Opinión
Ver día anteriorMartes 2 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Rodríguez Lozano en el Munal
E

l autorretrato de 1924 mencionado al final de mi nota pasada, tiene como fondo la representación de un poblado en tónica un poco naive, tipo Escuelas al Aire Libre.

Este recurso, que fue frecuente en Manuel Rodríguez Lozano al plantear horizontes altos, aparece también en otros pintores durante tal periodo. Es un rasgo estilístico atractivo, sin duda, que tuvo influjo.

Se museografiaron juntos un dibujo suyo y otro de una pareja, por Tebo. Éste resulta más minucioso y tonal que el de su mentor. Tiene una peculiaridad que hubiera llamado la atención de Giovanni Morelli: la oreja de ella nace de la carne de su mejilla, no queda separada de la misma.

Debe haber sido muy buen maestro, pues uno de los cuadros de Nefero que se exhibe: Mujer con rebozo verde, 1942, es un hermoso trabajo costumbrista muy bien orquestado en cuanto a color.

En contraste, otra composición algo posterior, también de Nefero, El vestido rojo, es inferior en cuanto a efecto y planteamiento. Tal vez su maestro solía a veces ayudarlo en sus quehaceres.

Otra peculiaridad: el cuadro titulado Dos muchachas en azul y rosa, en el que aparecen un par de figuras femeninas achaparradas, es una pintura por demás atractiva, pero el rostro y la expresión de la figura de la izquierda corresponde al de una mujer, no al de una chica. Pueden ser madre e hija. Tienen tras de sí una muy efectiva construcción de adobe que permitió expresar con acierto combinaciones formales en cuanto a la mezcla geometrización-figuras.

Las edades de los personajes suelen estar muy bien acotadas, así la figura de brazos cruzados que aparece en primer término de espaldas a un arco de medio punto de 1927, sí es una muchacha muy joven y sus rasgos guardan cierto parecido con los que ostenta el mencionado autorretrato de 1924.

Estos personajes parecen hermanados, al menos por la belleza de sus rasgos. De ese mismo año es el que quizá sea uno de sus más conocidos y afamados logros en este género: el retrato de Salvador Novo dentro de un taxi que realiza un recorrido nocturno por la ciudad. Aquí la oreja del personaje, muy alta, tampoco tiene cartílago, pero a todas luces se trata de una estilización.

En El chismoso (1927), el trajeado personaje pueblerino, está sentado en una banca pintada de verde, como las de los parques. Evoca involuntariamente otra figura pueblerina, la del Maestro rural, asimismo titulada El hueso, del Chamaco Covarrubias, realizada en 1937.

El escritor (1925) pareciera ser un autorretrato estilizado. No es posible leer lo que escribe, pero es evidente el trazo caligráfico. Hasta en eso, el autor fue secretamente cuidadoso, evitando referencias a su vida y condición, aunque de sobra sabemos que gustaba de la escritura y publicó el libro Pensamiento y pintura, prologado por el dramaturgo Rodolfo Usigli.

La serie de Santa Ana muerta es una incógnita. Por más que evocan la tradición de los ex votos, aquí no hay milagros ni agradecimientos que conmemorar. Contra lo que quiere la tradición hagiográfica, la difunta es siempre muy joven y en el tablero en el que aparece con la cabeza en horizontal, en ortogonal a los otros cuatro rostros de las dolientes, yo le veo rasgos muy parecidos a los de su autor, que parece fundido en ella. Una de estas mujeres, morena como las demás, está representada con ojos intensamente azules, que tal vez indiquen cierta genealogía, detectable en cuanto a rasgos fisonómicos en el retrato que le hizo el pintor nacido en Ohio, Harold Winslow Allen, quien hacia 1940 se entrenaba en la ENBA y llegó a naturalizarse mexicano. Era retratista y escribía semblanzas y poemas.

El apartado sobre El silencio y la tragedia reúne las pinturas en tonos fríos con predominancia en azules, blancos y oscuros pródigos en personajes en actitudes siempre coreográficas. Es seguro que Manuel Rodríguez Lozano se impresionó profundamente con la tabla provenzal del siglo XV, conocida como La Piedad de Villeneuve d’Avignon.

Su Cristo muerto del Holocausto (1944) guarda idéntica postura, sólo que planteada en sentido opuesto. Próximamente será posible observar el enorme mural que efectuó por encargo de su principal mecenas: Francisco Sergio Iturbe en la fastuosa residencia de éste, en la calle de Isabel la Católica.

La red cronológica que ocupa espacio aparte se integra de originales, reproducciones y fotografías.

Desde mi punto de vista fue un acierto incluirla. Tal vez conviene destacar en las cédulas, mediante distinto color o formato, aquellas obras que no son del pintor, por ejemplo, el espléndido retrato de Luis Cardoza y Aragón, obra de Carlos Mérida.