Opinión
Ver día anteriorDomingo 21 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Patria
C

uando llega el momento, las oportunidades se presentan automáticamente. Saber cómo aprovecharlas es lo que separa al soñador del activista.

Este es un fragmento de la carta, pequeño manifiesto moral, que el prisionero Wolf escribe a sus dos hijos desde el campo de trabajos forzados en que se encuentra recluido en la Alemania de 1944. Entre esta carta y la misiva final que uno de los hijos, también prisionero, envía a sus padres un año después, se inserta la exploración casi arqueológica de un tiempo pasado visto desde la perspectiva del presente, que es la materia primordial de Patria (Vaterland, 2002), documental del realizador Thomas Heise, originario de la ex República Democrática Alemana (RDA), y de cuyo trabajo exhibe actualmente la Cineteca Nacional una amplia retrospectiva.

Las claves autobiográficas son discretas, pero el realizador, de visita en México, ha podido precisarlas, contribuyendo en debates al final de la proyección de sus cintas a un intenso debate en torno a una realidad poco conocida: la vida cotidiana en la antigua RDA, la persistencia de hábitos comunitarios y estilos de vida, la revisión crítica del burocratismo totalitario, la recuperación de la memoria histórica, y el tránsito de la experiencia colectiva del socialismo real a la realidad cotidiana en el actual modelo neoliberal.

La pequeña población de Straguth, en la provincia sajona, es el microcosmos donde centenares de almas viven detenidas en el tiempo. En este lugar operó por varios años una base militar rusa y su epicentro fue una taberna en la que convivieron los parroquianos locales con los soldados soviéticos y las mujeres de sus oficiales. Luego de la caída del muro de Berlín y en el primer momento de la reunificación alemana, los rusos parten y dejan la base aérea abandonada; el lugar queda casi desierto. Más que nunca, es un pueblo fantasma.

Diez años después, Thomas Heise entrevista a algunos de los habitantes del lugar, reunidos como antes en la taberna de Otto Natho, Otti, veterano de batallas, amante de los perros y antiguo miembro de las juventudes hitlerianas. Los entrevistados refieren la calidez de los viejos tiempos, la fraternal camaradería de los rusos (“Prefiero 10 rusos a un Wessi –alemán del oeste–”, precisa un parroquiano). La experiencia de la reunificación territorial e ideológica ha sido compleja, y para algunos, perturbadora (Estoy borracho desde hace 18 años, confiesa algún entrevistado).

En su patchwork testimonial, Patria alude a la complejidad de una realidad histórica que durante al menos dos generaciones más seguirá plagada de recelos y contradicciones.

Tomemos el caso de Volker, un hombre que aún intenta comprender por qué un buen día su mujer decidió, inopinadamente, partir del hogar que estaban a punto de renovar y dejarlo a cargo de sus tres hijos. No hubo disputa ni secuela de rencores, sólo un incomprensible reacomodo doméstico. El desasosiego resultante tiene una expresión más amplia en el sentimiento de cambio súbito y de abandono que algunos de los entrevistados viven años después de la caída del viejo y familiar sistema totalitario.

Moni, una joven ama de casa, elige el cráneo a rape, la perforación en la nariz, la apariencia andrógina, y ser punk y resueltamente cool, sin dejar por ello de aceptar de modo conformista su suerte: Estoy bien aquí, no necesito más. Y ese aquí y ese ahora es un pueblo donde la máxima distracción es el bautizo de un nuevo carro de bomberos, el apego a las fiestas tradicionales y el infatigable merodeo en torno a la taberna de Otti, punto de encuentro de generaciones en una continuidad que nada cuestiona y donde la historia parece haber hecho un alto permanente.

La crónica de Thomas Heise está emparentada con la exploración histórica –diálogo y contraste de dos épocas– empren- dida por la rusa Marina Goldovskaya o por el alemán Gustav Deutsch, rastreador de archivos fílmicos; también con el seguimiento tenaz y paciente de la documentalista checa Helena Trestikova y con la renovación formal de Harun Farocki.

Las coincidencias en iniciativas de índole semejante no forman todavía escuela, pero el espíritu de una intensa recuperación de la memoria histórica europea crece de modo incontenible y tiene un vigoroso impacto sobre la manera en que el cine documental interpreta hoy en todo el mundo las realidades sociales. Diríamos, parafraseando a Heise, que saber aprovechar este impulso, es finalmente lo que separa hoy al cineasta soñador del activista cinematográfico.

Mayor información sobre el ciclo de Thomas Heise: www.cinetecanacional.net