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Guerrero “Solos con su espanto” Campesinas de petatlán hablan del presente y del futuro Lorena Paz Paredes Milpas abandonadas, animales sueltos en el monte, casas solitarias y comunidades desiertas, así se ve hoy la sierra petatleca, un lugar donde las amenazas, la inseguridad y la muerte se han vuelto cosa de todos los días. “En Barranca del Bálsamo –cuenta Delia– había 20 familias y se fueron 17. En El Parazal, un poblado donde vivían 25 familias, hoy sólo se ve a tres… que ganas de irse no les faltan, pero no tienen dónde, no tienen cómo”. “Antes eran cuatro pero ya sólo una familia está en Parotitas –se lamenta María–. Y más arriba en un caserío de nombre El Zapotillal, cinco familias dejaron todo y se fueron. Ni un alma quedó en el Guamilón, ni en la Florida, ni en otros caseríos de por acá… Si una pasa por ahí, nada se oye… sólo el chiflido del viento”. La cuenca de Petatlán empezó a despoblarse desde principios de este año, cuando la violencia del narco se ensañó en lugares como La Morena, de la cuenca del río Coyuquilla, y La Laguna, del vecino municipio de Coyuca de Catalán, hacia el Filo Mayor de la Sierra Madre del Sur. En la serranía se respira temor. Hay zozobra en los que se quedan y desesperanza en los que se van. No es que antes estuvieran bien, pero hoy los petatlecos viven en una pesadilla que ya se prolonga por más de seis meses. Las pasajeras que conectaban la cabecera municipal con los poblados serranos suspendieron los acostumbrados dos o tres viajes a la semana y ahora únicamente suben de vez en cuando. Los que no quisieron o no pudieron salir, están aislados. “Solos con su espanto”, me dicen. María explica que la gente se sale porque tiene miedo de que la maten: “Les avisan, nomás, que si se quedan se mueren y apenas tres días les dan para que se retiren. Se va la familia completa, antes se iban los hombres pero ora salen todos. Muchos llegan a la cabecera municipal, y si tienen parientes en otros estados –en Jalisco o en Veracruz–, pues para allá agarran camino”. “La delincuencia que se ha regado por todas las comunidades –dice Delia– nos afecta mucho a nosotras las mujeres y también echa para atrás el trabajo que veníamos haciendo por cuidar el medio ambiente y cultivar alimentos sanos”. “Yo me traje de Barranca mis 13 gallinas – cuenta María–, pero acá en Petatlán se me fueron muriendo y ya no tengo nada. Estamos con un familiar yo y mis hijos y mi marido, que orita somos nomás siete”. “Las familias que salen huyendo de la sierra y llegan a la cabecera municipal de Petatlán –dice Delia– viven arrimados o en casas prestadas. A veces rentan con el dinero que sacaron vendiendo sus animales antes de venirse. Y así se van acabando sus ahorros. ¿Que irán a hacer cuando ya no tengan? A los niños los sacaron de la escuela y perdieron sus clases…Y no hay dinero porque no hay trabajo. Pero además ¿qué pueden hacer aquí en la ciudad si son campesinos...? “Tener que salir a fuerzas de la comunidad a todos nos duele... Pero yo creo que el mujerío sufre más que los hombres –continúa Delia–, porque ellas son las que se preocupan de que los hijos coman. Ellas, que siempre están viendo cómo se las arreglan para la comida del diario, ¿qué pueden hacer lejos de su casa? Allá tienen sus gallinas, sus puercos, su maíz, su verdura… su comida de ellas ¿Qué van a hacer si vienen a un pueblo que no conocen, donde tienen que comprar todo, hasta el agua. Y luego, sin dinero...” Pregunta Delia: “No hay autoridad que apoye… ¿qué hace el gobierno?”, y responde María: “A la autoridad municipal no le interesa. Ni se dan por enterados los del gobierno… Pero bien que saben, bien que saben”. El desplazamiento de tantas familias, “arrimadas en un lugar que no conocemos y donde no sabemos hasta cuándo nos aguanten”, como dice María, trajo desconsuelo y va a traer hambre. “Como estamos en una crisis de alimentación, el maíz se escasea y todo está muy caro. En Petatlán el grano vale siete pesos el kilo y la tortilla 14. Y ya no nos queda dinero…”, se lamenta María. “Me da tristeza –reflexiona Delia– que nosotras en las comunidades trabajamos mucho para que la gente campesina cultive lo que se come, en vez de comprarlo. Y con esta violencia se nos está yendo para atrás lo que habíamos avanzado… Da harta muina que no nos dejen trabajar... La milpa se va a quedar tirada, se va a perder el frijolar, los arrozales... Se viene el hambre. Ya nos llegó la hora del hambre”. Los jóvenes de esta región –como los de otras zonas rurales de México– de por sí emigraban bastante. Pero ahora es peor. “Es que, como están la cosas, ellos no tienen futuro –dice Delia–. Huyen de la violencia en la sierra y en la cabecera no hay en qué trabajar. Por eso muchos agarran camino a Estados Unidos... Si son casados dejan a la mujer con sus niños, a ver cómo ellas le hacen mientras empiezan a mandar dinero. Así es su vida”.
Hace ya tiempo que la violencia se avecindó en la sierra, pero aun así Delia y María dicen que no todo es desgracia. “Aunque las cosas están feas orita, sí ha habido mucho cambio por acá –dice Delia–. Por nuestro trabajo las mujeres ya se defienden, ya conocen sus derechos. Yen los pueblos de la sierra ya comíamos mejor: teníamos las hortalizas, volvíamos a sembrar arroz, costumbre que se había perdido. Porque los escombrábamos, ya estaban limpios los arroyos…” “No sé si el futuro será peor… Quiera que no. Tengo esperanzas de que el gobierno tome cartas en el asunto…”, dice María. “No es que, a ver si quiere, es que es su obligación de él… –explica Delia–. El gobierno debe apoyar a las familias desplazadas, ayudar a que los niños vuelvan a la escuela, a que la gente tenga dónde vivir, qué comer… Pero lo que más queremos es regresar. Porque trabajando en nuestras comunidades, aunque estemos pobres, podemos vivir. Pero así ¿cómo hacemos? Aquí no se puede trabajar y nomás nos hacemos aún más pobres de lo que ya éramos”. “Yo quisiera un futuro donde no haya tanta delincuencia –dice María– Un futuro sin violencia, sin tanta pobreza, sin tanta discriminación a las mujeres…” “Que viviéramos mejor, pues… Que ya no nos quiten, aunque no nos den”, remata Delia. Y ya encarrerada, echa a andar la imaginación: “Mi sueño es que la gente del campo siga sembrando sus milpas, que sepa sobrevivir de lo propio que produce, que no vuelva a dejar el arroz que aquí se crió, que no dependa de los mercados… Un futuro donde la gente despierte, reconozca sus derechos, y ya no se deje embaucar con los programas de un gobierno que no se fija en el bienestar de los pueblos, sino en sus campañas electoreras… Queremos que la gente defienda su patrimonio, su maíz, las costumbres que tenemos, y que no caiga en las redes de los políticos… “Para los jóvenes –sueña Delia– me gustaría un futuro donde estudiaran o pudieran trabajar. Porque orita no hay cómo. Y si no estudian, no trabajan… ¿que hacen?... Pues se meten a lo que se les hace más fácil, a lo que los invitan…” “Si esta violencia acaba vamos a regresar al campo. Las familias desplazadas traemos ese pensamiento, de que el espanto pase… Varias mujeres me lo dicen: que esto se va a acabar y vamos a volver a nuestros ranchos en paz… Esa es la ilusión que trae la gente: cerrar los ojos y que pare la violencia… Pero quién sabe…” Instituto Maya ¿Qué les espera a los jóvenes rurales?
María Luisa Albores González Para hablar del futuro de los jóvenes que viven en el campo mexicano, es pertinente preguntarnos ¿qué está pasando con ellos? Partamos de que son la generación de Oportunidades, pero no porque el sistema les ofrezca oportunidades adecuadas, sino porque son el resultado de uno de los programas gubernamentales más exitosos en los últimos tres sexenios. Recordemos que inició con Ernesto Zedillo bajo el nombre de Progresa y ha crecido posteriormente. Quienes vivimos en las zonas rurales percibimos que este programa ha dado buenos resultados en cuanto a jalar votos y desarraigar a los jóvenes de las comunidades campesinas. No ha sucedido lo mismo con el fin para el que se nos dijo que había sido creado: disminuir o acabar con la pobreza. Los padres de esta nueva generación son campesinos que en su mayoría sólo aprendieron a leer, a escribir y hacer cuentas. Sin embargo, se han preocupado porque sus hijos sí tengan acceso a lo que ellos no pudieron tener y le han apostado a Oportunidades para que por lo menos concluyan el bachillerato. De esta manera los jóvenes han adquirido conocimientos “científicos” para brincar a las universidades y manejan herramientas tecnológicas (computadora, internet, chat, facebook...) que les permiten estar informados. Pero han dejado de asimilar los conocimientos tradicionales y de utilizar las herramientas necesarias para cultivar la tierra. Lamentablemente cerca de 80 por ciento de estos jóvenes no pueden acceder a los estudios universitarios, por lo que, en el mejor de los casos, se han visto obligados a emigrar hacia las grandes ciudades o Estados Unidos, al no encontrar fuentes de empleo en sus propias regiones; en el peor de los casos, han optado por engrosar las filas del ejército o de los carteles del narcotráfico y la extorsión. En pocas palabras, el sistema educativo formal los encamina a ser migrantes consumidores y ya no productores de alimentos, a ser carne de cañón y ya no sujetos de su propio desarrollo. Ante esta triste realidad, quienes vivimos en el campo, sobre todo quienes estamos organizados, tenemos la responsabilidad de arraigar a nuestros jóvenes a la tierra que los vio nacer, fomentando en ellos su sentido de pertenencia y permanencia, así como ofrecerles un mejor futuro apoyándolos con la generación de fuentes de empleo. Menciono aquí lo que hemos estado haciendo desde nuestra trinchera: la Cooperativa Tosepan Titataniske, que tiene su sede en Cuetzalan, Puebla. Cuando cumplimos 25 años de trabajo organizado, nos planteamos la estrategia de brindar oportunidades a nuestros jóvenes. Una de las primeras acciones fue permitirles el acceso a las responsabilidades de dirección de la cooperativa. Estamos haciendo realidad el relevo generacional, al incorporar a los jóvenes a nuestro consejo de administración. Más adelante apoyamos a nuestros jóvenes a encontrar alternativas de arraigo y empleo por medio de la constitución de tres nuevas cooperativas: Tosepankali, que ofrece servicios de ecoturismo; Tosepan Ojtasentikitini, que preserva y transforma el bambú, y Tosepantomin, que ofrece servicios financieros. Tosepankali inició con tres mujeres jóvenes y hoy está constituida por 27 socios (14 muchachas y 13 muchachos) que dirigen, administran y ejecutan todas las acciones para garantizar a los visitantes un turismo que respeta la cultura y el medio ambiente de la región. Tosepan Ojtasentikitini está integrada por 15 jóvenes que acopian, preservan y transforman el bambú en cabañas, muebles y artesanías. Y Tosepantomin da empleo a más de 40 jóvenes que se dedican a la promoción de la cultura del ahorro, del pago y del seguro entre nuestros socios. A todos estos jóvenes, que ya lograron terminar el bachillerato, se les brinda la oportunidad de seguir estudiando en alguna universidad con el compromiso de regresar a su comunidad o a su organización para que contribuyan a construir el futuro deseado para la región. La Cooperativa Tosepan Titataniske, junto con otras organizaciones sociales, el ayuntamiento de Cuetzalan, el Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales (Cupreder) de la Universidad Autónoma de Puebla y la población del municipio, nos dimos a la tarea de diseñar y aprobar el Ordenamiento Territorial Integral del Municipio de Cuetzalan. Este Ordenamiento establece los lineamientos que deberán seguirse para preservar la cultura, para aprovechar los recursos naturales, para “producir conservando y conservar produciendo” y para ofrecer servicios turísticos sin deterioro del medio ambiente. El comité técnico del Ordenamiento invitó a jóvenes estudiantes de ocho bachilleratos del municipio a incorporarse a los trabajos. Ellos aceptaron la invitación y decidieron convertirse en promotores del Ordenamiento. Cuarenta constituyeron el Comité Juvenil del Ordenamiento de Cuetzalan “Tajpianij” (palabra náhuatl que significa “guardianes”). Este comité se constituyó en marzo de 2011 y de inmediato se puso a trabajar. Entre las acciones más relevantes que ha hecho destacan la elaboración de un programa de trabajo para cada uno de los bachilleratos; la convocatoria a la brigada de limpieza “Cuetzalan limpio”, que involucró a otras escuelas (secundarias y primarias), a organizaciones campesinas y sociales, a la presidencia municipal y al comité técnico del Ordenamiento, y la iniciativa de un foro para dar a conocer las actividades que ha realizado y premiar a las escuelas ganadoras de los concursos de dibujo, cuento, fotografía, videos y carteles con el tema del cuidado del medio ambiente. Los “Tajpianij” siguen en acción: han diseñado su propio blog, se comunican vía el facebook para compartir sus trabajos comunitarios y realizan campañas de concientización en las diferentes escuelas del municipio. En un futuro próximo se espera que estos “guardianes del Ordenamiento” sean quienes se inscriban en la licenciatura de Territorio y Bioculturalidad que pondrá en marcha la UAP y en cuyo diseño han estado participando personalidades del mundo académico como Víctor Manuel Toledo, Eckart Boege y Andrés Barrera Basols. De esta licenciatura egresarán los futuros diseñadores y ejecutores de los proyectos que surjan de los planteamientos plasmados en el Ordenamiento Territorial Integral de Cuetzalan y que le darán vida al Cuetzalan que queremos para nuestros hijos y nietos. Otro mundo es posible para el campo mexicano si desde ya nos atrevemos a preparar a nuestros relevos generacionales. Asesora de la Cooperativa Tosepan Titataniske. Comité de Educación y Ordenamiento Integral de Cuetzalan [email protected]
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