l empleo de genes en el tratamiento de las enfermedades representa uno de las mayores retos actuales para la ciencia y la medicina. Es un territorio lleno de esperanza, pues su empleo futuro permitiría enfrentar padecimientos que hasta ahora son incurables, como la hemofilia, la diabetes o el cáncer y muchos otros. Al mismo tiempo, es un desafío, una prueba mayúscula, de la que podrían salir fortalecidos –o bien derrumbarse– algunos de los supuestos básicos de la genética.
Los genes son considerados las unidades básicas de la herencia. Son pequeños fragmentos de la molécula del ácido desoxirribonucleico (ADN) –que se encuentra en los cromosomas– y tienen la capacidad de formar proteínas, las cuales permiten el desarrollo de los diferentes órganos y tejidos, así como la expresión de sus funciones. Un error o un cambio en la estructura de un gen (mutación) puede conducir a la formación de una proteína incorrecta y, por tanto, a desórdenes en el desarrollo y a funciones anómalas.
Por ejemplo, la correcta coagulación de la sangre requiere de dos proteínas, llamadas factores de coagulación VIII y XIX, que se forman por las instrucciones de dos genes (F8 y F9, respectivamente). Las mutaciones en alguno de ellos provocan la formación de factores de coagulación anormales y, en consecuencia, se produce la hemofilia, condición en la que se presentan sangrados abundantes que pueden provocar la muerte.
La terapia génica consiste en la corrección de la función de los genes anormales mediante su modificación, o por la introducción de nuevos genes, que es la técnica más empleada. En la actualidad se han descrito más de 4 mil enfermedades asociadas a mutaciones genéticas, en su mayor parte heredadas. Sin embargo, esta nueva estrategia no se limita a las enfermedades hereditarias, sino se extiende a patologías adquiridas, como el cáncer o el VIH-sida.
El nacimiento de la terapia génica es reciente (finales del siglo XX), y sus primeros pasos no estuvieron exentos de sobresaltos. Un caso que tuvo gran repercusión fue la muerte de un joven de 18 años, Jesse Gelsinger, ocurrida en 1999, durante unas pruebas clínicas realizadas en la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos. Esto llevó a detener el ritmo de los ensayos de la nueva técnica, e incluso a replantear su pertinencia.
Para la introducción de genes sanos
en regiones específicas del organismo, se requiere de vehículos que los contengan y los liberen en los órganos en los que habrán de sustituir a los genes anormales (a estos vehículos les se denomina vectores). Desde el principio se ha utilizado a los virus como vectores. Uno de los riesgos es que el vector viral provoque el rechazo del organismo, a través del sistema inmunológico (como ocurre, por ejemplo, en los trasplantes de corazón). De hecho, la muerte de Gelsinger probablemente fue el resultado de una respuesta inmune masiva.
De ahí que entre las principales líneas de investigación en la terapia génica se encuentre el estudio y diseño de vectores (sean o no virales) que permitan garantizar la seguridad en las pruebas clínicas. Aquí quiero hacer un alto para señalar que si bien la respuesta inmune podría entenderse como un efecto indeseable en la terapia génica, se ha convertido, paradójicamente, en un arma muy importante en esta tecnología. En el tratamiento del cáncer, por ejemplo, se utilizan los genes de los tumores cancerosos (oncogenes) para introducirlos en el sistema inmunológico, lo que provoca un rechazo que detiene el crecimiento del tumor y lo destruye. Hay resultados muy alentadores dentro esta estrategia en algunos tipos de cáncer.
Es muy importante aclarar que en la actualidad la terapia génica no es utilizada para el tratamiento de enfermedades de manera amplia, sino que se encuentra en etapa experimental. Pero el dato importante es que después de un periodo de letargo las pruebas clínicas han tomado en el siglo XXI un ritmo vertiginoso, y se puede anticipar que será en esta década cuando serán aprobados los primeros tratamientos con esta tecnología a nivel general. Las pruebas clínicas para demostrar la seguridad y efectividad de cualquier tratamiento médico llevan varios años y se dividen en tres fases. Actualmente se realizan en el mundo cerca de 2 mil ensayos clínicos con la terapia génica. Algunos ejemplos:
En el empleo de la terapia génica para el tratamiento de la enfermedad de Parkinson, están concluyendo las pruebas clínicas correspondientes a la fase II. En el caso de los cánceres de cabeza y cuello, próstata y páncreas se encuentran en la última etapa (fase III) y actualmente se realizan protocolos para diversos tipos de tumores malignos en las fases I y II. Por los resultados alentadores en diferentes estudios, están por iniciarse los ensayos clínicos para el tratamiento de algunas patologías genéticas (como la ceguera congénita, la inmunodeficiencia severa combinada, la hemofilia, el desorden crónico granulomatoso y la distrofia muscular); lo mismo ocurre en el caso de algunos padecimientos neurodegenerativos, además del Parkinson (como la enfermedad de Hungtington), o virales (hepatitis, influenza y VIH).
En síntesis, nos encontramos en un momento decisivo en la historia de la ciencia y de la medicina, pues estamos a punto de cruzar el umbral de la terapia génica.