Sábado 20 de agosto de 2011, p. a16
El estreno en México de la ópera Otra vuelta de tuerca, del compositor inglés Benjamin Britten (1913-1976), ocurrido el pasado fin de semana en el Centro Cultural Universitario, constituye el acontecimiento cultural más importante en mucho tiempo en México.
Varias razones sustentan el aserto. En primer lugar, porque propicia el avance cultural de nuestro país. No es poca cosa. ¿Por qué? El mero hecho de que se estrene una ópera en un país cuyo gobierno parece hacer todo en contra del género operístico, implica progreso.
Además, se trata de una ópera nueva, escrita en el siglo XX, lo cual reduce el atraso si tenemos en cuenta la necedad de los ominosos regímenes panistas que azotan el país, de no salir de lo decimonónico, lo facilón, lo manido y lo taquillero.
De manera que resulta escandaloso que exista en México una Compañía Nacional de Ópera, dependiente del gobierno federal, de la cual todos se quejan porque no cumple su trabajo.
Ya en estas páginas el tenor Ramón Vargas, primera figura mundial, dijo de plano que lo único bueno es que ya falta poco para que termine este gobierno.
En tiempos de oscurantismo, como siempre, la creatividad se da en maceta. El logro obtenido por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con el estreno de la ópera de Britten ratifica la vocación universitaria de propiciar el avance cultural asumiendo riesgos (en este caso, una ópera que pocos conocían y que auguraba fracaso de taquilla, pero el resultado fue localidades agotadas), habilitando proyectos realmente propositivos, como fue el caso.
Entre los muchos frutos que deja este acierto destaca la posibilidad de espejear, poner de relieve para acrecentar el avance. Por ejemplo, escuchar en vivo esta partitura no solamente confirmó la importancia de un compositor como Britten, sino que arrojó resultados patentes, entre ellos la capacidad increíble de este autor para narrar con sonidos.
Los matices, las disonancias, los colores orquestales, las resquebrajaduras de sonidos hasta entonces inaudito se insertan en un sistema de vasos comunicantes. Tanto el sábado como el domingo, el público universitario pudo enlazar la ópera de Benjamin Britten con la Novena Sinfonía de Gustav Mahler, que con notables resultados ofreció la Sinfónica de Minería en la Sala Nezahualcóyotl.
Claro, es sabido que Mahler fue influencia monumental en Britten, pero el punto es ese malestar en la cultura que conecta con la narrativa de Arthur Schnitzler, los estudios de Freud y todo ese conglomerado cultural de principios del siglo XX.
Lo cual nos lleva a recomendar, ahora, una grabación ad hoc: la ópera de Leos Janacek (1854-1928) basada en una obra maestra de Fedor Dostoievski: De la casa de los muertos (también traducible como La casa de los muertos, Memoria de la casa muerta; El sepulcro de los vivos).
El equipo creativo para esta producción es el mejor disponible en el planeta: el compositor Pierre Boulez (el autor vivo más importante hoy día) está a la batuta y en la dirección escénica Patrice Chéreau, binomio que conmovió al mundo hace pocos años con el montaje integral, en más de un sentido, de La Tetralogía de Richard Wagner, también asequible en dvd.
Rasgos expresionistas, fuentes sonoras de extracción popular, orquestación minimalista, el sistema de vasos comunicantes enlaza con la producción operística de Benjamin Britten de manera puntual.
Producciones operísticas de este tipo y montajes propositivos de tal envergadura están disponibles en dvd y son el resultado de la vida cultural europea, del avance de países realmente interesados en ese ámbito.
De ese tamaño es el acierto que acaba de materializar la UNAM con el estreno de Otra vuelta de tuerca.
Para festejar, disfrutemos las otras óperas de Britten, las de Leos Janacek, las de Alban Berg, las de Richard Strauss, John Adams, et al.
Porque la cultura avanza, pese a todo.