eatro de Primera, empresa formada por los productores Juan Torres y Guillermo Wiechers, presenta Rojo –en traducción y adaptación de los productores– de John Logan, obra ganadora de múltiples premios en Estados Unidos y Londres, que trata sobre un corto periodo de la atormentada vida del pintor Mark Rotho, en la que no se hace referencias a su intimidad, matrimonios y divorcios incluidos, porque ésta se enmarca en el arte pictórico, como si cada cuadro que produjera fuese un hijo nacido de una experiencia mística que se debe expandir al espectador. El sitio mismo de la obra, su estudio recreado en la escenografía del también iluminador Jorge Ballina, habla del lugar nodal en la vida del artista durante el lapso en que pintó los murales para el restaurante Four Seasons, un muy importante encargo que le daría mucho dinero y que al final abandonó .
Logan no presenta al artista en uno de sus graves momentos de depresión o de tendencias alcohólicas, o por lo menos la escenificación de Lorena Maza no lo intenta, aunque se nos den algunas pistas, como la idea de conjuras en su contra o el desdén a la naturaleza, por lo que no desea pintar con luz natural,sino con la artificial de los focos normales o de la luz fluorescente, que podría ser parte de una introversión extrema, o bien coincide con la idea del arte que mantiene Rotho,sobre todo desde que terminó con todo rastro figurativo y crea con la certeza de que cada cuadro aproximará al espectador a una experiencia liberadora. Al respeto que manifiesta por Jackson Pollock y más atrás por Caravaggio, se contraponen el temor y la cólera que le produce el advenimiento del pop art con autores que no cita por su nombre, aunque se refiera a la sopa Campbell (Andy Warhol) y a los cómic (Roy Lichtenstein).
Para poder pintar los murales del encargo requiere de un ayudante y la obra comienza cuando el joven Ken llega al estudio. Rotho le advierte que no será su padre, su mentor, su siquiatra o su amigo y luego le pregunta lo que ve en uno de sus cuadros. Rojo
, dice Ken. Entonces el artista se suelta en una de sus largas peroratas en que va descubriendo sus fobias y sus filias; su idea del arte sazonada con citas a escritores y filósofos, como Nietzche, mientras el muchacho prepara materiales y escucha, antes de atreverse a discutir con él. Por cierto, tampoco se atreve a mostrar uno de sus cuadros y no sabremos si es bueno o malo como artista o en qué concepto lo tendría el ya consagrado Rotho, pero eso no importa. Importa esa consagración casi religiosa al arte que tuviera Marck Rotho, que lo une a su añorado amigo Pollock.
En el estudio del artista se encuentran mamparas con ruedas, donde se instalan los cuadros. La dirección de Lorena Maza muestra un trazo inteligente y adecuado, con Ken clavando bastidores o sustentos de madera para las telas y, sobre todo, en el magnífico final, cuando se despide Ken del artista que tiene la blusa roja por la pintura, pero también como recuerdo de su sangriento suicidio. El joven diciendo rojo, casi en broma, y el mayor contestando negro como anticipación de sus estados depresivos, mientras la iluminación de Ballina hace que el negro se coma al rojo como antecedente de la obra postrera. El pero, y es un enorme pero, está en las actuaciones. Un gran papel para un gran actor fue entregado a Víctor Trujillo, quien cree que matizar consiste en gritar, y aunque se entienda que se busquen ganchos de taquilla, y desde luego Brozo lo es, la calidad de texto y montaje se cae ante la elección del protagónico, lo que hubiera sido interesante si el locutor y payaso hubiera devenido en actor con cambios y matices.
Es lamentable, pero en la función a la que asistí unas señoras reían sin cesar y sin ton ni son, porque pagaron un alto precio por ver a Brozo y pensaban que todo eran gracejadas. El joven y apuesto Alfonso Dosal muestra en demasía que sus reacciones obedecen a las instrucciones de la directora y poco fluyen con veracidad, aunque habría que decir que la buena dicción, aun sin matizar, de los dos actores permiten apreciar una obra que de otro modo no conoceríamos, aunque requiriera un mejor destino.