entada en el palco del estadio de Butare (Ruanda), Pauline aplaude y entusiasma a los soldados. Pero todo cambia cuando, decepcionada, toma el micrófono para ordenar con su característica voz, feroz y ansiosa: ¡Viólenlas. Viólenlas a todas!
En abril de 1994, en el corazón del continente africano, el genocidio en Ruanda, donde murieron casi un millón de personas en cuatro meses, concibió su peor gesto.
La población de Ruanda se dividía en dos grupos. Los tutsis, altos, elegantes y de complexión fina, tenían derecho a todos los puestos de gobierno por un decreto absurdo del gobierno colonial de Bélgica. Y los hutus, chaparros y de piel oscura, eran destinados a la servidumbre y a las labores manuales.
Con este racismo como base, Pauline Nyiramasuhuko era de las pocas mujeres en una posición de poder. En 1992 fue nombrada secretaria del Ministerio de la Familia y la Mujer. Era la única hutu en una posición de poder. Cuando el brazo armado de los hutus, el Interamhawe, llegó al poder, el 9 de abril, su primera y única instrucción fue aniquilar a los tutsis. Vecinos se armaron contra vecinos; amigos descuartizaron a amigos; niños quemaron a sus compañeros de escuela. Pero en un lugar se desarrollaba lo inimaginable. En la provincia natal de Pauline, los ciudadanos tutsis resistían valientemente los embates de los sanguinarios soldados hutus.
Pauline llegó a su lugar de nacimiento, Butare, en las últimas semanas de abril. La provincia celebró su regreso. Mientras se ovacionaba a la mujer, algunos tutsis sacrificaron las horas de festejo para vigilar las entradas a la ciudad en caso de que los hutus atentaran contra la señora Nyiramasuhuko. En una posición de gran credibilidad, Pauline aseveró ante la gente que la ayuda estaba cerca. En el estadio de futbol, dijo, la Cruz Roja había centrado sus bases y la gente podía obtener medicamentos, alimentos, refugio y posiblemente una salida del país. El pueblo estalló de alivio. El 25 de abril, los habitantes de Butare caminaron al estadio con una gran sonrisa, pero en vez de encontrar comida y refugio tropezaron con los machetes del Interamhawe.
De la carismática boca de Pauline, de la que anteriormente salían palabras alentadoras en favor de los derechos de la mujer, se escaparon órdenes de no matar a ninguna mujer sin primero violarla. Pero los soldados hutus, quienes caminaban con brazos largos y pesados por descuartizar a personas todo el día, ya no tenían fuerzas para violar. Bajo las órdenes de Pauline, los soldados penetraban a las mujeres con bayonetas, rifles, machetes y tallos de plataneros. Harta por la flojera de los soldados, Pauline propuso que quien violara a una mujer recibiría una recompensa.
Después de esta masacre, Pauline viajó a un campamento militar hutu donde 70 mujeres yacían amontonadas y olvidadas en una celda. Ordenó violarlas antes de bañarlas en gasolina y quemarlas. En este nefasto día, Pauline escogió a tres mujeres para que su hijo abusara de ellas. El destino del trío desafortunado no sería la muerte. Ellas, decidió Pauline, rondarían entre los mortales con la semilla del odio en su vientre y guardarían en su memoria el gran poderío de los hutus.
Ayer, Pauline Nyiramasuhuko, se sentó ante al Tribunal Penal Internacional para Ruanda, con sede en Tanzania. La sentencia: Pauline es la primera mujer en la historia en ser encontrada culpable de genocidio. Fue sentenciada a cadena perpetua en prisión. Lamentablemente nunca se sabrá la opinión de los muertos.