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Carencias rurales en Oaxaca
Héctor Iturribarría La elevada dispersión demográfica en Oaxaca ha sido una de las principales dificultades para proveer los bienes y servicios básicos que mejoren el bienestar de la población, y para construir la infraestructura que una los mercados regionales y locales e impulse el desarrollo económico. De casi diez mil 500 localidades que existen en el estado, 77 por ciento tienen menos de 250 habitantes y 60 por ciento menos de cien. Tal dispersión y las condiciones geográficas montañosas del estado representan un gran reto para todo gobierno, ya que encarecen el llevar infraestructura social básica y económica a las comunidades, particularmente las rurales. Por estas circunstancias, 60 por ciento de las cabeceras municipales de Oaxaca no están conectadas a la red carretera pavimentada. Asimismo, 30 por ciento de las viviendas no cuenta con agua entubada, cinco por ciento no tiene servicio de energía eléctrica y a 28 por ciento le falta drenaje (a escala nacional los porcentajes de estas carencias son 8.5, 2.2 y 9.7, respectivamente). De allí que Oax aca sea uno de los tres estados más pobres. Los grados de alta y muy alta marginación predominan en 463 municipios de los 570 del estado. Resaltan algunos indicadores: 38 por ciento de la población está en condiciones de pobreza alimentaria; el analfabetismo afecta a 16 por ciento y la tasa de mortalidad infantil es del 19 por ciento. A escala nacional estos tres datos son muy inferiores, de 18, 6.9 y 15 por ciento, en ese orden. La emigración internacional también es reflejo de la ausencia de oportunidades; de cada mil personas, 16 se van a Estados Unidos. El 80 por ciento del territorio oaxaqueño, de 9.3 millones de hectáreas, es ejidal y comunal, pero sólo 40 por ciento está regularizado, lo cual desincentiva las inversiones y es fuente de confrontación social: 194 municipios (38 por ciento del total) presentan conflictos agrarios. La complejidad de Oaxaca se acentúa al tener 418 municipios (73 por ciento) que se rigen por usos y costumbres. Además, sólo cuatro por ciento de los presidentes municipales refiere tener una escolaridad de nivel superior. El escaso desarrollo económico de Oaxaca está asociado a sus reducidos niveles de inversión pública y privada. Según la Secretaría de Economía, Oaxaca es uno de los estados que capta menor Inversión Extranjera Directa; ocupa el lugar 31 entre las entidades del país (en la primera posición está el Distrito Federal y Chiapas en la última). Las tendencias observadas en el mercado de trabajo expresan un importante deterioro en las condiciones de vida de la población. La Tasa de Condiciones Críticas de Ocupación muestra que 263 mil 482 oaxaqueños laboran menos de 35 horas a la semana por razones ajenas a su voluntad, o laboran más de 35 horas semanales pero reciben menos de un salario mínimo al mes, o laboran más de 48 horas semanales ganando entre uno y dos salarios mínimos. Dadas estas circunstancias, no se ha logrado establecer condiciones para un crecimiento sostenido asociado a niveles de competitividad altos. Los principales indicadores de competitividad, tanto nacionales como internacionales, ubican a Oaxaca en las últimas posiciones. Estrategias para el desarrollo rural. Los rezagos socioeconómicos contrastan con el potencial natural y económico de las diversas regiones de Oaxaca. Esta es la entidad con mayor diversidad biológica del país y posee una gran variedad de ecosistemas debido a su accidentada orografía. Hay una vocación predominantemente forestal en 37.3 por ciento del territorio estatal, y la vocación agrícola está en el 17.3 por ciento. Pero una limitante de las zonas rurales es que la mayor parte de las actividades agrícolas se realiza en áreas de temporal; sólo 10.4 por ciento es de áreas de riego. Dada esta situación, el gobierno de Oaxaca, vía el Subcomité de Desarrollo Microrregional, ha propuesto una Estrategia de Desarrollo Microregional, con el objetivo de elevar los niveles de bienestar de la población, particularmente de aquella con mayores rezagos sociales, por medio del impulso a procesos sustentables de desarrollo microrregional que, entre otras cosas, favorezcan la conciliación agraria. Con base en indicadores de marginación municipal y de desarrollo humano municipal, se definió una lista de 172 municipios, que concentran 23 por ciento de la población total del estado en 2010, con las siguientes características: el 85 por ciento son de usos y costumbres, el 77 por ciento del total de sus tres mil 621 localidades tienen menos de 250 habitantes y el 75 por ciento de su población es hablante de lengua indígena. Estos municipios participan con el 68 por ciento de todas las localidades del estado que presentan un grado de muy alta marginación. Una de las estrategias propuestas es el Programa de Desarrollo Regional y Clústers Competitivos para aumentar la competitividad del territorio por medio de la articulación de redes de empresas, instituciones y actores locales. Los clústers estratégicos de Oaxaca propuestos son: ecoturismo, agroalimentario (piña, banana y mango), minería, acuacultura, artesanía, forestal-madera, industria (maquiladora y eólica), mezcal y agroindustrial (azúcar, café, hule). Se busca orientar estratégicamente las inversiones para reducir o eliminar las ineficiencias de las cadenas productivas. Asimismo, se ha planteado el Sistema Inteligente de Acopio y Distribución de Alimentos como un esfuerzo sin precedentes por modernizar la red logística de abasto de alimentos a fin de reducir las mermas y generar mayores beneficios a todos los que intervienen en la cadena de valor. El gobierno de Oaxaca trabaja también sobre una lista de proyectos de infraestructura transversales, para impulsar el desarrollo agrícola, turístico, energético y carretero, al elevar la conectividad de los mercados regionales y locales, impulsar la competitividad de los productos y mejorar los niveles de empleo, ingreso y bienestar de las zonas rurales. Jefe de la Oficina de la Gubernatura de Oaxaca y miembro del GDR Oaxaca
Reconstrucción institucional: Gustavo Gordillo En los 25 años recientes se ha incurrido en tres errores en las decisiones sobre el campo mexicano. • Buscar resolver los problemas estructurales del sector rural –competitividad y reducción de la pobreza y de las desigualdades– desde el propio sector rural, lo cual es una reacción a las políticas previas que consideraban lo rural siempre como accesorio en el desarrollo y en el diseño de políticas públicas. Se ha descuidado la interacción entre lo intrasectorial, lo intersectorial y lo territorial. • Confundir el espacio público con el gubernamental, lo cual debilita a ambos. Esta confusión ha conducido a la dispersión, la descoordinación y la discontinuidad, con un consecuente dispendio de recursos económicos, que no llegan a sus verdaderos destinatarios porque se extravían en medio de innumerables instancias administrativas. • Ausencia de continuidad en la construcción de consensos, al no sostener a lo largo del tiempo un esfuerzo sistemático tendiente a fortalecer el apoyo a las reformas iniciadas que incluyera como ingrediente importante la capacidad para rectificar políticas, modificar instrumentos y matizar el ritmo de cambio. Para que sean duraderos, los cambios institucionales requieren un amplio proceso de consensos. Cambios en el “subsuelo” rural: • La población rural decrece. La población rural ha tenido una tasa de crecimiento por abajo del promedio nacional: de 1.21 promedio anual de 1970 a 1980, 0.33 por ciento de 1980 a 1990, 0.60 de 1990 a 2000 y menos 0.32 promedio anual de 2000 a 2005. Por tanto, la población rural varió de 19.9 millones de personas en 1970 a 23.3 millones en 1990, y 24.7 millones en 2000, y se redujo a 24.2 millones en 2005. La población rural bajó como proporción de la población total de 41.3 por ciento en 1970 a 25.4 en 2000 y 23.5 por ciento en 2005. • El producto decreciente, empleo agrícola en declive, e ingresos no agrícolas y transferencias cruciales en los hogares rurales. El crecimiento del sector agropecuario en los 80s fue muy lento (1.9 por ciento en promedio), y representó el 5.7 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) total. En los 90s se acentuó el estancamiento del PIB agrícola: entre 1990 y 1995 el sector creció anualmente 1.1 por ciento y de 1995 a 2000 sólo 0.5 por ciento, llegando a ser menos de un veinteavo del producto total (4.7 por ciento). Pero entre 2001 y 2003, mientras el PIB total se estancó, el PIB agrícola creció 3.5 y 3.1 por ciento respectivamente. Si tomamos el periodo 1980-2007 el PIB agrícola creció a una tasa anual de 1.6 por ciento mientras que el PIB total lo hizo al 2.7 por ciento, de suerte que la aportación del sector al PIB total disminuyó del siete al 5.4 por ciento. En la década pasada hubo una dramática transformación de las fuentes de ingreso para el hogar rural promedio. El ingreso no salarial asociado a producción agrícola se desplomó de 28.7 a 9.1 por ciento como proporción del ingreso total de los hogares entre 1992 y 2004, mientras que el ingreso total por unidad de producción agrícola (salarial y no salarial) pasó de casi 38 por ciento a sólo 17 por ciento del ingreso total de los hogares. Los pobres extremos en el sector rural participan más en actividades agrícolas, pero también obtienen una proporción relativamente baja de su ingreso del sector. El quintil más pobre incorpora a más de la mitad de los trabajadores agrícolas y al 60 por ciento de los hogares; el decil más pobre integra a trabajadores agrícolas, aunque sólo el 26.6 por ciento de esos hogares reporta ingreso independiente asociado a producción agrícola. Además, el 30 por ciento más pobre de los hogares obtiene en promedio menos de una tercera parte de su ingreso de actividades agrícolas. • Feminización y envejecimiento. En el censo de 2010 los hogares con jefatura femenina crecieron de 20.6 por ciento en 2000 a 24.6 en 2010. Al comparar los censos ejidales entre 1991 y 2007 la feminización en el campo se expresa con un millón 165 de nuevas titulares de tierra ejidal. Las mujeres tienden a constituir un eje decisivo en el impulso y la coordinación de actividades productivas en el medio rural. Ello se debe en gran parte a la migración internacional. La población rural mexicana es hoy más vieja, en promedio, que en los 70s. La edad promedio de los ejidatarios y comuneros es de 55.5 años y los propietarios privados registran 54.9 años. Construyendo puentes y enfrentando dilemas. El punto de partida en una visión de largo plazo consiste en articular los diversos circuitos que hoy fragmentan al campo y separan a sus actores: • Tierra y trabajo, que deben encontrarse en proyectos productivos que capitalicen la tierra y generen ocupación permanente a quienes han tenido que emigrar largas distancias para encontrar si acaso ocupación temporal. • La materia prima y su transformación, hoy separadas por distancias geográficas, suspicacias que vienen de lejos y regímenes propiedad diferentes. Es indispensable que se reúnan por medio de modelos flexibles. • Producción y ganancia, separadas por barreras de intermediación y que necesitan articularse para capitalizar sobre todo al pequeño productor. • La demanda local y regional, que frecuentemente quedan al margen de los proyectos de desarrollo públicos y privados, pero que constituyen un sustento indispensable para romper la parálisis en el crecimiento económico. • El trabajador rural y el poseedor de la tierra, hoy divorciados por canales que no sólo los separan sino que a veces los enfrentan. • Los recursos naturales y su explotación racional y sustentable, basamento material para cualquier desarrollo futuro en el campo y en la ciudad. Y finalmente los dilemas que enfrentamos como país para asegurar el acceso permanente a alimentos de alto valor nutritivo para todos los mexicanos en medio de un contexto internacional de enorme desarreglo económico y de alta volatilidad en los precios de alimentos básicos. Un elemento central en el esbozo de nuevos arreglos institucionales es el énfasis en la participación ciudadana y en programas orientados por la demanda. Un incrementado ejercicio de la democracia local, y la legitimidad para una pluralidad de actores sociales y económicos, han generado expectativas y demandas que prefiguran un espacio público no ligado directamente al funcionamiento del gobierno pero sí decisivo para la gobernabilidad democrática centrada en la construcción de consensos y en la formación de alianzas sociales. El piso político de estos acuerdos estaría constituido por tres componentes: un enfoque territorial que permita cristalizar coaliciones locales y regionales; una adecuada combinación de incentivos productivos y apoyos directos para el combate a la pobreza que aseguren mayor equidad en los impactos de las reformas sobre la gente; y un proceso de ensanchamiento de la soberanía popular por medio de mecanismos directos, efectivos y reales de participación ciudadana en la implantación de las políticas y programas rurales. Empero, la piedra angular de ese piso político sería una reforma presupuestaria que en el ámbito del gasto público agropecuario parta de una revisión profunda de todos sus rubros en el horizonte de un ejercicio de presupuesto base cero. Y debería seguirse impulsando el propósito de un presupuesto multianual para el desarrollo rural, para garantizar continuidad y certeza de las políticas públicas hacia el campo. Es necesario partir de la familia rural como unidad de análisis y punto de convergencia de las políticas públicas. Así, debería avanzarse hacia una política de ingresos rurales, cuya continuidad sea garantizada por la ley, que sea periódicamente revisable y que termine formando parte de derechos sociales exigibles y establecidos constitucionalmente. Tal política podría convertirse en el núcleo central de este programa mínimo. Un subsidio verde –desvinculado de la producción agrícola, enfocado en fortalecer los ingresos rurales e interesado en fomentar un desarrollo sustentable– pudiera ser la base para diferentes intervenciones, tomando en cuenta las características de los productores y sus estrategias productivas y los desequilibrios regionales. El propósito de esta política de ingresos sería favorecer la pluriactividad rural y también las reconversiones a nivel de parcela y de comunidad, sobre todo si están fuertemente vinculadas a generar valor vía servicios ambientales. Otros componentes necesarios de este sistema de apoyo serían: • Un sistema de financiamiento rural que movilice el ahorro, en el contexto de la economía familiar campesina. • La política de infraestructura debiera enfocarse a aumentar considerablemente la infraestructura productiva pequeña (riego y conservación de acuíferos y suelos) y la infraestructura comercial. • Avanzar en la expansión de fondos concursables para financiar la transferencia de tecnología y la capacitación de los recursos humanos. • La feminización del campo y la necesidad de atraer jóvenes para la realización de actividades productivas en el ámbito rural exige trascender la idea de pequeños programas marginales orientados a estos sectores. Se necesita colocar en el centro del diseño de las políticas públicas a mujeres y jóvenes. El acceso de las mujeres a dos activos centrales: tierra (particularmente en el sector ejidal) y crédito significaría una enorme transformación en el sentido de impulsar un nuevo espacio para las mujeres en las actividades productivas rurales. En el caso de los jóvenes sería indispensable retomar el programa impulsado por el Banco Mundial y la Secretaría de la Reforma Agraria en el sexenio anterior que buscaban ligar la generación de negocios y emprendimientos productivos dirigidos por jóvenes y el rejuvenecimiento de los portadores de derechos ejidales. Ex subsecretario de Agricultura y de Reforma Agraria y ex representante regional de la FAO para América Latina y el Caribe (1997- 2005). Miembro del GDR México. |