Opinión
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Rothko en el teatro
L

a trayectoria de Mark Rothko a lo largo de dos años (1958-1960) en los que se centra la obra, comentada en esta misma sección por la crítica de teatro Olga Harmony, está marcada por el accidente de automóvil, autoprovocado o no, en el que murió Jackson Pollock, en Long Island el 10 de agosto de 1956.

El suicidio de Rothko, el 25 de febrero de 1970, trabajado desde la víspera, como si preparara uno de sus cuadros pareció marcar el fin del expresionismo abstracto estadunidense y los síntomas de ello están muy adecuadamente reflejados en la obra de John Logan, escenificada desde el 19 de agosto en el Centro Cutural Helénico.

Quienes conocen, así sea someramente lo que sucedía en Nueva York durante los dos últimos años de la década de los 50 suelen disfrutar en mayor medida la pieza, así se trate de una adolescente de 15 años o de personas afines a las biografías artísticas y al advenimiento de la corriente pop, uno de cuyos principales protagonistas, ya bien vigente en ese tiempo, era el entonces joven Jasper Johns, uno de los artistas más cotizados de la actualidad, que aparece mencionado varias veces en la trama junto con otros colegas suyos ya fallecidos, como Litchenstein, Rosenquist y Oldemburg, cuyas imágenes, muy vigentes, parten como es sabido de la publicidad, del neodadaísmo y de las tiras cómicas, cosa que repugnaba y sorprendía a Rothko.

A partir de sus monólogos y del diálogo con su ayudante Ken, acrecentado conforme avanza la obra, se desenvuelve una acción que en el espacio de dos horas preconiza con claridad los orígenes de la Capilla Rothko, en Houston, auspiciada por el matrimonio De Ménil, aunque ésta no quede mencionada directamente, cual corresponde a la estrategia teatral.

De entrada, Rothko establece, según su sentir, su genealogía artística en el siguiente orden, que no es cronológico: Rembrandt, Miguel Ángel, William Turner, Henri Matisse, para terminar con él mismo. Después alude a Caravaggio, cuya pintura Conversión de San Pablo, en santa María del Popolo, en Roma genera luz.

Solemos identificar a este pintor con unas formas neutras reiterativas: rectángulos redondeados en sus extremos, casi oblongos, que al verlos en sus originales de formato grande acumulan atmósferas y reflexiones incluso teológicas, como si el Dios bíblico pudiera así ser representado. A eso llega el pintor después de varios tanteos, tanto estrictamente figurativos como abstractos. No puede ni debe pretenderse que los cuadros (de tamaño rothkiano), que aparecen en la escena, sean versiones o copias de sus originales; más bien, están en cierto modo basados en las aportaciones de su colega y amigo Barnett Newman.

En cierto momento el maestro y el ayudante dan la imprimatura al bastidor, ya armado y entelado en la escena, valiéndose de color rojo vivo. El movimiento de los bastidores y, sobre todo, su iluminación, a mi juicio muy bien lograda, dotan a la obra de la teatralidad necesaria a lo que es una puesta en escena de los procesos del pintor, tal como los va percibiendo su joven ayudante.

Personificado por el actor Víctor Trujillo, Rothko parece por momentos demasiado obsesivo y arrogante en su voz y gestos. Pero así era el pintor, atacado por una condición que acaso ni él mismo llegó a conocer bien, pese a las recetas farmacológicas y a los tratamientos a los que se sometió por prescripción de sus siquiatras, que fueron varios.

La generación de los expresionistas abstractos (que incluye a los Action Painters, como De Kooning, también mencionado), se vio prematuramente mermada no sólo por la muerte de Pollock, sino también por el suicidio de Archile Gorky en el verano de 1948, en Connecticut, a los 44 años. Robert Motherwell, quien vivió hasta 1991 y era un gran teórico, aparte de pintor, destacó su incuestionable importancia en la gestación del expresionismo abstracto. Gorky (gran admirador de Máximo Gorki) era dibujante nato, Rothko colorista.

La obra insinúa, además, lo que después de la muerte del principal protagonista, se convirtió en El caso Rothko, una larga querella que corresponde al mercado del arte y al ámbito de los galeristas. Rothko tuvo dos hijos, a la larga responsables de la fundación que lleva su nombre.

Por las pinturas contratadas para el Four Seasons, el guión menciona que le habían pagado 35 mil dólares. Un solo cuadro suyo en tiempo muy poco posterior a su muerte se cotizaba en 350 mil, ya no digamos lo que supondría un avalúo actual sobre el mismo cuadro.

Es poco común que una obra de teatro, además de mantener en vilo la atención del espectador, revele tanto de una personalidad artística. Incluso la disposición de las pinturas, reacomodadas por el ayudante al final, está perfectamente acotada, así como el hábito del maestro de sentarse por horas a observar sus creaciones.