a crisis económica y la respuesta de política económica han terminado por evaporar la legitimidad de un gran número de estructuras gubernamentales en las economías capitalistas. Ahora es claro que la crisis económica es esencialmente política.
El neoliberalismo acabó por destruir el pacto social keynesiano del que el capitalismo podía sacar algo de legitimidad. Pero la crisis barrió con las endebles bases sobre las que todavía hoy pretende asentarse el neoliberalismo. Se ha generado así una crisis de legitimidad que alcanzará dimensiones históricas. Llegó el momento de aprovecharla para avanzar en la lucha por un mundo alternativo.
Si hubo un gran triunfo ideológico del capitalismo moderno fue imponer la idea de que frente al neoliberalismo no había alternativa. La globalización
se convirtió en eficaz máquina de la lucha ideológica porque difundía la idea de que el modelo neoliberal respondía a una razón técnica que no dependía de la política.
Hoy los vínculos entre el modelo económico y el mundo de la política han quedado a la vista de todos con la respuesta a la crisis. Por eso el colapso se ha transformado en la crisis de legitimidad política de los gobiernos.
Para enfrentar el derrumbe económico, los ministerios de hacienda o del tesoro y los cuerpos parlamentarios o congresos destinaron cantidades astronómicas de recursos públicos para rescatar a los agentes privados que provocaron la crisis y luego pasaron la factura al pueblo. En el salvamento de bancos y especuladores, los gobiernos impusieron un récord en materia de corrupción y mostraron a quién rinden pleitesía. Los pobres y desempleados, clases medias, campesinos, pequeñas empresas y los jóvenes sin acceso a una educación universitaria, no tuvieron quién les ayudara. ¿Puede así un gobierno conservar su legitimidad?
Este 2011 ha sido testigo de rebeliones que, a pesar de su diversidad, comparten un mismo hilo conductor: en todas se impugna la legitimidad de los gobiernos. Las manifestaciones y revueltas en Grecia marcaron la pauta, mostrando que la gente rechaza el castigo cuando existen alternativas como la restructuración de la deuda. En España el movimiento de los indignados hace patente su repudio a un esquema de capitalismo que no resuelve, desde hace años, los problemas más elementales de desempleo o educación. Los estudiantes en Chile protestan porque el gobierno en turno transforma la educación pública en espacio de rentabilidad privada.
En Túnez y Egipto las revueltas fueron precedidas por una serie de huelgas obreras en demanda de mejores condiciones de trabajo. Pero muy rápidamente el descontento desbordó el marco laboral y condujo a una sublevación de mayor amplitud. Las manifestaciones de los indignados en varias ciudades de Israel están directamente impugnando el modelo neoliberal, pero también se están convirtiendo en protestas que se conectan con el drama del pueblo palestino.
En Madison, Wisconsin, frente a un gobierno local decidido a desmantelar lo que queda de un sistema de respaldo social, maestros de escuela, estudiantes y empleados del gobierno llevaron la lucha hasta el capitolio del estado. Hoy no pierden de vista la huelga de más de 45 mil trabajadores contra la empresa Verizon, uno de los episodios más importantes en este abanico de luchas en Estados Unidos: la empresa anunció ganancias por 20 mil millones de dólares, pero insiste en recortar beneficios a sus trabajadores.
Si hay algo que los centros del poder reaccionario detestan y teme es que el pueblo delibere de manera directa, sin intermediarios, que se diga sus vivencias cara a cara. Y muchos de estos movimientos en 2011 permitieron al pueblo reflexionar en el marco de una embrionaria democracia directa. Desde la plaza Tahrir hasta Madison, pasando por Syntagma y Puerta del Sol, en su diversidad los manifestantes compartieron experiencias y aprendieron en colectivo no sólo que existen alternativas, sino que, en la democracia radical y directa, el valor es contagioso.
En ese deliberar directo y radical, el pueblo aprende que el trabajo en la fábrica no es lo natural, que las contrataciones en el mercado laboral
no tienen nada que ver con los contratos civiles de venta y arrendamiento, que los desalojos de casas son la otra cara del rescate bancario, que un sistema educativo clasista y discriminatorio sólo fábrica rechazados, y que otras prioridades pueden guiar la asignación de recursos en el plano macroeconómico.
Pero para que todo esto fructifique en un movimiento capaz de convertir la enorme energía popular en cambio efectivo, será necesario inventar nuevas formas de organización y construir nuevas alianzas. La diversidad amalgamada en estos movimientos ha rebasado totalmente el viejo carromato de las democracias parlamentarias y sus partidos vendidos, anunciando un porvenir en el que otros sistemas de representación y de organización económica, más ligados a la democracia radical, dominarán el paisaje político. De las luchas del presente debemos desentrañar el futuro.
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