uando el emir de Qatar visitó al presidente de Argelia, Abdelaziz Bouteflika, a principios del verano, sólo le transmitió un mensaje: que no debía ayudar al régimen de Kadafi. En otras palabras, quedaba prohibido remplazar los tanques del dictador que fueron destruidos por la OTAN con vehículos iguales provenientes del ejército argelino. Se dice, (más bien, lo dicen fuentes militares árabes muy confiables) que Bouteflika prometió todo lo que le pidieron, a sabiendas de que no cumpliría. Las fuentes añaden que el presidente es una fachada del ejército de Argelia tanto como el presidente Assad no es más que una tapadera para el partido Baaz de Damasco. No es casual que mucho del armamento de fabricación rusa que en los últimos meses Kadafi usó en el desierto parecía nuevo. No es posible que estuviera así de flamante después de haberse estado pudriéndose ahí por cinco años.
El papel de Qatar en el conflicto de Libia consta de historias de guerra nunca contadas; había banderas qataríes ondeando la semana pasada en la Plaza de los Mártires, pero también hubo banderas argelinas. A nadie sorprende en el mundo árabe que tantos miembros de la familia de Kadafi hayan aparecido en Argelia. Durante años, los argelinos apoyaron las políticas independientes –aunque delirantes– de Kadafi porque su propia historia les ha enseñando a no aceptar órdenes del extranjero.
En el momento en que los franceses –que han ocupado, colonizado y perseguido a los argelinos por 132 años– bombardearon Libia, la lucha del régimen de Kadafi por sobrevivir se volvió un símil de la lucha del argelino Frente de Liberación Nacional en la lucha que protagonizó de 1954 a 1962 por la independencia del mandato francés. Aunque los libios no han tenido libros de historia serios en las escuelas por más de 40 años, todos conocen las vivencias de su país muy bien. La zona montañosa de Fezán, en Libia, llena de desiertos y montes al sur de las ciudades costeras fue ocupada por las tropas francesas hasta mucho después de terminada la Segunda Guerra Mundial con el fin de proteger la frontera de Argelia, que entonces aún era parte del imperio francés. Esa árida frontera entre Libia y Argelia ha sido camino de contrabandistas durante siglos. Por eso, sacar a la familia Kadafi hacia el exilio seguramente no requirió de una operación militar mayor.
Ciertamente, fue un acto muy típico de la cancillería argelina anunciar la presencia de la familia Kadafi en su territorio nacional. A los argelinos les gusta demostrarle a Occidente, especialmente a los franceses, lo libres que son y el orgullo que sienten por su nación soberana. Aunque dicha nación resultó dañada en los levantamientos islamitas de 1990 a 1998, los argelinos no harán tratos a cambio de favores con los occidentales.
No habrá titulares en los diarios sobre el exilio secreto en Argelia de la familia Kadafi
; la nación africana tenía todo el derecho de tratar con solidaridad humanitaria a otros árabes; la OTAN y los opositores libios podrán decir, si quieren, que el asilo ofrecido por Argelia es un acto de agresión
.
Por otra parte, la lucha de Kadafi contra sus propios enemigos islamitas, minúscula si se le compara con la feroz guerra que el gobierno argelino mantiene con sus opositores de estilo Al Qaeda, convirtió la dictadura de Kadafi en aliada automática de los sucesivos gobiernos militares democráticos
de Argelia.
¿Por qué debía la orgullosa Argelia abandonar ahora a su hermano Muammar, nada más porque los árabes del Golfo y las potencias europeas (algunas de ellas, al menos) decidieron darle la espalda? Tal vez para el presidente francés, Nicolas Sarkozy, sea muy fácil abrazar a Kadafi en 2007 y bombardearlo menos de cuatro años después. Pero Argelia no traiciona a sus amigos.
Así es como se explica, de entrada, la postura de Argelia. Pero existen nexos más oscuros y sangrientos entre los servicios secretos de ambos países norafricanos, que se han valido de la tortura, el asesinato político y matanzas para afianzar su poder sobre el pueblo. Muchas veces los argelinos transmitieron a los lugartenientes de Kadafi los frutos de sus experiencias antiterroristas
.
La historia de Argelia contiene más baños de sangre –150 mil muertos, en su mayoría civiles– y no se compara con el menor número de torturas y asesinatos perpetrados en la Libia de Kadafi, pero ambos gobiernos supieron que para conservar el poder debían emplear una terrible mano dura.
Asimismo, Argelia no pretende ser una segunda Libia: el país es más libre y marginalmente más democrática de lo que fue durante la horrenda década de los 90. Las autoridades del país están convencidas además, y con justa razón, de que la revolución Libia obtuvo el apoyo de Occidente porque la tierra de Kadafi es rica en petróleo.
Argelia, a su vez, posee la octava reserva de gas natural más grande del mundo y es el cuarto exportador mundial de este combustible. Bajo su desierto hay más de 12 mil millones de barriles de petróleo y 27 por ciento de sus exportaciones de crudo son compradas por Estados Unidos. Los argelinos saben que si Libia hubiese exportado primordialmente papas, Occidente no hubiera intervenido de la misma forma en que el Irak de Saddam Hussein no habría sido objeto de invasión si su principal recurso fueran espárragos.
Así que si alguien más desafía el mandato de los poderes occidentales, esto no llevará al colapso y a una subsecuente y nueva primavera democrática
. Dar asilo a la esposa y familiares de Kadafi es más un gesto para Occidente que para lo que queda de la tiranía elitista de Libia.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca