ohn A. Gavin, Jeffrey Davidow y el excelentísimo embajador (en algún lado) Carlos Pascual son nuestros pendientes. Por orden de aparición presento a uno de los embajadores estadunidenses más plenamente identificados con su presidente, Ronald Reagan. Con ustedes, Juan Gavin.
La similitud entre mandante y mandatario reside no sólo en sus orígenes, los dos se dedicaron a la actuación (líderes, además, de sus organizaciones gremiales), sino principalmente en que, como actores, ambos fueron pésimos. El señor Gavin rindió un homenaje permanente a aquel genio del cine mudo Buster Keaton, cuyo rostro, siempre inexpresivo, le valió el alias de Cara de piedra.
La cinematografía nacional también fue severamente agraviada cuando a Barbachano Ponce y a los Carlos, Fuentes y Velo, se les ocurrió ofrecer el papel de Pedro Páramo al señor Gavin. La supervivencia del mágico relato a la actuación del embajador es otra prueba incontrastable de la grandeza de la obra de Rulfo y del cinismo de Gavin, quien años después, ante el senado de su país, reconoció, luego de 40 películas, que no consideraba tener madera de actor.
Si los antecedentes y las cartas de referencia nos ayudan a conocer a la persona que comienza un trabajo, las del embajador Jeffrey Davidow debieron aterrarnos.
Davidow llegó a México después de haber colaborado estrechamente con Negroponte en la persecución implacable contra los sandinistas en Nicaragua, y con Kissinger en la Operación Cóndor, uno de los amafiamientos más perversos de los órganos represivos de los gobiernos del Cono Sur, así como en el proyecto Fubelt, nombre que se dio al conjunto de actividades destinadas al derrocamiento del gobierno legítimo del presidente Salvador Allende.
Unos cuantos días después del golpe militar (11/9/73), el genial camarógrafo Alexis Grivas y el que esto relata pudimos recabar, gracias a la presión de la prensa internacional, imágenes y testimonios de los cautivos en el Estadio Nacional de Chile y de sus familiares. A casi 40 años me estremece pensar que a unos cuantos metros de nosotros, pero inaccesible, en las graderías o los sótanos, Charles Horman, el joven periodista estadunidense que denunciaba ante el mundo, con valentía extrema, las intromisiones de su país en Chile, sería asesinado. Su nacionalidad, físico e idioma le permitieron tener acceso a información privilegiada, que con inusitada valentía hizo pública. Descubierto, los milicos decidieron eliminarlo por la gangsteril razón de sabía demasiado
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Diez años después, Universal Pictures decidió convertir en película el libro de T. Hauser The execution of Charles Horman, en el cual se describe y comprueba la complicidad de los funcionarios de la CIA y de la embajada estadunidense en el asesinato del joven periodista.
La cinta se llamó Missing, la dirigió Costa-Gavras y la protagonizaron Jack Lemmon, como Ed, y el padre de Charles, representado éste por John Shea. En el elenco figuran Richard Venture, como el embajador Nathaniel Davis, y David Clennon, como Phil Putnam, el oficial político, es decir, Jeffrey Davidow.
Varios de los mencionados demandaron legalmente al autor del libro, pero el fallo judicial les fue adverso, razón por la cual la compañía productora redistribuyó este filme en 2006, cuando había ganado ya un Óscar y la Palma de Oro del Festival de Cannes.
Más allá de la versión cinematográfica, el padre de Charles Horman culpó públicamente al oficial político Jeffrey Davidow de haber conocido plenamente el arresto y ejecución de su hijo y no haber intervenido para salvar su vida, decisión que evidentemente estaba en sus manos. Tiempo de canallas, sin duda, ese septiembre de 1973.
En México, además de hacer chascarrillos poco diplomáticos y de dudoso ingenio sobre el presidente Ernesto Zedillo y la ceremonia del Grito de Independencia, Davidow se dedicó en cuerpo y alma a promover la conveniencia (para las empresas estadunidenses, por supuesto) de la más amplia apertura energética nacional. En 1999, apenas con un año como embajador, organizó en Los Pinos un encuentro del jefe del Ejecutivo con el gobernador de California, Gray Davis, y el presidente de la fatídica Sempra, en ese entonces Richard Farman. Por supuesto, es una mera coincidencia, pero ese día, 22 de febrero, Ernesto Zedillo firmó la iniciativa que abrió las puertas a la participación de la iniciativa privada en actividades relacionadas con la industria eléctrica, anteriormente reservadas a la nación.
Los buenos cabilderos suelen ser agradecidos. Davidow gestionó para Zedillo, en 2001, y para Fox, en 2007, el reconocimiento Award for democracy and peace. Por su bien, el doctor Zedillo debería darse un tiempecito, entre sus múltiples reuniones en los consejos de administración de las empresas trasnacionales a los que pertenece, para demostrarnos que es falsa la afirmación de que dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí
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