Patrimonios de saliva
Grandeza y drama del toreo auténtico
ice Gabino Palomares en su hermosa denuncia musical La maldición de la Malinche, que en indeleble grabación dejara la filosa voz de Amparo Ochoa: Se nos quedó el maleficio de brindar al extranjero nuestra fe, nuestra cultura, nuestro pan, nuestro dinero. Y les seguimos cambiando oro por cuentas de vidrio y damos nuestras riquezas por sus espejos con brillo
.
Países conquistables desde hace casi medio milenio, los pueblos de Latinoamérica no logran sacudirse engaños ni salvar obstáculos que impiden conocernos para fortalecernos y valorarnos para desarrollarnos, sino que a merced de los listillos de siempre, de dentro y de fuera, continuamos desconocidos y divididos, acomplejados, vulnerables y debilitados incluso para creer en la verdad y en la belleza de nuestros logros y en el extraordinario potencial de nuestra gente.
Televisoras, púlpitos, y políticos variopintos prosiguen su nefasta labor embaucadora, sordos a las lecciones de la historia e insensibles ante una aguda crisis de tiempo para salvar la paz y las circunstancias mejores de nuestras sociedades. Pudiendo motivar y capacitar a la población en torno a un gran proyecto común, los listillos del poder apuestan por el rating, las condenas eternas y la alcahuetería ideológica, mientras se extiende el demencial desperdicio de recursos humanos y naturales.
Ante tanta mezquindad, el sentido y trascendencia del toreo, no su caricatura, adquieren un rango espiritual y racial más una originalidad cultural que, salvo contados periodos, los mexicanos no hemos sabido fortalecer, mientras el resto de los pueblos taurinos latinoamericanos se quedaron en meros bastiones coloniales de España, alarmados, a última hora, por las denuncias y embestidas de propios y extraños. Y es que los patrimonios culturales inmateriales de los pueblos no se improvisan y menos se construyen con postraciones y arbitrariedades clasistas.
El maestro Juan Mora (Plasencia, Cáceres, 4 de octubre de 1963), gravemente herido en la última corrida de la reciente Feria de San Fermín, en Pamplona, quiso repetir la apoteósica tarde de julio del 94 en dicho escenario, cuando desorejó a un Torrestrella, o su memorable triunfo del 2 de octubre de 2010 en la plaza de Las Ventas, pero su torería y su vergüenza fueron insuficientes.
Cuando Mora se recreaba en despacioso lance, un toro de feas hechuras de Núñez del Cuvillo le rompió la bolsa escrotal. Vendado y sangrando continuó la lidia y al rematar una bella tanda de naturales nuevamente fue cogido, recibiendo ahora un cornadón en el muslo derecho que afectó el nervio ciático. No podrá estar este Juan en la reaparición de José Tomás en Valencia, pero ya está como referente de la afición pensante.
Sergio Flores, (Tlaxcala, 17 de abril de 1991) inteligente, y entregado novillero con sonados triunfos en plazas de México y España, al que también le queda muy clara la diferencia entre saber torear y torear bonito, ha realizado en el coso de Las Ventas faenas de enorme peso, pero como allí los jueces tienen instrucciones de no regalar orejas y menos a extranjeros pretenciosos, ha visto cómo en dos ocasiones su admirable desempeño apenas merece salida al tercio o vuelta al ruedo.
Por eso cuando el domingo pasado en dicho escenario, con casi tres cuartos de entrada, salió su segundo, Regalado, astifino con 475 kilos, Sergio buscó el triunfo desde los lances iniciales. Ordenó poco castigo en varas e inició la faena con cuatro estatuarios, un desdén y el de pecho. Dolido y con hambre de gloria, sin haber fijado del todo al encastado novillo de Javier Molina, se lo empezó a pasar en ceñidos y mandones derechazos, pero en el quinto la res se desentendió del engaño, cogió codiciosamente al muchacho y le propinó cinco cornadas, la más grave en el cuello, que por poco le cuesta la vida. Toros que trasmitan sensación de peligro y toreros que demuestren su disposición a burlarlo, es la fórmula.
Cuidado pues no con los toros, sino con los especialistas que ya andan queriendo hacer de Sergio Flores el nuevo mesías
del toreo en México. Se requiere media docena de toreros con arrastre y dispuestos a competir, no otro mandón aturdido por el poder y las ventajas.