El futuro del campo según Monsanto
Adelita San Vicente Tello
ILUSTRACIÓN: DeesIllustration |
Todo mi cariño y esperanza a Enrique Pérez,
motor de esta Jornada del Campo,
ante la irreparable pérdida de su madre.
Escuchamos con frecuencia que en
los próximos años se requerirá alimentar
a una población en constante
crecimiento.
En esa lógica, Monsanto difunde un anuncio en varios medios, en donde señala: “Se
estima que para el año 2050, la población
mundial será de más de nueve mil millones
de personas. Expertos pronostican la necesidad
de duplicar la producción de alimentos
para satisfacer a una población creciente”.
Pero la realidad nos demuestra que aun
cuando aumenta la producción de alimentos
el hambre persiste.
Buen ejemplo en estos días son las dramáticas
fotografías de niños al borde de la muerte
por inanición en Somalia, país que sufre una
hambruna creciente y que empeora ante la
falta de ayuda internacional. Al tiempo, golpea
el estudio de este año de la Organización
de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura (FAO) que señala que una
tercera parte de los alimentos del mundo se
desperdicia. Esto significa toneladas que paran
en los tiraderos de basura, o que se tiran
al fondo del mar para evitar caídas de precios,
lo cual genera problemas de desechos,
amén del costo de producción inútil.
Lo lógico sería enviar el excedente de alimentos
de algunos países hacia aquellos que
lo requieran. Pero no ocurre así; en este extraño
mundo conviven la carencia y la abundancia.
Crece el hambre y la desnutrición
en paralelo a la obesidad. Así, el problema
del hambre no se debe a la falta de alimentos
sino a la mala distribución.
La situación, que cobra tintes de perversidad,
se presenta porque los alimentos se han
convertido en mercancías que dependen de
las reglas del mercado, con lo cual su producción
y distribución están determinadas
por los intereses económicos de unos cuantos
que hoy lucran con una de las necesidades
básicas de la humanidad.
Por ello, es una falacia decir que el problema
del hambre se solucionará aumentando
la producción con alternativas tecnológicas.
Más de medio siglo de revolución verde lo ha
demostrado: aun cuando se aumente la producción,
los excedentes se acumulan y no se
reparten de manera equitativa.
La forma de producción llamada industrial
permitió la aparición de nuevos actores en la
producción de variedades híbridas: investigadores,
instituciones estatales y privadas responsables
de su producción. La industria que
durante la Segunda Guerra Mundial creó y
fabricó explosivos, gases y defoliadores, se
transformó en la industria química productora
de fertilizantes, plaguicidas y herbicidas. Las compañías Dow, DuPont y Monsanto
ingresaron a estos mercados nuevos con una
gran potencia económica y política. En términos
económicos los beneficiados fueron
estas empresas y los intermediarios.
La verdadera revolución ha sido abrir los ojos a
la ecología. A partir de la “primavera silenciosa”,
se señalaron las graves consecuencias que esta
agricultura tenía para los seres vivos del planeta:
uso de agroquímicos (se ha demostrado crecientemente
las graves consecuencias que tienen,
sobre todo en los embriones y en los niños) y de
fertilizantes (causantes de la emisión de gases con
efecto invernadero y la eutroficación de los mares
y ríos); el uso excesivo de agua dulce, y muchas
más situaciones que hoy nos obligan a replantearnos
la llamada agricultura industrializada.
Hoy se señala que este modelo de producción
de alimentos es el mayor causante de la
producción de gases con efecto invernadero.
Cuando Monsanto anuncia con una linda
foto de una gota de lluvia: “Necesitamos tomar
más de cada gota de agua de riego”. Y
dice “En Monsanto estamos desarrollando
semillas de alta tecnología, para que el agricultor
pueda producir más alimento, usando
hasta un 33 por ciento menos de agua y así
aproveche cada gota de lluvia”, claramente
nos demuestra que sus alternativas están inscritas
en el mismo círculo vicioso de la agricultura
industrial: riego y tecnología.
Pero analicemos sus tan anunciadas variedades
resistentes a la sequía, que según
ellos contenderán con el cambio climático y
acabarán el hambre. En principio, es fundamental
comprender que la respuesta de las
plantas a condiciones de sequía involucra
múltiples genes, es decir es poligénica y es
difícil de intervenir con ingeniería sistemas
tan complejos. Aún más complejo es el aumento
de rendimientos. Éste responde no
sólo a factores genéticos; involucra también
variables externas como clima, suelos, prácticas
agrícolas, etcétera.
Por ello no es de extrañar que en las conferencias
donde las trasnacionales anuncian
sus supuestos avances tecnológicos como
aquella en que “Científicos de Monsanto
y de BASF anuncian el descubrimiento de
un gen que confiere tolerancia a la sequía
en plantas de maíz”, al final del boletín de
prensa en letras pequeñas dicen “Advertencia
sobre información respecto de expectativas
futuras: (…) como estas declaraciones
se basan en factores que involucran riesgos
e incertidumbres, el desempeño y los resultados
reales de la empresa pueden diferir
considerablemente de los descritos en dichas
declaraciones o implícitos en ellas. Los factores
que podrían causar o contribuir a tales
diferencias son, entre otros: el éxito de las actividades
de investigación de desarrollo de las
empresas (….)”. Así lo menciona un comunicado
de Monsanto de 2009.
Empezamos entonces a entender que más
que ser una preocupación, “el hambre es un
negocio. El capitalismo (…) ratifica la continuidad
de la devastación del medio ambiente,
la irracional explotación de los recursos no
renovables y la pauperización de la vida de los
que son millones. Y, al mismo tiempo, vende
productos para saciar el hambre que impulsa
y multiplica. La perversión llevada al extremo.
La creación de masas de empobrecidos
para que luego sean los Estados nacionales
los clientes que compren productos para responder
a esas demandas mínimas. Entre los
que piensan el futuro y los negocios del mañana
a partir del hambre de los que son más
en esta cápsula espacial llamada Tierra, están
las grandes multinacionales de la semillas y
los agroquímicos, como Monsanto”. (Del Frade
Carlos, 2011. Los negocios de Monsanto.
Agencia de Noticias de Niñez y Juventud Pelota
de Trapo, http://su.pr/1ad334)
Regresando a su publicidad que recorre el
mundo, Monsato dice “La agricultura no
irrigada (de temporal para nosotros) produce
el 60 por ciento de los alimentos del mundo”.
También es esta agricultura la que ha desarrollado
las variedades mejor adaptadas a las
condiciones extremas, son estos agricultores
los que mantienen por vía oral conocimientos
milenarios que han generado la biodiversidad
que hoy gozamos en nuestra alimentación y
en buena parte de la farmacéutica.
Esta agricultura no sólo ha resistido; ha innovado,
ha aprendido a convivir y a utilizar algunas
herramientas de la agricultura industrial. Mantiene
sistemas como la milpa y la chinampa
que son ejemplos de sistemas sustentables que
conviven en un equilibrio ecológico perfecto.
Esta agricultura, que a pesar del embate sigue
dándonos de comer manteniendo bienes y servicios
ambientales, como el agua y el oxígeno,
nos dota de insumos básicos: madera, algodón
y ahora agrocombustibles. En su entorno se
creó, subsiste y se reproduce una cultura que
hoy es una alternativa a la crisis que vivimos.
Tal vez, como planteaba una mujer guaraní:
“¡Debemos elegir entre ser una República de
la soja o una del choclo (maíz)!”. A la humanidad
nos toca elegir entre ser alimentados
por campesinos o por empresas, bajo los preceptos
de comunalidad o los del capitalismo,
buscando la sustentabilidad o la ganancia, el
futuro o el fin del planeta.
Semillas de Vida, AC
[email protected]
Agricultura campesina agricultura
comercial ¿un dilema?
FOTO: Excellent development |
Luis Fernando Haro Encinas
Para entender el supuesto dilema
entre la agricultura campesina y la
comercial es necesario analizar diferentes
factores vinculados con las necesidades
y servicios básicos de la población.
Un estudio del Consejo Nacional de Evaluación
de la Política de Desarrollo Social (Coneval)
en 2008 concluyó que en 25 estados
de la República Mexicana entre 4.7 y diez
por ciento de los hogares enfrentaban inseguridad
alimentaria; en seis estados, entre
diez y 15 por ciento, y en el estado restante,
Tabasco, entre 15 y 20 por ciento. Hacia el
2010, nueve entidades mostraron un aumento
significativo en este porcentaje, mientras
que sólo dos registraron disminución. Además,
según el Coneval, a partir del 2007 se
revirtió la tendencia en la reducción de la
pobreza que se venía observando desde 1997.
La pobreza rural casi duplica la registrada en
zonas urbanas, según datos de 2008 del Instituto
Nacional de Geografía y Estadística (Inegi).
Adicionalmente, más de 95 por ciento de la
población rural tiene al menos una carencia social,
de acuerdo con la nueva metodología para
la medición de la pobreza del Coneval.
Destaca el rezago educativo, que es una barrera
al desarrollo y afecta especialmente a
la población rural. Un tercio de los jefes de
hogares rurales son analfabetas (el doble que
en las zonas urbanas).
Por otra parte, en México 75 por ciento de las
unidades de producción rural (UPR) corresponden
a la pequeña agricultura, misma que
utiliza una cantidad importante de recursos
productivos, juega un papel fundamental en
el abastecimiento de alimentos en los mercados
locales y contribuye a mitigar los riesgos
potenciales de inseguridad alimentaria de muchas
familias en situación de vulnerabilidad.
Además, en nuestro país la productividad
agropecuaria es muy reducida: De acuerdo
con el Banco Mundial es de tres mil 22 dólares
anuales por trabajador en México, en comparación
con el rango de 20 a 40 mil dólares en
países desarrollados, lo que nos ubica incluso
por debajo de naciones de América Latina
como Brasil, Costa Rica, Chile y Argentina.
La estructura agraria de México es uno de
los principales problemas en materia productiva,
agudizado por la escasa organización. La
producción en pequeña escala genera dificultades
para brindar a los campesinos un ingreso
suficiente para satisfacer las necesidades de
una familia; de esta manera, ante un campo
atomizado y con insuficientes ingresos, los
jóvenes emigran quedando una proporción
mayor de mujeres y adultos mayores.
Además, el fraccionamiento de la tierra ha
continuando con las herencias y con la barrera
que implica no contar con el dominio pleno
de la propiedad, favoreciendo el seguir siendo
minifundista. Lo anterior conlleva que en
México el promedio de área cultivada por unidad
de producción sea de ocho hectáreas, y de
sólo 2.1 en 60 por ciento de las UPR, mientras
que en Estados Unidos, que es nuestro principal
competidor, es de 176.1 hectáreas.
Asimismo, está el tema de la falta de valor agregado en la producción primaria, la cual
está concentrada en los productos de menor
aprecio comercial: el 70 por de la superficie
cosechada corresponde a cereales y forrajes,
y el valor de su producción representa sólo el
42.7 por ciento del total, mientras que la superficie
cosechada de frutas y hortalizas cubre
el 9.9 por ciento del área total, pero el valor de
su producción es el 36.2 por ciento del total.
Por otra parte, la baja escala de producción
limita la generación de ingresos y la rentabilidad
y favorece el rentismo: Un estudio de
Procampo, hecho en 2007, reveló que 42.2 por
ciento de la superficie trabajada es rentada.
Además, parte de la problemática que enfrentan
los sectores productivos del país está ligada
a la falta de organización económica ya que,
aun cuando algunas empresas cuentan con
esquemas organizativos sólidos, son las menos.
Para hacer frente a toda esta problemática se
requieren instrumentos diferenciados para
la atención de la agricultura campesina y
para la comercial. En el caso de los programas
gubernamentales de apoyo, se requiere que algunos
estén orientados al soporte asistencial y
otros al fomento productivo. Deben ser prioritarias
las políticas que generen alternativas de
empleo en las áreas rurales y las que favorezcan
la generación de economías de escala.
Aun cuando el agro es la principal actividad
económica del medio rural, es incapaz de generar
suficiente empleo para toda la población
que lo habita (casi una cuarta parte del total
nacional). En el caso de las economías de escala,
es necesario adecuar el marco jurídico
para tener plena certidumbre de la propiedad.
El insuficiente grado de organización y de
compactación de tierras representa un freno.
El papel de los esquemas organizativos, particularmente
de cara a la concentración en las
cadenas de alimentos, es el de generar economías
de escala para el aprovisionamiento
de insumos a precios más competitivos y dar
mayor poder de negociación en la comercialización
de la producción. Asimismo, ofertar
mayor volumen y con mayor valor agregado,
y permitir el acceso al financiamiento a tasas
más favorables y la adquisición de bienes de
capital y tecnología de punta.
Otras recomendaciones en ámbitos de acción
prioritarios de la política pública para atender
la agricultura campesina son la dinamización
de los mercados internos, por medio del estímulo
productivo a la pequeña agricultura; el
desarrollo de mercados agroalimentarios; la gestión
de riesgos por medio de apoyos gubernamentales;
el desarrollo de capacidades técnicoproductivas
y empresariales de los productores
rurales, y una política que impulse los servicios
de capacitación y asistencia técnica profesional
y especializada a los productores y que, por lo
tanto, aumente las probabilidades de éxito.
También hace falta una agenda de política
pública con atención a la pequeña agricultura
que refuerce una visión de fomento productivo
y mayor inserción en los mercados.
Y se necesita mejorar el Estado de derecho, debido a que el actual no ofrece certidumbre
a las inversiones, afecta el valor de los activos e
incentiva los conflictos por la tierra: en México
existen 22 estados con niveles alto y medio
de riesgo de conflictos agrarios, de acuerdo
con la Secretaría de Reforma Agraria.
Datos de un estudio del Instituto Mexicano
para la Competitividad (Imco) reflejan que
el valor de una hectárea ejidal que no tiene
dominio pleno es aproximadamente 15 por
ciento inferior a una que sí lo tiene. Además,
contrario a lo que se esperaría, y de acuerdo
con el Inegi (Censo del 2007), la propiedad
social ha estado creciendo y sigue representado
más del 50 por ciento del total de la tierra.
Por todo lo anterior, es necesario incentivar la
escala de producción; definir claramente los
derechos de propiedad; bajar costos notariales
para transitar al dominio pleno y la unificación
del Registro Público de la Propiedad.
En general, es necesario atender las restricciones
tecnológicas, económicas, institucionales
y ambientales que enfrenta la pequeña
agricultura, de modo que ésta contribuya a
incrementar la oferta local de alimentos, reducir
la vulnerabilidad de las familias rurales
ante la inseguridad alimentaria, mejorar el
ingreso de las familias para superar la pobreza
rural y mitigar los impactos ambientales
de la actividad agropecuaria.
En el caso de la agricultura comercial se requieren
otro tipo de apoyos, orientados al fomento
productivo y a la productividad, que le
permita competir en condiciones más equitativas
con las importaciones que provienen de otras
naciones, principalmente desarrolladas, en las
cuales se otorgan apoyos importantes al campo.
Por lo anterior, el tema de las diferentes escalas
de producción no se trata de un dilema entre
una agricultura y la otra; se trata de identificar
las diferentes necesidades de cada uno
de ellas, para su debida atención con los instrumentos
pertinentes y reconociendo que, en
primera instancia, se debe dar plena atención
a las demandas básicas de la población, como
lo es la alimentación, salud y educación.
Habría que decir que las UPR, más que dividirse
en campesina y comercial, se clasifican por lo
menos en tres rubros: productores de autoconsumo;
productores con potencial productivo o
de transición, con posibilidades de insertarse de
lleno en el mercado, y productores plenamente
orientados al mercado. Todos son importantes
y, como ya se señaló, requieren un tratamiento
diferenciado para su atención y apoyo.
Director general del Consejo
Nacional Agropecuario (CNA) |
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¿Qué queremos para el campo?
|
Abel Barrera Hernández
Director del Centro de Derechos HUmanos de la Montaña Tlachinollan, y premio Derechos Humanos 2011 de Amnistía Internacional
1) En la región de la Montaña de Guerrero,
que ha sido una de las más golpeadas del
país, en verdad esa forma de mantener
en el olvido al campo, y en especial a los
pequeños productores, lo que está generando
es, primero, una situación de hambruna
sin precedentes y cada vez mayor;
también, una mayor presión de migrantes
hacia los campos de Sinaloa e intentos que
están haciendo los jóvenes de cruzar la
frontera. Todo esto, propiciado por el olvido,
políticas privatizadoras y trato discriminatorio,
genera una situación de mayor
desesperación y mayor pobreza, pero no
hay una esperanza en el corto plazo, no
se ven formas de contener esta espiral de
muerte que se está dando en el campo. Lo
que ocurre es que hay una mayor confrontación
de los pueblos, de las organizaciones
con las autoridades, con los gobiernos.
Cada vez la movilización es más generalizada;
la inconformidad está extendida,
aunque los más afectados son los campesinos
y los pequeños productores que
viven del temporal. La crisis está tocando
fondo y puede devenir en estallidos.
2) Hay que volver a ver al campo en términos
de inversión, sobre todo de generar
condiciones para el desarrollo autogestivo
y para garantizar la autosufi ciencia alimentaria.
Mientras tengamos pueblos que están
peleándose por el fertilizante porque no hay
maíz; mientras no haya la recuperación de
toda la gama de conocimiento y cultura que
tiene la agricultura campesina, que es autosuficiente y que es capaz de garantizar una
vida digna; mientras no haya una vuelta a la
cultura de las capacidades locales, y mientras
no se apueste por los pequeños productores
y ante todo por tener la garantía de
que haya alimentos suficientes para la gente
más pobre, estaremos perdiéndonos en al
camino. Seguiremos importando granos y
alentando inversiones con tecnología de
punta que desplaza los saberes tradicionales;
seguiremos sin garantizar el primer piso
de la subsistencia de los pueblos, y como
país estaremos abonando más a una violencia
que se genera desde el mismo Estado,
por políticas etnocidas y anticampesinas.
3) La apuesta que hacemos es por el fortalecimiento
de las iniciativas locales, autogestivas, por el empoderamiento de los
pueblos para que sean sujetos de su propio
desarrollo; apoyamos la construcción de
un país diferente desde lo local. Es inviable
que desde arriba y sin la participación de los
campesinos y los indígenas se pueda construir
un país. Lo que estamos haciendo desde
nuestras pequeñas fuerzas es impulsar
las iniciativas locales de recuperación de conocimientos
en siembras tradicionales, en
defensa del maíz; apoyamos que la colectividad
pueda tener asegurada su tierra comunal,
con la defensa de los territorios, y sobre
todo de sus proyectos autogestivos como
pueblos, en la lucha contra los megaproyectos,
en tener varias formas de organización
para defender su hábitat, en tener redes de
comercialización alternativa para que esto
mismo dinamice la economía regional. |
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Alfonso Cebreros Murillo
Funcionario del Grupo Maseca (Gruma)
1) El campo enfrenta
grandes retos, pero también
tiene oportunidades
únicas que debemos aprovechar. Los precios
crecientes de alimentos, su mayor demanda
cuando los inventarios mundiales
están bajos y la oferta está sujeta a riesgos
climáticos, la necesidad de mejorar su calidad
e inocuidad, así como la posibilidad
que ofrece el comercio internacional hacen
factible e indispensable canalizar mayores
recursos públicos y privados a este
sector. Revalorizar el campo y elevar su
productividad son parte de la respuesta a
la crisis global que enfrentamos.
2) Que se le considere como elemento
básico de la estrategia de crecimiento
económico y de combate a la pobreza.
Esta se reduce más en la medida en que
el crecimiento se genere en el sector
agroalimentario, lo cual también ofrece
mayor estabilidad para enfrentar la volatilidad que vemos a nivel global. El factor
clave es contar con políticas públicas de
largo plazo, orientadas a crear cadenas
de valor eficientes en el campo, desde el
productor primario hasta el consumidor
final, formuladas de manera incluyente
por todos los actores del sector. Tan
necesario es producir mejor como distribuir
y comercializar los alimentos con
una logística y mercadotecnia más cercana
a las necesidades de la población.
3) De tiempo atrás, en Gruma trabajamos
en alianza con los productores, apoyando
principalmente a los pequeños para
que eleven su productividad, mejoren
sus prácticas agronómicas y de manejo
postcosecha. Promovemos esquemas de
ganar-ganar para ambas partes, ya que
la agroindustria, en una asociación de intereses
bien entendida, puede dinamizar
al campo y conectar con mayor eficiencia
a productores con los clientes finales
para mejorar las condiciones de abasto y
calidad. Esto cobra mayor relevancia en
la medida que persisten problemas de
seguridad alimentaria en el mundo. |
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