ay personajes de nuestra historia que parecen sacados de novelas; ya hemos hablado de fray Servando Teresa de Mier y sus múltiples aventuras, que incluyeron la fuga de tres prisiones en España y México. Otra figura novelesca es la princesa Tecuichpo y sus cinco esposos. Primogénita del emperador Moctezuma, los cronistas de la época la describen como bella y gentil. Fue esposa sucesivamente de Cuitláhuac y de Cuauhtémoc. Tras la conquista fue bautizada con el nombre de Isabel y Hernán Cortés la casó con un español llamado Alonso de Grado. Al año del matrimonio la princesita enviudó. El conquistador se la llevó a su residencia de Coyoacán y engendró una hija con ella. Después la volvió a casar con otro peninsular, Pedro Gallego de Andrade. Nuevamente viuda, contrajo nupcias con Juan Cano. En total tuvo siete hijos. La interesante novela Isabel de Moctezuma, de Eugenio Aguirre, que publica Planeta, nos cuenta su vida.
Dentro de las barbaridades que hizo Cortés durante la conquista, tuvo la decencia de reconocer generosamente a los indígenas que le habían ayudado y a los descendientes de los que no sobrevivieron, como fue el caso de Moctezuma, a quien siempre le guardó agradecimiento. A Tecuichpo, que se dice era la hija favorita del soberano, el conquistador le otorgó la encomienda de Tacuba, que además de ser enorme tenía de las mejores tierras de la cuenca.
A su muerte sus hijos se repartieron la vasta propiedad y muchos de ellos vendieron su parte. En 1539 se registran las primeras operaciones de compraventa de una porción conocida como Ximilpa, el antecedente más remoto de la Hacienda de los Morales, que nació con ese nombre en 1645, en virtud de las moreras que la cubrían para cultivar el gusano de seda, según nos cuenta Gabriel Breña Valle, en el libro que publicó sobre dicha propiedad.
Poco después de la operación mencionada, en 1541, el oidor Lorenzo de Tejada adquirió esa propiedad y las de los alrededores. A lo largo de los siglos múltiples operaciones de compra venta dieron lugar a muchos litigios, lo que llevó a que se le encargara al afamado arquitecto Francisco Guerrero y Torres un plano en donde se ve que la hacienda abarcaba gran parte de Chapultepec.
En 1880, el señor Eduardo Cuevas y su esposa Ana Lascuráin adquirieron la propiedad y desarrollaron los olivares, que producían un excelente aceite, y cultivaron buen trigo, fruta y desde luego, maíz. En los años 30 del pasado siglo, los alrededores de la hacienda comenzaron a urbanizarse; fueron surgiendo, entre otras, las colonias Anzures, Santa Julia, las Lomas de Chapultepec y Polanco.
Se conservaron la casona y la troje de la Hacienda de los Morales, que en 1967 se convirtieron en un lujoso restaurante, que continúa funcionado como uno de los mejores de la ciudad y que aún permite apreciar la grandeza de su pasado virreinal.
Y ya llegó la hora de comer. El día caluroso y soleado, un poco húmedo, nos recordó a Cuba, así es que decidimos ir a Casa Habana, para saborear auténtica comida de la isla, que sólo hemos tenido oportunidad de degustar suculentamente en casa del buen amigo Pepe Díaz y Ángeles, su mujer. Está ubicado en Lope de Vega 341, en Polanco, antiguos territorios de la encomienda de Tecuichpo.
El sitio es encantador ya que recrea en pequeñito una de las viejas casonas señoriales de La Habana, con su techos adornados con afrancesada yesería, algunas antigüedades y buenos cuadros. Por supuesto iniciamos con un muy bien preparado mojito. Botaneamos con un plato cubano, que tiene un poco de todo. Después pedimos el ajiaco del monte, exquisito potaje con carnes y verduras como malanga y yuca. Yo me fui por el picadillo con moros y cristianos y otros se fueron por la vaca frita, el lechón asado y la ropa vieja. El postre nunca lo había probado y es una delicia: cascos de toronja con queso. La atención del dueño, Leo Rosales, apoyado por amables jóvenes cubanos, lo hace sentir en la isla.