17 de septiembre de 2011     Número 48

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

 

 
 

FOTO: Jeff Werner

Entendiendo que hay diferentes visiones del futuro, La Jornada del Campo hizo tres preguntas a personajes de diversos ámbitos, del aparato público, político, empresarial, académico y de organizaciones sociales:

1) Con las condiciones actuales en el campo mexicano, ¿hacia dónde se encamina y cuándo será su momento crí�� co?

2) ¿Qué quisiera usted para el campo y cómo se podría lograr?

3) Desde la posición que usted ocupa en la sociedad, ¿qué podría hacer a favor del campo?

He aquí las respuestas:


FOTO: Juli M.


FOTOGRAMAS: The Wave (1936) - Emilio Gómez Muriel, Fred Zinnemann

El futuro es de la economía solidaria*

Armando Bartra

La economía solidaria y popular es el modo en que los productores por cuenta propia y los consumidores pobres nos organizamos para sobrevivir en el mundo deshumanizado del capital.
Plataforma Campesina Mesoamericana

Nuestra América está en marcha comprometida en una lucha en que los pueblos se enfrentan al imperio y las oligarquías; combate en que chocan colonizados contra colonialistas, explotados contra explotadores, oprimidos contra opresores, muy pobres contra muy ricos. Pero en otra perspectiva esta es también una disputa entre la economía de mercado y la economía social y solidaria, entre la economía inmoral del capital y la economía moral de los trabajadores.

Y la que estamos librando es una batalla decisiva, no una confrontación entre dos “modelos de desarrollo”, ni siquiera entre dos “modos de producción”, es decir entre tipos distintos de economía. Es esta una lucha a muerte entre dos tipos opuestos de sociedad, entre dos diferentes órdenes civilizatorios: el de ellos donde impera el mercado y el nuestro donde priva la sociedad, el de ellos donde gobiernan las cosas y el nuestro donde mandan las personas.

A la forma fraterna de producir y consumir, a la manera de vivir propiamente humana, la llamamos de muchas maneras. Unos la han bautizado “socialismo del siglo XXI”, otros “socialismo comunitario”. Pero, como quiera que se le designe, deberá sustentarse en una economía asociativa, una economía solidaria, una economía de la gente.

Hoy el mercado lo es todo. Hace algunas centurias la humanidad pasó de vivir sociedades donde se intercambiaban bienes, es decir sociedades con mercado, a padecer sociedades sometidas al mercado, es decir sociedades de mercado donde la producción y el intercambio funcionan con base en un mecanismo impersonal que se pretende automático.

Y desde entonces padecemos la dictadura de la economía. En el mercantilismo absoluto en que vivimos es la economía la que decide si vamos a comer o a pasar hambre; si vamos a andar vestidos o desnudos; si vamos a estudiar o seremos ignorantes; si nos vamos a casar o sólo nos vamos a arrejuntar; si vamos a sanar o, como no tenemos para el médico ni para las medicinas, habremos de morir.

Al tiempo que se instauraba la dictadura del mercado, comenzó la resistencia de las comunidades de productores y consumidores. Desde el nacimiento del capitalismo las colectividades solidarias nos rebelamos contra la autoridad de la desalmada máquina de producir y de consumir. Porque el veneno crea su contraveneno y la oposición a los sistemas injustos los acompaña desde que surgen y no tiene que esperar a que les llegue su ocaso.

En todas las sociedades con división del trabajo hay intercambios, hay alguna clase de mercado. Pero hasta que se impuso el capitalismo, la producción y distribución de los bienes se pactaba socialmente. Casi siempre se negociaba de manera inicua y recurriendo a la fuerza pero en todos los casos se hacía por medio de relaciones sociales, de relaciones entre personas. En cambio en el capitalismo es el mecanismo frío y deshumanizado del mercado el que dizque se encarga de regular la producción y la distribución. Y lo hace sin sujetarse a otro principio que no sea el del lucro, el de elevar las ganancias del gran dinero.

¿Economía o sociedad? A la economía inmoral del capitalismo las sociedades no capitalistas han opuesto lo que podemos llamar una economía moral, es decir regida por la colectividad y sus instituciones. En particular, los pueblos y comunidades hemos opuesto a la capitalista una economía moral solidaria que reconoce el valor del trabajo y el derecho de todos a los satisfactores básicos. A este modo fraterno y generoso de producir y distribuir se le llama también economía social.

Pero estos nombres ocultan una contradicción, pues la economía, como esfera autónoma y como disciplina científica, es producto de la modernidad y se precia de ser un sistema automático dotado de sus propias leyes, de modo que la economía no puede ser moral, ni solidaria, pues estos son atributos humanos.

Cuando adjetivamos a la economía de esta manera, lo que hacemos es expresar nuestra voluntad de devolverle a las colectividades el control perdido sobre la producción y distribución, de reintegrarles el dominio sobre la economía. Economía que de esta manera dejaría de ser el monstruo frío, la satánica trituradora en que se convirtió por obra del capitalismo, para volver a ser una esfera de la vida social entre otras, junto con la política, la cultura, la religiosidad…

Aunque a veces lo expresamos así, en el fondo no queremos otra economía. Lo que queremos es restaurar el poder de las colectividades sobre su trabajo y sobre la satisfacción de sus necesidades.

Recuperar los valores. La economía de mercado y la economía que llamamos economía o solidaria no sólo son modos antagónicos de producir, distribuir y consumir, también conllevan formas de pensar, de valorar y de sentir contrapuestas.

La economía capitalista incuba un pensamiento social, una ideología propia de la modernidad que en gran medida compartió el socialismo del siglo XX. Es esta la ideología del progreso entendido como crecimiento económico, como expansión acelerada y sin límites de la producción y el consumo.

Y el progreso alimenta también una utopía engañosa, la utopía de la opulencia. Un mundo de abundancia ilimitada donde se habrá superado por siempre la escasez, se habra dejado atras la carencia que, según esto, es lo que engendra disputas y conflictos. Y así –dicen–, al nadar en riquezas, podremos por fin ser generosos, solidarios, libres y felices. ¿Será?

La economía social y solidaria no se opone al fomento y la expansión de aquellas actividades productivas que son socialmente necesarias, pero no hace del crecimiento económico un objetivo en sí mismo. Y también alimenta sueños: visiones de futuros mejores donde sean menos los obstáculos que traban la convivencia libre y fraterna, y donde la felicidad resulte más frecuente y esté mejor repartida. Pero a diferencia de las utopías capitalistas y socialistas, las que nosotros soñamos no son Arcadias opulentas y por ello –sólo por ello– Arcadias solidarias.

Y no apostamos a la opulencia porque sabemos bien que no hay peor egoísmo que el de los ricos que nadan en la abundancia. Y sabemos también por experiencia que la fraternidad es perfectamente compatible con la escasez y que la solidaridad verdadera florece entre los que tienen poco pero lo comparten. No queremos ser pobres para siempre pero tampoco necesitamos ser ricos para ser generosos y felices.

La economía social está ahí. La economía moral y solidaria no es descubrimiento académico, ocurrencia de la cooperación internacional, receta de ciertas organizaciones no gubernamentales o invento de los altermundistas. La economía social se ha practicado desde siempre en las comunidades agrarias que no interiorizaron del todo la lógica inhumana del mercado. La economía social es la que anima a los artesanos y demás pequeños y medianos productores urbanos. Y es también la que rige las actividades que llamamos domésticas o reproductivas que –por la persistente inequidad de género– casi siempre se las recargamos a las mujeres.

En realidad la economía netamente capitalista domina los grandes mercados y controla la riqueza monetaria, pero ocupa un espacio social relativamente pequeño. De modo que si nos ponemos las pilas, pronto podría ser una fortaleza acosada por los miles de millones que practicamos la economía moral.

La diversidad como virtud. En la economía solidaria, realidad y utopía se reconcilian de las más diversas formas, desplegando una pluralidad de pensamiento y acción que no es lastre sino signo de vitalidad. Fortaleza de una economía alternativa que, como las comunidades campesindias que desde siempre la practican, se niega a encerrarse en recetas: en teorías y modelos únicos.

Pluralidad de economías solidarias

Para las personas y organizaciones que consideran la estrategia revolucionaria bajo un paradigma de centralización política y de ruptura histórica abrupta, puede parecer extraño que una revolución antagónica al capitalismo pueda ocurrir bajo una estrategia de red donde lo económico y lo cultural no sean subalternos a lo político, y en la cual la realización progresiva y compleja de innumerables redes solidarias sinérgicamente integradas no sea una ruptura inmediata del sistema capitalista en una determinada sociedad, ni tampoco una mera reforma a tal sistema, sino la expansión efectiva de un nuevo sistema económico, político y cultural anticapitalista, que crece negándole las estructuras y absorbiendo gradualmente las fuerzas productivas constituyéndose el conjunto de estas redes en un nuevo bloque histórico.

Euclides André Mance, Redes de colaboración solidaria.

Por su carácter plural, multiforme, plástico y creativo –que embona bien con nuestras abigarradas sociedades–, las formas solidarias de producción, distribución y consumo pueden ser eje rector y columna vertebral de las economías plurales que se están impulsando en los países de Nuestra América enrolados en el cambio libertario y justiciero. Y es que en la economía asociativa está la clave para frenar la dictadura del mercado, pero también para prevenir la dictadura del Estado empresario.

Poner al Estado en su lugar. En la construcción del nuevo mundo que deseamos, el Estado tiene una función económica insoslayable, no sólo debido a que por su escala y complejidad ciertas actividades requieren de un gestor de gran calado, sino también porque en una sociedad donde el mercado es aún el regulador de los intercambios, las unidades familiares o asociativas de producción necesitan para prosperar de regulaciones estatales y de servicios económicos operados por instancias públicas.

Pero estas funciones potencialmente virtuosas conllevan un riesgo: que el Estado gestor y sus aparatos económicos se impongan sobre la sociedad organizada para producir y distribuir, sustituyendo la iniciativa y creatividad de la gente.

Como lo puso de manifiesto el llamado “socialismo real”, la burocratización autoritaria es uno de los peligros mayores que amenazan al altermundismo. Riesgo que no está solamente en que la burocracia, sus iniciativas y sus instituciones de Estado inhiban y suplanten a los actores económicos de carácter social, sino también en que las figuras asociativas que se adopten en la economía solidaria limiten la autogestión y se transformen en aparatos sociales coercitivos.

Así por ejemplo, la colectivización impuesta por decreto en nombre de la eficiencia, y que se presenta como presunta “escuela de solidaridad”, es una pésima receta si de promover la economía solidaria se trata. Sobre todo cuando el colectivismo a ultranza trata de implantarse en el mundo rural y en actividades agropecuarias que –no sólo porque así es la tradición productiva campesina, sino también por su propia naturaleza técnica– funcionan mejor combinando el trabajo familiar en la producción primaria con formas asociativas en la agro-industrialización y comercialización.

La tecnología no es neutra. En un análisis un poco más profundo, descubrimos que la dictadura de la economía como máquina de producir sorda, ciega y desalmada, no sólo se impone por medio de la gestión empresarial centralizada, sea ésta privada o de Estado; se impone igualmente vía la tecnología y las formas de cooperación. Así como en los orígenes del capitalismo fabril los artesanos proletarizados veían con claridad que el mal del nuevo orden estaba también en las máquinas: monstruos de hierro que se comportaban como autómatas y autócratas arrebatándoles su creatividad laboral, así los campesinos y las comunidades agrarias se han enfrentado siempre a una presunta modernización que no sólo amenaza con quitarles la tierra y transformarlos en asalariados; también les arrebata sus saberes agrícolas al tratar de imponerles formas de cooperación sobre las que no tienen poder. O incluso los acogota mediante la pura tecnología: un “paquete” que no sólo los pone a trabajar para el capital, también los pone a trabajar como el capital, aun si formalmente siguen siendo campesinos.

*Ponencia leída en un encuentro con representantes de organizaciones campesinas realizado en Bolivia a mediados de 2011.

¿Qué queremos para el campo?

Francisco Mayorga Castaņeda

Titular de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa)

1) Si seguimos la tendencia actual, vamos hacia una polarización en el sector, donde los productores que han sido exitosos en comercialización, financiamiento y tecnología van a seguir creciendo, van a seguir encontrando mercados dentro y fuera de México, pero los que no han logrado eso, los que siguen marginados de todo este desarrollo, seguramente seguirán empeorando su situación. Y habrá regiones que continuarán avanzando rápidamente en productividad y competitividad, y otras que seguirán rezagándose, deteriorando sus recursos naturales y que finalmente serán expulsadas del sector. No hay mucho tiempo, no podemos posponer reformas o cambios; lo ideal sería ir cerrando esta brecha, que la tendencia se fuera revirtiendo.

2) Quisiera que hubiera más flexibilidad en el marco jurídico. El tema de la tierra, y en general los derechos de propiedad, nos están frenando. La agricultura moderna tiende a manejar unidades compactas. El minifundio, la pulverización de la tierra resta muchísima competitividad, y necesitamos desplegar el potencial que se tiene en diversidad, de recursos naturales y de capacidad humana. Tenemos que considerar esto más seriamente para el siglo XXI. Asimismo, debemos evaluar al sector agroalimentario al margen de consideraciones políticas que nos impiden a veces hacer un análisis más sereno; tomar medidas que no estén expuestas a perspectivas sexenales o de legislaturas, con una visión a futuro pero no viendo al campo siempre como el lastre de sociedad y de la economía, sino aceptar también que ha habido avances, que hay sectores competitivos, sin eludir fallas ni problemas. Esto es, quitarle algo de carga al sector.

3) Puedo contribuir tratando de construir una visión más a futuro, sobre todo un nuevo arreglo institucional. Dentro de la Sagarpa, y esto ha sido bien recibido, hemos compactado programas. Los cinco que hoy tenemos nos resultan útiles para enfrentar los retos y las oportunidades del presente. Estamos planteando un cambio en el reglamento interior de la Secretaría para reasignar funciones y responsabilidades internas, pues queremos coordinarnos más con otras secretarías para desarrollar una política en materia de alimentación, pues no la tenemos, mientras que en desarrollo rural tenemos una Ley de Desarrollo Rural y una comisión interinstitucional y tenemos los consejos mexicano y estatales de desarrollo rural y los Sistemas Producto. En breve daremos a conocer un estudio hecho por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), con este tema de la política de alimentación en México. Esta obra está hecha con la mayor seriedad y por una institución de primer nivel, y ayudará al diseño de nuevas políticas en la siguiente administración.

Rolando Cordera Campos

Coordinador del Seminario Universitario de la Cuestión Social, UNAM

1) Estamos en una ruta de deterioro ecológico, de la tierra, del hábitat, con sobre explotación del agua, que no se ha corregido por la apertura del campo mexicano al mercado nacional de tierras y de productos y al mercado internacional, sino que se ha agravado, al menos en algunas regiones vinculadas a algunos cultivos. No se ha revertido la tendencia al abandono del campo por parte primero de los jefes de familia y luego de los jóvenes, y entonces la feminización del sector es cada vez más evidente, pero estos nuevos actores, las mujeres, carecen del apoyo necesario para hacerse cargo de un campo en producción y no en decadencia. No tenemos resuelto el tema del abasto básico de la alimentación, ni siquiera bajo los criterios neoliberales de intercambiar hortalizas por maíz. Debemos buscar fórmulas de economía mixta en el sector que suponen un gran esfuerzo de transferencia de recursos de la ciudad al campo y de la industria a la agricultura, y una nueva visión en servicios financieros, sobre todo el seguro agrícola. Si la economía sigue comportándose de manera mediocre, la solución clásica, histórica, del tránsito del campo a la ciudad y a Estados Unidos, no será solución. El campo se despoblará, las ciudades se sobre-poblarán y generarán sus propios infiernos, pues habrá más pobreza, más informalidad, más pérdida de la cohesión social. Si no hay una dinamización de la economía urbano-industrial y de la economía de Estados Unidos que atraiga más mexicanos, el campo se deteriorará y trasladará las crisis al resto de la sociedad y quizá al resto del hemisferio. El problema es que en el campo viven 20 millones de personas, que no constituyen un mercado interno dinámico porque son muy pobres y producen poco.

2.- Hay que insistir que el campo es uno de los pilares del desarrollo, tanto demográfica como socialmente. La sociedad no rural tiene que considerar que la sociedad rural no resuelve sus problemas satisfactoriamente por sí misma, por su precariedad, su debilidad, su heterogeneidad, y entonces se requiere un gran compromiso nacional de recursos, de cooperación que venga de los sectores urbano-industriales, por medio de la política, de una nueva oleada de inversión pública, de rehabilitación y ampliación de infraestructura y de la generación de nuevas políticas a partir de las lecciones que nos lega el pasado. Y no generalizar: el campo es muy diverso, ecológicamente hablando, en términos de suelos, de posibilidades de cultivo, de gente y se requieren políticas muy específicas inscritas en una estrategia nacional, y entonces las agencias de desarrollo ya no pueden ser las del pasado en donde se dividía el territorio con base en los cultivos que la banca decidía. Deseo que haya una toma de conciencia de que el campo importa y que sin él nuestro desarrollo será muy muy desigual y muy precario.

3.- Puedo contribuir a fomentar la investigación social, económica, sociológica, política. Participar en la discusión de alternativas de política para el campo, y en la difusión de sus problemas y de sus perspectivas. Aunque no se quieran ver, hay opciones y caminos alternativos.