17 de septiembre de 2011     Número 48

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

El futuro del campo según Monsanto

Adelita San Vicente Tello


ILUSTRACIÓN: DeesIllustration

Todo mi cariño y esperanza a Enrique Pérez, motor de esta Jornada del Campo, ante la irreparable pérdida de su madre.

Escuchamos con frecuencia que en los próximos años se requerirá alimentar a una población en constante crecimiento.

En esa lógica, Monsanto difunde un anuncio en varios medios, en donde señala: “Se estima que para el año 2050, la población mundial será de más de nueve mil millones de personas. Expertos pronostican la necesidad de duplicar la producción de alimentos para satisfacer a una población creciente”.

Pero la realidad nos demuestra que aun cuando aumenta la producción de alimentos el hambre persiste.

Buen ejemplo en estos días son las dramáticas fotografías de niños al borde de la muerte por inanición en Somalia, país que sufre una hambruna creciente y que empeora ante la falta de ayuda internacional. Al tiempo, golpea el estudio de este año de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que señala que una tercera parte de los alimentos del mundo se desperdicia. Esto significa toneladas que paran en los tiraderos de basura, o que se tiran al fondo del mar para evitar caídas de precios, lo cual genera problemas de desechos, amén del costo de producción inútil.

Lo lógico sería enviar el excedente de alimentos de algunos países hacia aquellos que lo requieran. Pero no ocurre así; en este extraño mundo conviven la carencia y la abundancia. Crece el hambre y la desnutrición en paralelo a la obesidad. Así, el problema del hambre no se debe a la falta de alimentos sino a la mala distribución.

La situación, que cobra tintes de perversidad, se presenta porque los alimentos se han convertido en mercancías que dependen de las reglas del mercado, con lo cual su producción y distribución están determinadas por los intereses económicos de unos cuantos que hoy lucran con una de las necesidades básicas de la humanidad.

Por ello, es una falacia decir que el problema del hambre se solucionará aumentando la producción con alternativas tecnológicas. Más de medio siglo de revolución verde lo ha demostrado: aun cuando se aumente la producción, los excedentes se acumulan y no se reparten de manera equitativa.

La forma de producción llamada industrial permitió la aparición de nuevos actores en la producción de variedades híbridas: investigadores, instituciones estatales y privadas responsables de su producción. La industria que durante la Segunda Guerra Mundial creó y fabricó explosivos, gases y defoliadores, se transformó en la industria química productora de fertilizantes, plaguicidas y herbicidas. Las compañías Dow, DuPont y Monsanto ingresaron a estos mercados nuevos con una gran potencia económica y política. En términos económicos los beneficiados fueron estas empresas y los intermediarios.

La verdadera revolución ha sido abrir los ojos a la ecología. A partir de la “primavera silenciosa”, se señalaron las graves consecuencias que esta agricultura tenía para los seres vivos del planeta: uso de agroquímicos (se ha demostrado crecientemente las graves consecuencias que tienen, sobre todo en los embriones y en los niños) y de fertilizantes (causantes de la emisión de gases con efecto invernadero y la eutroficación de los mares y ríos); el uso excesivo de agua dulce, y muchas más situaciones que hoy nos obligan a replantearnos la llamada agricultura industrializada.

Hoy se señala que este modelo de producción de alimentos es el mayor causante de la producción de gases con efecto invernadero.

Cuando Monsanto anuncia con una linda foto de una gota de lluvia: “Necesitamos tomar más de cada gota de agua de riego”. Y dice “En Monsanto estamos desarrollando semillas de alta tecnología, para que el agricultor pueda producir más alimento, usando hasta un 33 por ciento menos de agua y así aproveche cada gota de lluvia”, claramente nos demuestra que sus alternativas están inscritas en el mismo círculo vicioso de la agricultura industrial: riego y tecnología.

Pero analicemos sus tan anunciadas variedades resistentes a la sequía, que según ellos contenderán con el cambio climático y acabarán el hambre. En principio, es fundamental comprender que la respuesta de las plantas a condiciones de sequía involucra múltiples genes, es decir es poligénica y es difícil de intervenir con ingeniería sistemas tan complejos. Aún más complejo es el aumento de rendimientos. Éste responde no sólo a factores genéticos; involucra también variables externas como clima, suelos, prácticas agrícolas, etcétera.

Por ello no es de extrañar que en las conferencias donde las trasnacionales anuncian sus supuestos avances tecnológicos como aquella en que “Científicos de Monsanto y de BASF anuncian el descubrimiento de un gen que confiere tolerancia a la sequía en plantas de maíz”, al final del boletín de prensa en letras pequeñas dicen “Advertencia sobre información respecto de expectativas futuras: (…) como estas declaraciones se basan en factores que involucran riesgos e incertidumbres, el desempeño y los resultados reales de la empresa pueden diferir considerablemente de los descritos en dichas declaraciones o implícitos en ellas. Los factores que podrían causar o contribuir a tales diferencias son, entre otros: el éxito de las actividades de investigación de desarrollo de las empresas (….)”. Así lo menciona un comunicado de Monsanto de 2009.

Empezamos entonces a entender que más que ser una preocupación, “el hambre es un negocio. El capitalismo (…) ratifica la continuidad de la devastación del medio ambiente, la irracional explotación de los recursos no renovables y la pauperización de la vida de los que son millones. Y, al mismo tiempo, vende productos para saciar el hambre que impulsa y multiplica. La perversión llevada al extremo. La creación de masas de empobrecidos para que luego sean los Estados nacionales los clientes que compren productos para responder a esas demandas mínimas. Entre los que piensan el futuro y los negocios del mañana a partir del hambre de los que son más en esta cápsula espacial llamada Tierra, están las grandes multinacionales de la semillas y los agroquímicos, como Monsanto”. (Del Frade Carlos, 2011. Los negocios de Monsanto. Agencia de Noticias de Niñez y Juventud Pelota de Trapo, http://su.pr/1ad334)

Regresando a su publicidad que recorre el mundo, Monsato dice “La agricultura no irrigada (de temporal para nosotros) produce el 60 por ciento de los alimentos del mundo”.

También es esta agricultura la que ha desarrollado las variedades mejor adaptadas a las condiciones extremas, son estos agricultores los que mantienen por vía oral conocimientos milenarios que han generado la biodiversidad que hoy gozamos en nuestra alimentación y en buena parte de la farmacéutica.

Esta agricultura no sólo ha resistido; ha innovado, ha aprendido a convivir y a utilizar algunas herramientas de la agricultura industrial. Mantiene sistemas como la milpa y la chinampa que son ejemplos de sistemas sustentables que conviven en un equilibrio ecológico perfecto. Esta agricultura, que a pesar del embate sigue dándonos de comer manteniendo bienes y servicios ambientales, como el agua y el oxígeno, nos dota de insumos básicos: madera, algodón y ahora agrocombustibles. En su entorno se creó, subsiste y se reproduce una cultura que hoy es una alternativa a la crisis que vivimos.

Tal vez, como planteaba una mujer guaraní: “¡Debemos elegir entre ser una República de la soja o una del choclo (maíz)!”. A la humanidad nos toca elegir entre ser alimentados por campesinos o por empresas, bajo los preceptos de comunalidad o los del capitalismo, buscando la sustentabilidad o la ganancia, el futuro o el fin del planeta.

Semillas de Vida, AC [email protected]

Agricultura campesina agricultura
comercial ¿un dilema?


FOTO: Excellent development

Luis Fernando Haro Encinas

Para entender el supuesto dilema entre la agricultura campesina y la comercial es necesario analizar diferentes factores vinculados con las necesidades y servicios básicos de la población.

Un estudio del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) en 2008 concluyó que en 25 estados de la República Mexicana entre 4.7 y diez por ciento de los hogares enfrentaban inseguridad alimentaria; en seis estados, entre diez y 15 por ciento, y en el estado restante, Tabasco, entre 15 y 20 por ciento. Hacia el 2010, nueve entidades mostraron un aumento significativo en este porcentaje, mientras que sólo dos registraron disminución. Además, según el Coneval, a partir del 2007 se revirtió la tendencia en la reducción de la pobreza que se venía observando desde 1997.

La pobreza rural casi duplica la registrada en zonas urbanas, según datos de 2008 del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi). Adicionalmente, más de 95 por ciento de la población rural tiene al menos una carencia social, de acuerdo con la nueva metodología para la medición de la pobreza del Coneval.

Destaca el rezago educativo, que es una barrera al desarrollo y afecta especialmente a la población rural. Un tercio de los jefes de hogares rurales son analfabetas (el doble que en las zonas urbanas).

Por otra parte, en México 75 por ciento de las unidades de producción rural (UPR) corresponden a la pequeña agricultura, misma que utiliza una cantidad importante de recursos productivos, juega un papel fundamental en el abastecimiento de alimentos en los mercados locales y contribuye a mitigar los riesgos potenciales de inseguridad alimentaria de muchas familias en situación de vulnerabilidad.

Además, en nuestro país la productividad agropecuaria es muy reducida: De acuerdo con el Banco Mundial es de tres mil 22 dólares anuales por trabajador en México, en comparación con el rango de 20 a 40 mil dólares en países desarrollados, lo que nos ubica incluso por debajo de naciones de América Latina como Brasil, Costa Rica, Chile y Argentina.

La estructura agraria de México es uno de los principales problemas en materia productiva, agudizado por la escasa organización. La producción en pequeña escala genera dificultades para brindar a los campesinos un ingreso suficiente para satisfacer las necesidades de una familia; de esta manera, ante un campo atomizado y con insuficientes ingresos, los jóvenes emigran quedando una proporción mayor de mujeres y adultos mayores.

Además, el fraccionamiento de la tierra ha continuando con las herencias y con la barrera que implica no contar con el dominio pleno de la propiedad, favoreciendo el seguir siendo minifundista. Lo anterior conlleva que en México el promedio de área cultivada por unidad de producción sea de ocho hectáreas, y de sólo 2.1 en 60 por ciento de las UPR, mientras que en Estados Unidos, que es nuestro principal competidor, es de 176.1 hectáreas.

Asimismo, está el tema de la falta de valor agregado en la producción primaria, la cual está concentrada en los productos de menor aprecio comercial: el 70 por de la superficie cosechada corresponde a cereales y forrajes, y el valor de su producción representa sólo el 42.7 por ciento del total, mientras que la superficie cosechada de frutas y hortalizas cubre el 9.9 por ciento del área total, pero el valor de su producción es el 36.2 por ciento del total.

Por otra parte, la baja escala de producción limita la generación de ingresos y la rentabilidad y favorece el rentismo: Un estudio de Procampo, hecho en 2007, reveló que 42.2 por ciento de la superficie trabajada es rentada.

Además, parte de la problemática que enfrentan los sectores productivos del país está ligada a la falta de organización económica ya que, aun cuando algunas empresas cuentan con esquemas organizativos sólidos, son las menos.

Para hacer frente a toda esta problemática se requieren instrumentos diferenciados para la atención de la agricultura campesina y para la comercial. En el caso de los programas gubernamentales de apoyo, se requiere que algunos estén orientados al soporte asistencial y otros al fomento productivo. Deben ser prioritarias las políticas que generen alternativas de empleo en las áreas rurales y las que favorezcan la generación de economías de escala.

Aun cuando el agro es la principal actividad económica del medio rural, es incapaz de generar suficiente empleo para toda la población que lo habita (casi una cuarta parte del total nacional). En el caso de las economías de escala, es necesario adecuar el marco jurídico para tener plena certidumbre de la propiedad.

El insuficiente grado de organización y de compactación de tierras representa un freno. El papel de los esquemas organizativos, particularmente de cara a la concentración en las cadenas de alimentos, es el de generar economías de escala para el aprovisionamiento de insumos a precios más competitivos y dar mayor poder de negociación en la comercialización de la producción. Asimismo, ofertar mayor volumen y con mayor valor agregado, y permitir el acceso al financiamiento a tasas más favorables y la adquisición de bienes de capital y tecnología de punta.

Otras recomendaciones en ámbitos de acción prioritarios de la política pública para atender la agricultura campesina son la dinamización de los mercados internos, por medio del estímulo productivo a la pequeña agricultura; el desarrollo de mercados agroalimentarios; la gestión de riesgos por medio de apoyos gubernamentales; el desarrollo de capacidades técnicoproductivas y empresariales de los productores rurales, y una política que impulse los servicios de capacitación y asistencia técnica profesional y especializada a los productores y que, por lo tanto, aumente las probabilidades de éxito.

También hace falta una agenda de política pública con atención a la pequeña agricultura que refuerce una visión de fomento productivo y mayor inserción en los mercados.

Y se necesita mejorar el Estado de derecho, debido a que el actual no ofrece certidumbre a las inversiones, afecta el valor de los activos e incentiva los conflictos por la tierra: en México existen 22 estados con niveles alto y medio de riesgo de conflictos agrarios, de acuerdo con la Secretaría de Reforma Agraria.

Datos de un estudio del Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco) reflejan que el valor de una hectárea ejidal que no tiene dominio pleno es aproximadamente 15 por ciento inferior a una que sí lo tiene. Además, contrario a lo que se esperaría, y de acuerdo con el Inegi (Censo del 2007), la propiedad social ha estado creciendo y sigue representado más del 50 por ciento del total de la tierra.

Por todo lo anterior, es necesario incentivar la escala de producción; definir claramente los derechos de propiedad; bajar costos notariales para transitar al dominio pleno y la unificación del Registro Público de la Propiedad.

En general, es necesario atender las restricciones tecnológicas, económicas, institucionales y ambientales que enfrenta la pequeña agricultura, de modo que ésta contribuya a incrementar la oferta local de alimentos, reducir la vulnerabilidad de las familias rurales ante la inseguridad alimentaria, mejorar el ingreso de las familias para superar la pobreza rural y mitigar los impactos ambientales de la actividad agropecuaria.

En el caso de la agricultura comercial se requieren otro tipo de apoyos, orientados al fomento productivo y a la productividad, que le permita competir en condiciones más equitativas con las importaciones que provienen de otras naciones, principalmente desarrolladas, en las cuales se otorgan apoyos importantes al campo.

Por lo anterior, el tema de las diferentes escalas de producción no se trata de un dilema entre una agricultura y la otra; se trata de identificar las diferentes necesidades de cada uno de ellas, para su debida atención con los instrumentos pertinentes y reconociendo que, en primera instancia, se debe dar plena atención a las demandas básicas de la población, como lo es la alimentación, salud y educación.

Habría que decir que las UPR, más que dividirse en campesina y comercial, se clasifican por lo menos en tres rubros: productores de autoconsumo; productores con potencial productivo o de transición, con posibilidades de insertarse de lleno en el mercado, y productores plenamente orientados al mercado. Todos son importantes y, como ya se señaló, requieren un tratamiento diferenciado para su atención y apoyo.

Director general del Consejo Nacional Agropecuario (CNA)

¿Qué queremos para el campo?

Abel Barrera Hernández

Director del Centro de Derechos HUmanos de la Montaña Tlachinollan, y premio Derechos Humanos 2011 de Amnistía Internacional

1) En la región de la Montaña de Guerrero, que ha sido una de las más golpeadas del país, en verdad esa forma de mantener en el olvido al campo, y en especial a los pequeños productores, lo que está generando es, primero, una situación de hambruna sin precedentes y cada vez mayor; también, una mayor presión de migrantes hacia los campos de Sinaloa e intentos que están haciendo los jóvenes de cruzar la frontera. Todo esto, propiciado por el olvido, políticas privatizadoras y trato discriminatorio, genera una situación de mayor desesperación y mayor pobreza, pero no hay una esperanza en el corto plazo, no se ven formas de contener esta espiral de muerte que se está dando en el campo. Lo que ocurre es que hay una mayor confrontación de los pueblos, de las organizaciones con las autoridades, con los gobiernos. Cada vez la movilización es más generalizada; la inconformidad está extendida, aunque los más afectados son los campesinos y los pequeños productores que viven del temporal. La crisis está tocando fondo y puede devenir en estallidos.

2) Hay que volver a ver al campo en términos de inversión, sobre todo de generar condiciones para el desarrollo autogestivo y para garantizar la autosufi ciencia alimentaria. Mientras tengamos pueblos que están peleándose por el fertilizante porque no hay maíz; mientras no haya la recuperación de toda la gama de conocimiento y cultura que tiene la agricultura campesina, que es autosuficiente y que es capaz de garantizar una vida digna; mientras no haya una vuelta a la cultura de las capacidades locales, y mientras no se apueste por los pequeños productores y ante todo por tener la garantía de que haya alimentos suficientes para la gente más pobre, estaremos perdiéndonos en al camino. Seguiremos importando granos y alentando inversiones con tecnología de punta que desplaza los saberes tradicionales; seguiremos sin garantizar el primer piso de la subsistencia de los pueblos, y como país estaremos abonando más a una violencia que se genera desde el mismo Estado, por políticas etnocidas y anticampesinas.

3) La apuesta que hacemos es por el fortalecimiento de las iniciativas locales, autogestivas, por el empoderamiento de los pueblos para que sean sujetos de su propio desarrollo; apoyamos la construcción de un país diferente desde lo local. Es inviable que desde arriba y sin la participación de los campesinos y los indígenas se pueda construir un país. Lo que estamos haciendo desde nuestras pequeñas fuerzas es impulsar las iniciativas locales de recuperación de conocimientos en siembras tradicionales, en defensa del maíz; apoyamos que la colectividad pueda tener asegurada su tierra comunal, con la defensa de los territorios, y sobre todo de sus proyectos autogestivos como pueblos, en la lucha contra los megaproyectos, en tener varias formas de organización para defender su hábitat, en tener redes de comercialización alternativa para que esto mismo dinamice la economía regional.

Alfonso Cebreros Murillo

Funcionario del Grupo Maseca (Gruma)

1) El campo enfrenta grandes retos, pero también tiene oportunidades únicas que debemos aprovechar. Los precios crecientes de alimentos, su mayor demanda cuando los inventarios mundiales están bajos y la oferta está sujeta a riesgos climáticos, la necesidad de mejorar su calidad e inocuidad, así como la posibilidad que ofrece el comercio internacional hacen factible e indispensable canalizar mayores recursos públicos y privados a este sector. Revalorizar el campo y elevar su productividad son parte de la respuesta a la crisis global que enfrentamos.

2) Que se le considere como elemento básico de la estrategia de crecimiento económico y de combate a la pobreza. Esta se reduce más en la medida en que el crecimiento se genere en el sector agroalimentario, lo cual también ofrece mayor estabilidad para enfrentar la volatilidad que vemos a nivel global. El factor clave es contar con políticas públicas de largo plazo, orientadas a crear cadenas de valor eficientes en el campo, desde el productor primario hasta el consumidor final, formuladas de manera incluyente por todos los actores del sector. Tan necesario es producir mejor como distribuir y comercializar los alimentos con una logística y mercadotecnia más cercana a las necesidades de la población.

3) De tiempo atrás, en Gruma trabajamos en alianza con los productores, apoyando principalmente a los pequeños para que eleven su productividad, mejoren sus prácticas agronómicas y de manejo postcosecha. Promovemos esquemas de ganar-ganar para ambas partes, ya que la agroindustria, en una asociación de intereses bien entendida, puede dinamizar al campo y conectar con mayor eficiencia a productores con los clientes finales para mejorar las condiciones de abasto y calidad. Esto cobra mayor relevancia en la medida que persisten problemas de seguridad alimentaria en el mundo.