o es que sea hora de ponerse nostálgicos, y menos por algo tan pasado de moda como el nacionalismo, pero justo es reconocer que nunca, desde que México aprendió a reconocerse como tal luego de que los liberales echaron al ejército francés, ha estado tan a la baja el sentimiento de ser una nación aparte, con características propias y no tan peores. Atrás quedaban los polkos, los monárquicos tardíos y el inevitable Quince Uñas, y por fin este país pudo darse a la tarea de inventarse con calma, sus élites se afrancesaron a gusto y los tipos del peladaje dieron materia a nuestros autores costumbristas. Ya vendrían tiempos para desgarrarnos con la Revolución y la instalación de sus facciones triunfantes, que devendrían un sólo partido, revolucionario según él, y a todas luces institucional, con su folclor corrupto, su verticalismo, y los marcianos que llegaban lo hacían bailando el cha cha chá.
Los gobiernos de la estabilidad institucional fueron entreguistas, pues así entendieron la modernidad, pero la fatídica vecindad con el imperio tenía contrapesos en el lenguaje, los hábitos, los mitos y nuestra intrínseca fenomenología del relajo
, como la pensó Jorge Portilla padre. La Historia nos abrió hueco suficiente para sentirnos rancheros, los líderes obreros se vistieron de charros y los ratoncitos verdes eran unos maletas, pero eran nuestros. Las cosas se salieron de control con la llegada de los neoliberales, que a la mala no sólo torcieron el timón, sino que, subrepticia, pero inevitablemente, nos pasaron a torcer.
La bienaventurada caída del viejo PRI nos vino como alivio. Ya el zedillato era de dar vergüenza, pero creíamos tener todavía con qué dar la batalla como nación. Los poderes políticos y económicos trabajaban para los gringos de por sí, no hay que idealizar. Está documentado que Díaz Ordaz y Echeverría cobraron en la CIA. Todavía le tenían miedo al oro de Moscú y creían que durante la guerra fría el menor de los males era mantenerse del lado de acá del río Potomac. El iracundo papá gobierno masacró estudiantes en Tlatelalco por nuestro propio bien, y la guerra sucia que nos hizo en los años 70, también.
El desastre lo instauró el Tratado de Libre Comercio con las potencias de Norteamérica, que ni tan libre resultaría. Con candados para nosotros que el proteccionismo washingtoniano nunca se aplicó a sí mismo, nos convirtió en exportadores netos de nuestra gente y de todo lo demás. Ser mexicano en el norte se volvió necesario, aunque ilegal. Vendría el foxismo cocacolero a tratar como héroes al los buscadores de divisas mientras malbarataba lo que habían dejado los últimos y voraces priístas.
Detrás de ti vendrá quien bueno te hará. El calderonato no sólo se instaló a la mala y como haiga sido, dejando chiquito a la aún folclórica caída del sistema en 1988, el último fraude patriótico. De entrada, nos declaró la guerra diciendo que lo hacía por nuestro bien. Otra vez. Para dizque matar a los malos que el propio sistema prohijó con una lealtad que no merecíamos, desarticuló las redes de resistencia social y puso el miedo y la autodevaluación en el centro de nuestra vida cívica. Ahora nos venimos a enterar de que de plano trabaja para los vecinos, aunque nosotros seguimos pagando su sueldo nominal.
No sólo los capos les trabajan bajo cuerda a las agencias estadunidenses, al igual que lo hicieran los talibanes; también los funcionarios y mandos que, nos dicen, se dedican a exterminarlos. Uno diría que ya estuvo bueno de que lo sigan haciendo por nuestro bien. El número de pobres es lo único que crece, además de la deuda y la población. Porque el país, nomás no. La procuradora, el jefe policiaco y el gerente de Los Pinos hacen su trabajo con dedicación, y no falta quien les aplauda. Vamos, Barack Obama le pone emoción y los compara con Elliot Ness, lo cual es necedad, si la hay.
En el interin, lo peor de la jerarquía católica se ha despachado con el cucharón de plata que Benito Juárez les había arrebatado de la boca y hoy, mirémonos en el espejo del Jalisco beodo y panificado, está tan a todo dar que las telenovelas se tratan de milagritos, y de las demandas sociales del pueblo hemos terminado en el triste virgencita porfis
que nos tenemos que chutar a diario en horario triple A.
En junio de 2010, la Secretaría de la Defensa Nacional informaba que las fuerzas armadas de México reciben entrenamiento del Comando Norte y el ejército de Estados Unidos. La prioridad número uno será nuestra asociación con México
, afirmó entonces James Winnefeld Jr, jefe del Comando Norte de Estados Unidos, para quien la relación entre las fuerzas armadas de ambos países nunca ha sido mejor
.
Con el Comando del Norte rondando, ya para qué queremos fuerzas armadas. Mientras, las mineras desbocadas sostienen el espejo negro de nuestro futuro y el pobre Tezcatlipoca anda por ahí juntado los pedazos del suyo, estrellado a pedradas de modernidad.