stados Unidos está al borde del cese de pagos (que evitará, probablemente, a costa, como siempre, de los demás) y el euro está casi sobre el abismo a causa de la impagable deuda griega de más de 440 mil millones de dólares y de la política fundamentalista de las autoridades financieras de la Unión Europea, que siguen subiendo las tasas de interés preocupadas por la inflación, justo en el momento en que la desocupación asciende continuamente (en España llega ya a 20.7 y a 44.7 por ciento de los jóvenes, y en Italia el desempleo juvenil está por el 30 por ciento). Las barreras que fijaba el Tratado de Maastricht (un máximo de déficit en el presupuesto público anual de 3 por ciento del PIB y un máximo de deuda equivalente a 60 por ciento del mismo) han sido violadas por casi todos los países miembros de la unión monetaria.
La propia Alemania, cuya economía se basa en la exportación, depende en gran medida de lo que suceda con sus socios europeos y también del curso de la economía estadunidense, y está lejos de ponerse a salvo de las tormentas que estallan en sus fronteras o al otro lado del mar. Si el dúo de grandes acreedores y de dirigentes de la política financiera –Alemania y Francia– no sabe qué hacer con la pequeña economía griega, seis veces menor que la italiana, ¿qué harán ante un posible derrumbe del país que Berlusconi lleva a los tumbos, cuyo PIB asciende a 2 billones de dólares –dos millones de millones– y debe 450 mil millones más que ese PIB? Los bomberos francoalemanes aíslan hasta ahora los fuegos en Portugal, Irlanda y Grecia, pero España e Italia podrían requerir en cualquier momento una ayuda in extremis. ¿Serán capaces de responderles?
Las economías nacionales están muy interrelacionadas y ningún país está a salvo de las grandes tormentas monetarias y económicas propias de la crisis más amplia que jamás conoció el sistema capitalista. Causa por eso risa la seguridad con que la presidenta Cristina Fernández afirma que un pequeño país como Argentina está blindado contra la crisis, porque tiene reservas por 51 mil millones de dólares, o sea, menos de la mitad del primer préstamo que fue arrojado al horno griego para sostener los pagos a los bancos franceses y alemanes, acreedores y usureros de Atenas.
China no está en crisis y tiene la posibilidad de desarrollar un inmenso mercado interno a pesar del bajo poder adquisitivo de la inmensa mayoría de los chinos, y es por eso un elemento de estabilidad en el capitalismo mundial. Con todas sus fuerzas sigue sosteniendo a Estados Unidos, cuya economía depende cada vez más de la china, y acumulando reservas en dólares, a pesar de que éstos valen cada vez menos, y comprando bonos del Tesoro estadunidense, a pesar de que están al borde de una gran devaluación. Tiene además buena parte de los bonos de deuda de los principales países europeos (casi un tercio de los italianos, por ejemplo).
Después de la Primera Guerra Mundial, los poseedores de bonos de deuda zaristas los utilizaron como papel para empapelar sus casas. El gobierno de Pekín tiene gran confianza en el capitalismo, trata de promoverlo y sostenerlo a escala mundial, pero es difícil que ignore esa experiencia pasada. ¿Qué pasará si decide salir del juego, comprar oro e inundar el mundo con dólares y bonos del Tesoro de Estados Unidos a precio de saldo, así como organizar un bloque regional euroasiático, con los países menores de la región más India y Rusia, que también están pensando en cómo ponerse a salvo de la inundación que viene desde Occidente?
Los países de África y América Latina, como Argentina, altamente dependientes de las exportaciones a China y Europa, y últimamente de las inversiones chinas, ¿podrán quedarse al margen de esa crisis? ¿Tendrán tiempo para reorganizar sus economías con el propósito de que el desastre los golpee menos, sentando las bases para la soberanía alimentaria de modo de asegurar comestibles a su población, poniendo los fundamentos de un desarrollo científico y tecnológico para ser más independientes, reforzando el mercado interno y las agroindustrias para no ser sólo exportadores de materias primas?
Si el precio del barril de petróleo cae como resultado de la crisis en los países más industrializados (Estados Unidos y los de la Unión Europea), ¿podrán defender simultáneamente el precio de los combustibles que producen y son esenciales para su crecimiento, y desarrollar las bases de un sistema energético no dependiente de los hidrocarburos? ¿Recordará el gobierno argentino, por ejemplo, que durante la última guerra, cuando el carbón de Cardiff no llegó más al puerto de Buenos Aires y se dejó de exportar maíz, los ferrocarriles y las cocinas hogareñas tuvieron que quemar granos?
Si la actual crisis, exacerbada por los banqueros –que para cobrar intereses usurarios a costa de los trabajadores europeos y estadunidenses rebajan continuamente los salarios reales, hipotecan a las familias durante décadas y reducen el poder adquisitivo–, llevase al abandono del euro por parte de Grecia, arrastrando a otros países, ¿no habría una feroz ola de devaluaciones y una brutal competencia entre los países para vender a los demás mientras se les compra menos; una especie de sálvese quien pueda
donde todos perderían? El descalabro del sistema capitalista, ¿conducirá en los próximos años a un largo hundimiento general de los niveles de vida, cultura y civilización, como sucedió con el fin del Imperio romano, o a nuevas convulsiones, como las de los años treinta, anteriores a la Segunda Guerra, con movimientos de masas de protesta, fuertes manifestaciones racistas y xenófobas, y tendencias a escapar de la crisis con la destrucción de una guerra mundial? Todavía hay tiempo para evitar lo peor. Por lo menos, para abrir el paraguas…