Opinión
Ver día anteriorSábado 23 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La unidad de todos tan temida
L

os tres partidos principales han apelado a la unidad como el principio básico para ganar las elecciones y ciertamente para competir en las elecciones del año próximo. No les faltarían ejemplos para señalar lo anterior: los desastrosos resultados electorales para el PRI en 2006, y en 2009 tanto para el PAN como para el PRD. Más aún para muchos priístas las causas de las derrotas electorales se explican por las divisiones y escisiones en su instituto político. Por su lado el PRD prácticamente nació segmentado en corrientes y fracciones. Y el PAN, que como partido venía siendo el más orgánico en términos de reglas de funcionamiento y adhesión doctrinaria;, ha venido acusando disfuncionalidades como partido en el gobierno.

Se podría argumentar que han fallado los mecanismos de resolución de conflictos en cada uno de los tres partidos. Pero, ¿cuáles eran esos mecanismos? En el caso del PRI es claro que el árbitro fundamental era el presidente de la República. Pero esa función la ejercía en condiciones de un sistema de partido hegemónico. Los incentivos para la defección eran bajos puesto que no existían otros partidos competitivos y para los políticos era difícil no asumir la disciplina impuesta por el árbitro supremo so pena de truncar su propia carrera política.

La emergencia de partidos competitivos debilitó las barreras de salida de los disidentes priístas y reforzó como lo hemos visto desde las elecciones de 1997 las posibilidades de alternancias políticas. La pérdida de la Presidencia por parte del PRI en 2000 dejó a ese partido sin su árbitro y han tenido que pasar varias derrotas electorales sin que se haya encontrado otro mecanismo eficaz para canalizar los conflictos internos.

Para el PRD con corrientes internas desde su nacimiento, el papel de árbitro lo jugaron los liderazgos carismáticos primero de Cuauhtémoc Cárdenas y luego de AMLO. Pero desde las penúltimas elecciones de la dirección del partido con el desgaste de los líderes históricos se han recurrido o bien a instancias externas como el tribunal electoral o bien a las cuotas internas; ambos procedimientos catastróficos para el propio funcionamiento de este instituto.

El PAN siendo el más institucional de los partidos resolvía, no sin sobresaltos –como ocurrió en los setentas– los conflictos por medio de sus propios mecanismos estatutarios. Pero desde que ganó la Presidencia en 2000 se enfrentó evidentemente a una situación novedosa: cómo establecer la relación entre un gobierno nacional emanado del PAN y el instituto mismo. Esa relación no ha sido resuelta y ha oscilado desde un PAN actuando como si fuera un partido de oposición frente a su propio gobierno como ocurrió en el sexenio de Fox y un partido que pierde autonomía como parece estar ocurriendo actualmente.

Los tres partidos enfrentan situaciones inéditas hacia 2012. El PRI se enfrenta a la posibilidad de alcanzar por primera vez el poder desde la oposición a través de las elecciones. Ese hecho por sí solo cambiaría radicalmente el contenido de un partido que fue creación del Estado mexicano. Esto mismo es el poderoso incentivo para la unidad priísta y para el papel que empieza a jugar su precandidato más aventajado que sin embargo es juez y parte. El PAN ante la posibilidad de perder las elecciones presidenciales se encuentra ante un árbitro propio –el presidente de la República– relativamente debilitado, y mecanismos internos desgastados. El PRD visto desde el espejo de las elecciones del estado de México enfrenta el hecho ineludible que no basta la aparente unidad desde arriba sin la unidad de abajo con los propios operadores políticos.

Más importante aun: todos enfrentan el reto de atraer a un porcentaje considerable del electorado que o es independiente o es volátil y generalmente crítico de los propios partidos. Es aquí donde el debate programático adquiere una dimensión crucial.