e Martin Feldstein a Stiglitz, pasando por Roubini, lo mejor de la academia y el análisis financiero americano de consuno advierte: no hay recuperación duradera a la vista y el espectro de una nueva gran
recesión no ha dejado de estar a la vista. Por su parte, Europa vive al día con los contagios especulativos alimentados por las tristemente célebres calificadoras, mientras los políticos registran país por país el rechazo de los indignados, jóvenes adultos sobre quienes se ceba el desempleo estructural e involuntario para poner en alto contraste la pérdida de sentido de la representación democrática, para no mencionar el incumplimiento de promesas de apenas ayer, como le sucede hoy al PSOE de Zapatero.
Sabemos que las crisis no llegan para quedarse, pero también que, como lo postulara Keynes, en el largo plazo todos estaremos muertos. Entre esa sabiduría, que ahora parece más una convicción basada en la fe, y ese (re)conocimiento, se inscribe la política, y en nuestros días se pone a prueba la eficacia de la democracia para ser algo más que un ejercicio procesal y ritual.
De aquí la necesidad de que el mundo vuelva los ojos de nuevo a lo que pudiera todavía verse como la gran aportación humana al buen vivir: los compromisos sustanciales con los derechos de libertad y aquellos que se resumen en los derechos sociales, interdependientes como quiere la ONU, e irreversibles como lo estipula el nuevo pensamiento sobre la democracia constitucional del que el filósofo y jurista Luigi Ferrajoli es notable exponente (Véase, Poderes salvajes. La crisis de la democracia constitucional. Mínima Trotta, Madrid, 2011).
Sin embargo sucede que, como lo experimentan con agudeza inaudita Estados Unidos y su presidente Obama, pero también la orgullosa Europa, nuevos y viejos poderes, salvajes
como los llama Ferrajoli a partir de la experiencia de su patria con Berlusconi, o soterrados e hipócritas como los republicanos defensores de la libertad y acérrimos enemigos del Estado benefactor que fundara Roosevelt, han decidido embestir con todo para poner en peligro de extinción todo este vasto edificio de protección social que aún permite hablar de pasos civilizatorios en y a partir de la democracia. Lo que se impone es la necedad vestida de ideología, aunada a la avaricia de los menos, para dar lugar a lo que Stiglitz ha llamado recientemente la crisis ideológica
del capitalismo americano, nacida de la revolución de los ricos de fines del siglo XX pero cada vez más desparramada por el mundo de las elites que gobiernan y que, luego de ser salvadas por la rápida reacción estatal contra la crisis, han puesto en la picota al Estado fiscal que impidiera la catástrofe de una tormenta perfecta global.
Estas son las coordenadas del debate que unas veces como combate frontal y otras como guerra de trincheras, se despliega en el mundo avanzado a lo largo de un verano ardiente que sin solución de continuidad pasará a un otoño caliente y un invierno lleno de frío y hasta de hambre. Así lo anuncian los movimientos de los precios de los alimentos y otros productos básicos y así lo puede precipitar otro cisne negro
proveniente del Medio Oriente, Venezuela o los emiratos.
Más que en peligro, un mundo sin control ni derrotero y, por eso, porque contamina sin contemplación el discurso de la política y la democracia, al borde del desastre. De concretarse algo como esto en los próximos meses, la excepcionalidad latinoamericana, en especial la del cono sur, no podrá mantenerse porque China no podrá desacoplarse, al menos no del todo, de lo que ocurra en el hemisferio occidental.
Recuperar capacidades, que nunca han sido robustas, para hacer desde el Estado política económica y para el desarrollo, sigue siendo la consigna que modula el orden del día de las democracias, así como de las formaciones sociales en las que éste apenas se asoma, pero donde se busca sistemáticamente erigir arquitecturas desarrollistas vigorosas y redistributivas, como ocurre en buena parte de Asia. Tal debería ser la convocatoria central del mundo emergente, en especial de América Latina, en vez de regodearse con ganancias foráneas que suelen ser efímeras
Desde el extremo centro en que el gobierno ha decidido instalar a nuestro empobrecido país no hay temores inmediatos, porque la nave va
, según nos tranquiliza el gobernador del Banco de México. Adónde, no lo saben ni él ni, al parecer, los comandos del poder políticos y los negocios. Sin empleo protegido ni ingresos que sustenten una vida digna en la medianía juarista, las condiciones mínimas necesarias, sine qua non –nos enseña Ferrajoli– para el funcionamiento democrático no se cumplen. Llegue o no la fecha mágica del 2012.
No sólo de pan vive el hombre… pero cuando éste falta, la televisión y sus majaderas imaginerías sirve de bien poco. No, desde luego, para confirmar que la libertad de expresión se defiende comprando espots, o vendiendo entrevistas a modo.
Más que en el centro podríamos ser los habitantes de un hoyo… negro.