Diez años antes y después al 11/9: de la unipolaridad a la multipolaridad
i se toma como punto fijo de inflexión los polémicos atentados del 11/9 y se vislumbran tanto los 10 años previos como los 10 posteriores, en un abordaje geoestratégico se aprecia la travesía de Estados Unidos (EU) del mundo unipolar al presente mundo multipolar (aún balbuceante).
El 11/9 alteró dramáticamente tanto la política doméstica de EU (Seguridad del Hogar
, muralla de la ignominia en la transfrontera mexicana salpicada del Plan Mérida; la inminente incrustación al Comando Norte, etcétera) como la exterior: guerra preventiva
de los neoconservadores straussianos ligados al Proyecto por un Nuevo (sic) Siglo Estadunidense (PNAC, por sus siglas en inglés), eminentemente israelocéntrico, que reclamaba un nuevo (sic) Pearl Habor
, un evento catalizador catastrófico
(¿habrá sido ello el 11/9?).
En 1991, 10 años antes del 11/9, EU se consolida como la superpotencia unipolar mediante cuatro hechos: 1) disolución de la URSS, 2) guerra en los Balcanes con el fin de aniquilar definitivamente a Rusia y avanzar tanto a la OTAN como a la Unión Europea a las entrañas del Transcáucaso y del mar Caspio (pletórico en hidrocarburos), 3) primera guerra contra Irak y 4) implementación de la desregulada globalización financierista con el fin de capturar las joyas estratégicas del planeta (ver El lado oscuro de la globalización, descargable gratuitamente en www.alfredojalife.com).
Sin enemigos al frente –mientras Rusia agonizaba y China todavía ni siquiera era admitida a la disfuncional OMC–, EU triunfaba militarmente en los Balcanes y en su primera guerra contra Irak (con abundantes hidrocarburos) y desplegaba su neoliberalismo global con pocas resistencias en la periferia.
La unipolaridad sentaba sus reales en ese lapso apotéosico, sucesora del fenecido orden mundial de la bipolaridad nuclear que había durado 46 años, y se trasmutaba en un ominoso financierismo global que conseguía los mismos objetivos geoestratégicos que las triunfales invasiones militares.
La desregulada globalización financierista, engendro de la unipolaridad, exhibió sus limitaciones con la quiebra de LTCM, firma especulativa de derivados financieros
manejada por dos premios Nobel (¡para lo que sirven!) y el mayor árbitro
de bonos del mundo.
Debido a la opacidad del sistema financiero israelí-anglosajón (ver Bajo la Lupa, 7/9/11) todavía no se exhuma el monto real de la quiebra de LTCM, lo cual, a mi juicio, exhibió la lenta agonía financierista de EU a partir de 1998.
Como la URSS, su enemigo desparecido siete años antes, EU iniciaba su lenta implosión en el silencio y el ocultamiento de sus cifras.
No es gratuito que en ese lapso hayan pululado una serie de ultrabélicas publicaciones disuasivas: El choque de las civilizaciones, de Samuel Huntington; La próxima guerra, de Caspar Weinberger (con prólogo de Maggie Thatcher); Una ruptura limpia (sic): una estrategia para garantizar el reino (en alusión paleobíblica a Israel), del grupo PNAC
, etcétera.
Si se acepta la hipótesis operativa del suceso seminal de la quiebra de LTCM, ergo, el punto de inflexión del 11/9 era inevitable.
Si Osama Bin Laden (anterior operador de la CIA en Afganistán contra la URSS en la década de 1980), no hubiese existido con las huestes de Al Qaeda el 11/9, entonces habría que haberlos inventado para las imperativas necesidades narrativas de la propaganda de la superpotencia unipolar, con un cáncer maligno financierista en su seno que todavía no expandía sus metástasis, obligada por las circunstancias a capturar militarmente las joyas estratégicas de Afganistán e Irak.
En mi libro Los 11 frentes antes y después del 11/9: la guerra multidimensional (también descargable gratuitamente) evoco cómo las crisis financieras de EU (quiebra de LTCM, estallido de la burbuja Internet
Nasdaq en 2000, disolución de la gasera texana Enron, bajo el paraguas bushiano) y de sus satélites (desfonde neoliberal en Argentina) desembocan ineluctablemente en que el 11/9 haya sido un auto-atentado y/o perpetrado por los operadores jihadistas de la CIA; da igual cuando el resultado es el mismo: la ultramilitarización global de la superpotencia unipolar herida de muerte financierista que requiere de las pócimas de hidrocarburos del Medio Oriente para intentar rellenar sus agujeros negros contables y, de paso, impedir su libre acceso a China e India.
Sea quien fuere el autor intelectual
del derrumbe de las torres gemelas (conste que siempre he pertenecido al campo de los asépticamente escépticos, como Santo Tomás), sin contar la extraña implosión de la tercera torre por la tarde y sin aviones –además de que varios de los indiciados en las fotos montadas del FBI están vivos en cierto país del Medio Oriente–, en términos rigurosamente objetivos, el 11/9 desemboca en la doble invasión de la OTAN a Afganistán, dos meses después, y a Irak (la segunda guerra del nepotismo de los Bush), 18 meses más tarde.
En contraste con los 10 años triunfantes previos al 11/9, la década posterior no fue exitosa: la dupla anglosajona se empantana en Afganistán (rebosante de litio y metales raros) ni puede capturar los hidrocarburos de Irak donde la superpotencia unipolar es derrotada por las patrióticas guerrillas islámicas (de la confesión de sus militares y estrategas).
Un año después de la fallida invasión anglosajona a Irak, en la primavera de 2004, emerge el barómetro del nuevo orden mundial: derrumbe del dólar, inversamente proporcional al ascenso irresistible del oro/plata y el petróleo/gas.
Durante la invasión anglosajona a Irak en la primavera del 2003, el oro andaba en 200 dólares la onza, hoy, 10 años después al 11/9, ha roto la barrera de los mil 900. El alza espectacular de la plata (de la que México es el primer productor estéril
mundial porque nada se queda aquí) ha sido similar. El petróleo oscilaba entonces entre 8 y 20 dólares el barril y hoy se ubica en 111 (en la variedad Brent).
Sin contar la derrota de Georgia –apuntalada por EU, Gran Bretaña e Israel–, en Osetia del Sur (Transcáucaso), aplastada por Rusia que ya había resucitado entre los muertos gracias al alza notable de los hidrocarburos, ya no se diga, las dos debacles de Israel (la única potencia nuclear, además de clandestina, del Medio Oriente) frente a dos guerrillas islámicas en Líbano (Hezbolá) y Gaza (Hamas), ¿cuáles fueron las consecuencias de las dos derrotas humillantes de EU en Afganistán e Irak, dos engendros del 11/9? Pues el advenimiento de los BRIC y el incipiente nuevo orden multipolar.
Diez años más tarde al 11/9, la crisis financierista de EU, muy bien ocultada y que detonó desde la quiebra de LTCM en 1998, se ha acentuado a los dos lados del Atlántico (doble crisis del dólar y el euro) cuando la desregulada globalización financierista neoliberal del G-7 (y sus caricaturas tropicales) se encuentra a la deriva.
Visto estrictamente con una mirada geostratégica de 20 años, el 11/9 fue un accidente y/o una iatrogenia y/o un obstáculo y/o una coartada que no pudo alterar el orden natural de las cosas
, como solían explicar juiciosamente los clásicos griegos.
La anormalidad no fue el 11/9, sino la unipolaridad del aberrante orden mundial que retorna a su equilibrio con la multipolaridad que pregonan los BRIC.