e aquí a julio de 2012 vamos a estar saturados de campañas y propaganda políticas. Entre los tópicos que se van a tratar públicamente por candidatos a distintos puestos de elección popular, pero sobre todo entre quienes van a contender por la Presidencia de la República, estará el de los valores religiosos de cada quien y cómo pudiesen incidir en la forma de gobernar.
No cabe duda de que el tejido social y ético del país tiene muchos agujeros. Esa desmadejada red se destejió, principalmente, desde distintos niveles de poder al permitir y estimular la corrupción y la impunidad. Paulatinamente se fue sedimentando en las distintas generaciones de políticos –ya fuesen municipales, estatales o federales– la premisa de que los puestos de la administración pública eran para medrar con ellos, y no para servir al conjunto de los gobernados y/o representados.
Es larga la historia de concebir los puestos políticos como trampolines para incursionar en la acumulación de prebendas, fortunas e impunidad. Podemos trazar sus orígenes en la Colonia, cuando se subastaban al mejor postor los lugares privilegiados en la escala para gobernar, producir o comerciar en nombre de la corona. Una vez en el puesto, el ganador buscaba recuperar lo más pronto posible la suma de su inversión
. Hoy no son pocos los organismos sindicales, y también gubernamentales de distintos niveles, en los que se ofertan plazas a cambio de pagos conseguidos por el interesado por todos los medios a su alcance.
Los cambios en los gobiernos municipales, estatales y federal, en los que se han alternado políticos de distintos partidos y colores, han evidenciado que el principio corruptor (al que nos referimos antes) alcanzó a todas las franjas, y los resultados han sido cambios de administraciones, pero no transformaciones políticas y éticas de fondo. La crisis es, entonces, política, y en su solución tiene que ver una revolución ética de carácter copernicano, es decir, debemos hacer un esfuerzo de revisión total y refundar sobre nuevas bases el ejercicio político y la construcción de ciudadanía democrática.
Los dos movimientos que han señalado la urgente necesidad de una transformación profunda en el paradigma político mexicano realmente existente son el Ejército de Zapatista Liberación Nacional y el encabezado por Javier Sicilia. La clase política en su conjunto tiene que abrirse a propuestas que considera utópicas, y hasta ingenuas, porque su propio arsenal (el de esa clase política) está agotado y sus propuestas no tienen la suficiente fuerza renovadora que exige la profunda crisis del país.
En ese contexto, los políticos profesionales, que todo lo banalizan, van a incorporar en sus campañas el tópico de la pérdida de valores (¿acaso y en verdad México ha sido antes un modelo de civilidad y convivencia democrática?) y ofrecer que él o ella tienen la solución instantánea. Unos de manera velada, y otros de forma abierta, parece que no van a resistir la tentación de usar lenguaje y símbolos religiosos para ganar adeptos a sus propuestas. Nos van a ofrecer conducirnos en un éxodo hacia promisorias tierras, y solamente necesitamos analizar sus historias de ejercicio del poder para comprobar que su efectividad es muy alta, pero nada más en el terreno de la propaganda.
Tengamos cuidado, y hasta sospecha, de políticos y políticas que desde sus pedestales hacen imprecaciones moralistas, que se van a presentar como personajes sin conexiones con el régimen que ha vulnerado las funciones constitucionales del Estado mexicano. Sus asesores de imagen los van a promover como outsiders del sistema, cuando en realidad son insiders plenamente comprometidos con, y beneficiarios de, una forma de concebir y practicar el poder político.
Ante los vacíos a que nos han conducido sucesivas administraciones depredadoras del Estado, al que confunden con sus intereses, ya se apersonan para llenarlos personajes y proyectos que se sienten con suficiente autoridad en la implementación de la tarea. Lo cierto es que no tienen esa autoridad de la que alardean. Aprestan sus mitras, casullas y estolas (reales o simbólicas) para clericalizar las campañas electorales. Dicen contar con un capital simbólico, amplia influencia en su vasta feligresía, del que realmente carecen. Pero no faltan los suspirantes por altos puestos políticos que tienen disposición para creerse la leyenda.
El mesianismo esquemático simplifica los problemas y produce soluciones reduccionistas. La incorporación de lenguaje religioso y/o seudo religioso en los terrenos políticos profesionales normalmente es efecto de intereses pragmáticos del usuario, y menos tiene que ver con principios de vida que por otra parte son evidentes y no necesitan de publicidad. Ya esto fue mejor dicho antes: Por sus frutos los conocerás
.
Ante las olas que vienen, yo prefiero atenerme a lo que prescribió Jesús en el Sermón del Monte: hay que sospechar, sobre todo, de quienes hacen alharaca y ostentación pública de su piedad religiosa.