos, y cuya organización comienza una noche antes. La directora del instituto, Rosa Icela Rodríguez Velázquez, debe revisar que los padrones sean correctos, que los datos que aparecen en las tarjetas correspondan al beneficiario, y muchas veces, advierten sus colaboradores, el trabajo empieza en pijama.
Ante la fragilidad de los derechohabientes, como parte de la logística, se previó que la entrega no tarde más de 30 minutos y que todos estén sentados. La instrucción de Rodríguez Velázquez fue clara: las educadoras son las que tendrán que ir a cada lugar y cambiar el plástico.
En ese lapso la directora del IAAM-DF comienza una charla con los adultos y adultas mayores, sobre todos los derechos que tienen por ley además de la tarjeta, como las visitas médicas domiciliarias, los medicamentos y transporte público gratuitos.
Les recomienda denunciar si alguien los maltrata o les quiere quitar sus cosas. No están solos
, remata.
Un grupo de personas, en su mayoría mujeres, la rodea. Le solicitan sillas de ruedas, bastones o aparatos auditivos. Ella consulta a sus colaboradores y si tiene el material se los da. Otras le cuentan sus problemas y le piden un consejo.
En la mejilla de una señora, de más de 70 años, se puede ver un moretón. Rodríguez Velázquez la escucha.
En un costado de la explanada se improvisa una oficina adonde acuden los directores de cada área, quienes presentan un reporte de la parte administrativa.
A la par que se renuevan las tarjetas, cada día se reciben nuevas solicitudes para acceder a la pensión, se revisa el reporte de cuántas bajas y altas se tuvieron al mes; los casos especiales que se reportaron al instituto, y se prepara algún espectáculo especial para los derechohabientes.
Por la tarde, Rodríguez Velázquez atiende las demandas de los vecinos de unidades habitacionales, sobre todo de alta y muy alta marginación.
Algunas veces entrega apoyos a población en vulnerabilidad; en otras, supervisa que la pintura que se les dio haya sido utilizada para pintar las fachadas o áreas comunes. E inicia la planeación de la siguiente jornada.