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Periódico La Jornada
Sábado 16 de julio de 2011, p. a16

La voz se mueve como el cuerpo. Si la mano izquierda ondea es porque eso suena. Si el antebrazo repta por los túneles del aire, tríceps intersectan meandros de arcoiris, muslos baten sus temblores como trinos de aves y el pecho emerge enhiesto rumbo al sol, es porque todo eso forma una sinfonía que ya no sale de garganta alguna sino que es el alma la que está ahora en plena ebullición. Sonando.

El misterio de esta epifanía tiene nombre y apellido: Meredith Monk, compositora, cantante, bailarina, coreógrafa, cineasta. Pensadora de sonidos.

Nació en Nueva York, el 20 de noviembre de 1942, descendiente de músicos. Abuelo violinista que emigró de Rusia y de alguno de los óleos monumentales de Chagall, madre cantante que desarrolló carrera fundacional en las estaciones de radio, donde la niña Meredith merodeaba, curiosa, bailoteando con cierta dificultad motriz.

El ojo izquierdo de la niña estaba fijo, hasta que un médico descubrió que tal peculiaridad impelía a Meredith a rangos diferentes en su percepción en segunda y tercera dimensiones y en la amplitud horizontal derecha-izquierda.

La madre cantante inscribió a su hija en una escuela de enseñanza musical mediante el cuerpo. Así, Meredith aprendió a cantar al mismo tiempo que a decantar su cuerpo. Fue una revelación, la primera de una serie que no termina.

La música permite a mi cuerpo funcionar, supo.

Por eso la voz se mueve como el cuerpo de Meredith Monk. Por eso danza y canta al mismo tiempo. Es la razón por la cual si su pierna izquierda se levanta, un sonido de niña aparece desde el fondo de su pecho mientras su brazo derecho toca su tobillo y el hemisferio cerebral correspondiente emite vibraciones que ondulan, levitan, alzan vuelo.

Sin estas consideraciones, Meredith Monk sería escuchada como una virtuosa de la voz, emisora de sonidos insospechados, habilitadora de músicas insólitas.

Su discografía es un laberinto que encuentra siempre caminos, rutas y salidas luminosas.

La llegada a México de su nueva grabación es una fiesta: Songs of Ascension, bajo el sello ECM, que es emblema y garantía de música exquisita, infalible.

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La práctica budista que da plenitud a su existencia dota también de temas, contenidos y sustancia a sus producciones artísticas. Es el caso de Songs of Ascension, a partir de una idea propuesta por su amigo, el poeta Norman Fischer, también budista.

Fischer pescó (jeje, por fisher) en el aire poemas de Paul Celan: Songs of Ascent y propuso a su amiga Meredith entablar vuelo a partir del tema de la ascensión. El origen se remonta más lejos: las canciones de ascenso son originalmente 15 salmos que cantan, cantilan y ventilan comunidades en peregrinaje.

Si de por sí la obra entera de Meredith está llena de metáforas, esencias y poesía, la mera idea del ascenso fascinó a esta esbelta dama. Como no existen las casualidades, surge aquí un referente inevitable: The lark ascending (La alondra en ascenso), obra maestra del compositor inglés Ralph Vaughan Williams a partir del poema de 122 versos de George Meredith.

La dama Meredith Monk emite notas como lo hacen las aves, en tanto ascienden. Este disco es su aventura más intrincada, pues incluye instrumentos musicales además de los que siempre ha usado: los vocales. Un cuarteto de cuerdas atraviesa todo el disco, e intervienen también un clarinete bajo y otros alientos, además de percusiones. Y dos coros mixtos.

El estreno de esta obra fue, como suelen ser los conciertos de Meredith, una apoteosis de intensidad. Un performance. El escenario parece de sueño: una torre con dos escaleras ascendentes en espiral que sólo se tocan en la cúspide y en el fondo hay agua. Los músicos llegan al sitio en peregrinaje y se mueven en las escaleras ascendentes.

Canto de ballenas, canto de aves, canto en armónico. El genio de Meredith Monk se despliega en espiral. Conduce el arte de detener, suspender el tiempo, ponerlo entre el cuenco de sus manos, y en ese instante desaparece el otro vector: el espacio. Ya no hay más que el aquí y ahora.

Es entonces cuando suena la música más pura: el silencio.

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