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Ver día anteriorDomingo 31 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Recambio presidencial en Perú
A

lán García terminaba su gestión en estado de gracia. Por fin había podido concluir e inaugurar el tren elevado que empezó en su primer mandato y que había quedado abandonado por más de 15 años. Y para rematar su quinquenio la selección peruana ganó un honroso tercer lugar en la Copa América y él, lleno de gloria, pudo entregar a la nación un remozado Estadio Nacional, pleno de luces, palcos y alta tecnología.

Tal estado de gloria no podía quedar manchado por una rechifla en el Congreso el día en que debía entregar la banda presidencial a Ollanta Humala, nuevo presidente del Perú. Su afilado colmillo político le insinuaba, una y otra vez, que no podía repetirse la pifia de 1999 cuando le impuso la banda presidencial a Alberto Fujimori.

Nadie duda que si la ganadora hubiera sido Keiko Fujimori, él habría ido al Congreso a entregarle la banda presidencial. La pandilla fujimorista le aseguraba impunidad. Y el gobierno de Humala ha declarado una lucha frontal contra la corrupción. Habrá que esperar.

Alán García se va, pero piensa regresar. Su enorme ego se ahorró una posible silbatina, pero cargará a cuestas un gesto de mal gusto y peor talante democrático. También lleva a cuestas los cadáveres de los presos políticos asesinados en las cárceles senderistas durante su primer mandato y las decenas de muertos de indígenas amazónicos a los que masacró en nombre del neoliberalismo depredador, en su segunda administración.

Pero el principal legado de Alán García ha sido un crecimiento económico sin precedente. Y la bonanza económica lo borra todo, perdona cualquier cosa. Los altísimos niveles de violencia e inseguridad cotidiana del Perú de hace unos años han quedado atrás. Al parecer, se confirma la tesis de que con trabajo, oportunidades y crecimiento económico, baja sensiblemente la violencia y la delincuencia.

A diferencia de García Pérez, el novel presidente Ollanta Humala marcó su raya con el fujimorismo. Y lo hizo de manera astuta y polémica, al jurar como presidente y nombrar a la Constitución de 1979. No a la de 1993 que se promulgó durante el gobierno de Fujimori. La jugada le valió la repulsa de la oposición fujimorista, que se rasgó las vestiduras y vociferó a lo largo de todo el discurso.

Acorde con sus planteamientos nacionalistas Humala aumentó el salario mínimo, siguiendo el camino de Lula, y prometió un subsidio a los mayores de 65 años. También definió su política con respecto al precio del gas doméstico, que paradójicamente es más caro que en Chile, un país que compra en el extranjero el energético. Todo el discurso fueron promesas.

Pero estas promesas se basan en una premisa: en 2 mil millones de dólares anuales que piensa recabar con el impuesto a la sobreganancia de las empresas mineras. Los precios del oro, la plata, el cobre y otros metales están por las nubes y las mineras pagan sus impuestos, pero no reparten nada de lo que ganan con los aumentos en los precios de los metales. La medida que ya se aplica en varios países está tomada y las grandes empresas trasnacionales, entre ellas Minera México, que es propietaria de la Southern Corporation, tendrán que pagar más impuestos.

La realidad económica difícilmente puede cambiar. Especialmente cuando el ministro de Economía y el director del Banco Central de Reserva, que provienen de las filas del gobierno anterior, resultan ser un ancla segura para seguir con el mismo modelo. De hecho Humala recoge en su gabinete profesionales con experiencia de los gobiernos anteriores de Paniagua, Toledo y García. Incluso el presidente del Consejo de Ministros, Sebastián Lerner, fue viceministro en tiempos de Morales Bermúdez. Obviamente brillan por su ausencia los funcionarios fujimoristas.

El enfrentamiento directo de Humala con los fujimoristas va a ser una piedra en el zapato durante toda su gestión. La confrontación directa no le conviene, pero ya lanzó el primer golpe y encontró respuesta. Como quiera, las perspectivas de indulto para Alberto Fujimori están cada vez más lejos ya que acaba de recibir otra condena de siete años por la entrega de 15 millones de dólares a su asesor Vladimiro Montesinos, como compensación por los servicios que le prestó durante su gestión. Sólo la muerte del líder podría calmar las aguas y bajarle los humores a sus seguidores.

El país siempre había remado a contracorriente. Cuando pululaban las dictaduras en los años 70, en Perú había un general reformista, el Chino Velasco Alvarado, que lideró un gobierno radical de izquierda, que nacionalizó el petróleo, las minas y la industria pesquera. Realizó una reforma agraria avanzada, una reforma educativa vanguardista y un proyecto de propiedad social. La izquierda peruana, que no veía a su alrededor, calificó al gobierno de dictadura.

Luego, cuando todas las guerrillas latinoamericanas se enmarcaban dentro del marxismo leninismo y muchas de ellas eran derrotadas, en Perú surgió con fuerza Sendero Luminoso, de influencia maoísta y prácticas terroristas. Fueron 15 años de terror y absurdo, que costaron 70 mil vidas.

Y cuando finalmente se instauraban las democracias en todo el continente y los militares regresaban a los cuarteles, a la presidencia del Perú llegó Fujimori, un seudo dictador que se religió tres veces, que cambió la Constitución a su antojo y fue apoyado por la mano siniestra de Montesinos, la complicidad de los militares y el regocijo de la burguesía. Pero fue Sendero y su derrota la que dejó como herencia del país un fujimorismo triunfante y todavía vigente.

Tantas desgracias merecen un granito de esperanza. Por lo pronto el país y la afición se rencuentran con lo que fuera el toque futbolero de Cubillas, la férrea defensa de Chumpitaz, la velocidad de Muñante y la gracia del Patrulla Barbadillo.

Y por fin el Perú se encuentra con la historia, la de una Latinoamérica teñida de una izquierda moderada, salvo bolivariana excepción. El ex coronel Humala se reencuentra con el pasado del Chino Velasco y rescata un proyecto de inclusión social. Pero también se enfrenta al pasado del Chino Fujimori, todavía influyente y conspirador.