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Hugo Gutiérrez Vega
Todo vale de Cole Porter
Nueva York y su región tienen un mes de junio que es, al mismo tiempo, hermoso y cambiante. Hay días de sol deslumbrador y de profundos cielos azules (“blue skies smiling at me, nothing but blue skies do I see”) y, de repente, las nubes venidas del norte ocupan los campos y las poblaciones, y la lluvia cae pertinaz durante horas y horas obligándonos a quedarnos en casa y no salir a la calle donde Nueva York brinda sus siempre nuevas bellezas y miserias. Este junio fue más benévolo y nos permitió ir varias veces a la ciudad (la polis moderna, la Babilonia de siempre) y gozar de una puesta en escena excepcional de la comedia musical Anything goes con música y letras de Cole Porter. Esta comedia se estrenó en 1934 (el año en que este vetusto bazarista llegó al mundo). Su guión original fue escrito por los principales comediográfos musicales de la época, Wodehouse, Bolton, Lindsay y Crouse. El texto de este acertado remake es de Crouse y Weidman. Había muchas razones para escoger este excelente espectáculo del show business de Broadway, y era difícil seleccionar entre las muchas ofertas del verano (tanto del business como del teatro de arte que, afortunadamente ya no sólo funciona en las afueras sino que, a veces, establece sus reales en el capitalista y mercantil Broadway): Roundabout Theatre ofrecía la comedia de Porter y una puesta en escena de La importancia de ser formal, de Wilde, entre otras tentaciones; la Arcadia, de Tom Stoppard seguía su exitosa carrera y The Book of Mormon nos guiñaba un ojo bien apoyado en esas reseñas que el director y los actores leen con ansiedad en las madrugadas de Sardi’s (piensen los lectores de mi edad en la película All about Eve, de Mankiewicz y en el mordizco simbólico que la Davis le da al apio mientras le levanta la ceja al crítico De Witt, interpretado por el impecable, hasta en el disparo con el que puso fin a una vida a la que ya no le veía sentido, George Sanders. Sin embargo, ganaron Anything goes, Cole Porter y el lejanísimo 1934. El título de la comedia musical (puede traducirse al español como Todo vale o Todo se vale, que es un eficiente coloquialismo) es todo un programa de vida que Porter siguió contra viento y marea, comprendido y apoyado por una esposa excepcionalmente generosa y, al mismo tiempo, segura de sí misma y de su papel en su propia vida y en la vida y en la obra de un esposo lleno de talento y de una alegría de vivir interrumpida por un accidente que limitó sus facultades y le causó un dolor constante, que lograba derrotar con su infatigable vocación musical. Su amigo, Monty Wholly, fue uno de los apoyos fundamentales de sus últimos y dolorosos años.
Sutton Foster, alegre y llena de prestancia escénica, encabezó el reparto junto con Joel Grey (recuerden, por favor, al actor diminuto que cantaba “money, money, money” en la inolvidable película Cabaret) que, ya con la edad encima, es un duendecillo mordaz y brincón (hasta donde el cuerpo se lo permite). El show se abre con una de las canciones más bellas e ingeniosas de Porter: “I get a kick Out of You”; “You Are the Top!, “Easy to Love”, “All Trough the Nigth” y “The Gypsy in Me”, son algunas de las canciones de un espectáculo que, gracias a una coreografía interpretada por bailarines excelsos, se aparta de la rutina mercantil del show business y logra algunos momentos de arte verdadero apoyado en la eficacia y la velocidad de las nuevas tecnologías escénicas. En párrafos anteriores afirmaba que hay momentos en que el teatro de búsqueda artística encuentra un lugarcito en medio del estruendo del mercantilizado Broadway. Ahí, en esas calles que preside Times Square, vi hace muchos años La muerte de un viajante, de Miller, el Viaje de una largo día hacia la noche y Una luna para el bastardo (no estoy seguro de que esta sea una buena traducción de la palabra misbegotten) y hace muy poco tiempo un sorprendente Esperando a Godot, de Beckett, que llenó uno de los teatros de la Roundabout por varios meses. Lo que odiaba Miller era el mercantilismo de los empresarios teatrales que repiten fórmulas manidas y sólo se interesan en las ganancias. Le han hecho un gran mal a Broadway. Anything goes se juega su aventura teatral, no intenta presentar novedades, renueva las viejas rutinas y revive la música vitalista y sofisticada del gran Cole Porter.
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