Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Explicaciones y justificaciones
N

o es lo mismo explicar algo lisa y llanamente que justificarlo, es decir, demostrar que lo explicado es también posible referirlo a una causa justa, a un principio de justicia y darle de esta manera legitimidad y validez universales. No todo lo que se puede explicar es posible justificarlo.

Pero no sabemos si para bien o para mal, en lo que a ciencias sociales se refiere, esto no es necesariamente cierto, y tampoco es posible. O sea que, una vez definidas algunas verdades derivadas de ciertas premisas o sistema de supuestos que pueden considerarse leyes, y éstas a su vez tienen diversas jerarquías, o lo que es lo mismo, unas son de orden constitucional y otras son de carácter secundario o reglamentarias.

Las propias constituciones son la base de la soberanía de una entidad estatal, y luego, en la cúspide del derecho, hay otras que tienen validez nacional, por ser parte integral de la Constitución General de la República. Pero hay más: el derecho internacional, que rige las acciones de un país, que tienen ya jerarquía mundial, y en caso de conflicto de una ley o de un sistema de derecho, es la norma internacional la que rige, por supuesto, todo esto frente a jueces o magistrados del cuerpo colegiado que juzga y decide en todo caso de conflicto entre las partes.

Pero qué bueno que esto fuera así, también en los casos de conflictos de carácter social, entre grupos o personas, y que siempre que se presentara una controversia en la sociedad, en la que una parte invade o cancela de plano los derechos de otra, y hubiera alguna institución que pusiera en paz a los grupos o a las personas individualmente consideradas, y que todo conflicto entre estas pudiera resolverse sin recurrir a la violencia con oportunidad y eficacia, pero, sobre todas las cosas, con justicia, con un concepto de ella que fuera universalmente aceptado por todas las partes.

Desde el ámbito de la familia, y antes todavía, desde la persona como individuo que la integra, y así también a la sociedad a la que pertenece, o al barrio en que vive, o en el pueblo en el que nace y muere junto con sus seres queridos, o bien su estado natal, o finalmente, lo que cuenta universalmente es la nacionalidad que tiene y que adquiere cuando se estampa su nombre en el acta de nacimiento que corresponde, y luego se saluda y respeta una bandera y se canta un himno nacional, desde la escuela primaria y para toda la vida. Todo ello es lo que finalmente integra y define a la patria por la que daríamos la vida si fuera necesario en caso de una agresión extraña, desde donde quiera que pudiera venir, y aquí hay que hacer una llamada de atención, pues estamos tocando un punto sumamente delicado, que atañe a las libertades individuales y sociales cuyo libre ejercicio deben garantizar los sistemas de derecho de orden diverso, según el caso. Valiéndose para ello de las instituciones encargadas de hacer valer la justicia y el orden y el respeto, a los derechos propios y a los de los demás.

Decíamos que hay agresiones a la patria que pueden provenir de fuera de nuestras fronteras, de muy lejos, pero también las hay que se originan en el seno mismo de la sociedad en que vivimos y que integra la patria concreta a la que cantamos el Himno Nacional, y en la que se resguarda la bandera que saludamos con respeto y con amor, y ante la cual damos el Grito de Independencia honrando a nuestros héroes que nos dieron patria, lo que hacemos desde el seno familiar dentro de nuestro hogar, o desde el balcón del palacio de gobierno de un estado de la República, o del Palacio Nacional, desde donde únicamente puede y debe hacerlo quien es el presidente de la República.

Pero hay también agresiones a la patria cuyo origen y destino están dentro de ella, y muchas veces más cerca de nosotros y de nuestros seres queridos de lo que suponemos. Porque lo mismo atenta contra la patria quien desde fuera de nuestro territorio, en actos de violación flagrante del derecho internacional, intenta vulnerar la solidez de nuestras instituciones y también de nuestros legítimos derechos, en actos que atentan contra nuestra soberanía nacional, como hay también mexicanos que traicionan a la patria, como lo hicieron en el siglo XIX aquellos que anduvieron en Europa ofreciendo el reinado de México a las casas de las testas coronadas prevalecientes entonces en el viejo continente.

Pero hay más que decir a este respecto refiriéndonos a tiempos actuales, y no únicamente a la historia, que con el fusilamiento de Maximiliano en el Cerro de las Campanas, y la huida de la emperatriz Carlota, que llevaba en sus entrañas al hijo de su edecán militar, y que fue hasta la isla de Locrum, frente a la costa de Croacia, donde nació este niño que fue héroe de la Primera Guerra Mundial, y ya longevo, también de la segunda, y a cuyo entierro asistió la familia Habsburgo, creímos los mexicanos que, después de estos sucesos, y de la consolidación del gobierno de Benito Juárez, la independencia de México habría de ser un hecho ya indiscutible para siempre. No hay que olvidar el canto popular: adiós, mamá Carlota.

Pero no es así. La actual crisis económica, de gravedad sin precedentes en Europa, está demostrando que la soberanía y la paz se tienen que ganar todos los días, y que todos los países integrantes de la comunidad que cubre el Banco Central Europeo no están exentos de vivir momentos de crisis muy graves, que a su vez habrán de poner en evidencia que no son las guerras ni mucho menos las invasiones las que los habrán de salvar de ello, sino al contrario, habrá de ser la convivencia pacífica de todas las naciones, la vigencia del derecho internacional y la solución pacífica de las controversias mundiales lo que haga factible en este mundo triunfar en la más difícil de todas las conquistas, la de la paz mundial.

Cabe preguntar: ¿qué no es esto lo mismo que decía Benito Juárez precisamente? ¿O en otros ámbitos, lo que dijo Inga Thorson, ministra sueca del Desarme, hace algunos años en la ONU? Lo dicho: no únicamente explicar, sino justificar ante el mundo y ante la historia lo que hacemos ahora, para esperar tranquilos el mañana.