Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Enemigos del patrimonio cultural
¿P

or qué algunos funcionarios odian los árboles y el patrimonio cultural de las ciudades? ¿Será por ignorantes? ¿Por creer a ciegas en una falsa modernidad? ¿O porque talar arboles para abrir vías por donde se desplacen miles de vehículos permite contratos que benefician a unos pocos? Vale la pena hacer estas preguntas al saber lo que hacen desde hace algunos años las autoridades del puerto de Veracruz.

En la tantas veces heroica ciudad existe una avenida que tiene sus orígenes en el siglo XVII. Era el antiguo camino que, partiendo de la Puerta de la Merced, comunicaba con Medellín, Alvarado y Boca del Río, entre otras poblaciones. En los siglos posteriores se convirtió en la principal y más bella vía de la ciudad, continuación natural de la Alameda, principal pulmón verde de sus habitantes, que también sobresale por su diseño arquitectónico. Por eso el original Paseo de la Libertad, luego avenida de la Alameda, y hoy Salvador Díaz Mirón, es un bien público que debería gozar de protección.

Sin embargo, desde hace ocho años la Díaz Mirón sufre modificaciones. Primero, con la construcción y venta de locales comerciales so pretexto de un falso ordenamiento urbano que en realidad busca privatizar las áreas públicas. Luego, con el pretexto de modernizarla, en el año 2005 el edil Julen Rementería, de extracción panista, se propuso ampliarla para trazar la ruta de un metrobús y de paso devastar el parque Zamora, contiguo a la avenida, con la finalidad de construir un estacionamiento.

La protesta ciudadana detuvo las obras, pero el siguiente edil, su primo, el priísta John Rementería, quien continuó en 2007 las obras que, nuevamente, fueron suspendidas por la oposición ciudadana. En los seis años que duraron las citadas administraciones fueron derribados cerca de 200 árboles de la avenida.

Ahora hay nueva autoridad a cargo: Carolina Gudiño, quien milita en el PRI, y acaba de anunció la remodelación y ampliación de la Díaz Mirón, entre otras importantes vías, incluido el parque Zamora. Por los alcances que tendrán dichas obras sería de esperar que el proyecto fuera dado a conocer y discutido tanto en el cabildo como por las agrupaciones ciudadanas, incluyendo desde arquitectos y vecinos hasta especialistas en patrimonio histórico y medio ambiente.

Sin embargo, el proyecto se presentó a un selecto grupo de invitados, pese a que cambiará la fisonomía de una parte muy tradicional del puerto. Por ejemplo, nada sabe la gente sobre el estudio de ingeniería vial que sustente la necesidad de ampliar varias avenidas, y menos su impacto ambiental, como tampoco de los procedimientos de adjudicación y el historial de las empresas favorecidas con los contratos. Los trabajos se iniciarán el primero de septiembre.

Todas estas arbitrariedades motivaron la creación de un comité ciudadano para defender esa zona histórica, rescatarla del abandono, conservarla y dignificarla. Quienes se oponen a la ampliación de la avenida Díaz Mirón y otras más no son enemigos del progreso, pero sí de obras que destruyen áreas arboladas (en este caso ceibas centenarias) o históricas y de disfrute común a fin de dar paso a vías para que circulen más coches, haya más contaminación y ruido.

Como anota el antropólogo Daniel Nahmad Molinari, la Díaz Mirón es el mayor de los parques urbanos y un importante pulmón verde, aparte de su valor histórico. Cuando no existe ningún programa serio de reforestación en la ciudad (devastada por el ciclón Karl), se piensa en tumbar más árboles, anota Nahmad Molinari. Agrega la sospecha que existe de que el proyecto citado sólo traerá jugosas utilidades a los contratistas y comisiones a uno que otro funcionario. También nos recuerda cómo antes se arrasó la glorieta Díaz Mirón (que fue la más hermosa del puerto) so pretexto de agilizar la vialidad. Ahora la situación es peor, y la estatua del poeta se encuentra en un indigno pedestal, flanqueado por dos postes de luz.

Como sucede en México, en vez de escuchar y atender el reclamo ciudadano, la autoridad porteña se dedica a desprestigiar a quienes se oponen al proyecto. Otros más, también alentados por funcionarios, atentan contra el medio ambiente.