l espectáculo de la semana pasada mostró descarnadamente el carácter de lo que se sigue llamando democracia. Propicia un despertar.
Políticos y analistas han formulado las denuncias habituales sobre fallas del proceso y han destacado el nivel de abstencionismo. En el estado de México, que concentra la atención general, menos de la tercera parte de los electores registrados habrían dado la victoria abrumadora
, de tres a uno, al candidato del PRI.
Lo sorprendente es que alguien se sorprenda aún de la situación. En pocos lugares se tiene el cochinero que sabe operar el PRI, pero en todos se reconocen cada vez más los vicios del proceso electoral. En vez de auténtico juego democrático predomina circo mediático, dinero sucio, intimidación, compra de votos, tráfico de credenciales, uso ilegal de recursos públicos y otras lindezas. Tras las elecciones el escenario es aún peor: los funcionarios actúan al margen o contra la voluntad general, al servicio de grupos de interés generalmente asociados con el capital.
El desencanto que todo esto produce en los votantes se manifiesta ante todo en abstención. Un grafito de la Plaza del Sol, en Madrid, subraya por qué: Mis sueños no caben en tus urnas
. Resulta ya normal que sean las minorías, no las mayorías, quienes elijan a los funcionarios. Pocas veces se llega a los niveles en que sólo uno de cada 10 electores vote, como ocurrió al elegir al presidente municipal de Oaxaca tras el fraude que instaló a Ulises Ruiz en 2004. Pero hace décadas los estadunidenses eligen a sus presidentes con porcentajes de votación muy semejantes a los del estado de México, que empiezan a convertirse en norma. Nadie debe llamarse a engaño por tal situación. El modelo democrático ha sido siempre elitista: mantiene en el poder a minorías autoelegidas y autocomplacientes. Quienes resistían el sufragio universal, por temor a la tiranía de las mayorías
, hoy lo defienden con pasión: partidos y medios impiden un auténtico gobierno ciudadano. En un régimen democrático
, es siempre una minoría del pueblo y casi siempre una minoría de los electores quien decide qué partido ejercerá el gobierno. Unos cuantos (a veces una sola persona) deciden quiénes representan a los partidos y los manejan. Una minoría exigua promulga las leyes. Otra, aún más pequeña, toma las decisiones importantes.
Lo ocurrido la semana pasada repercutió en el nivel del debate político en México. Las declaraciones del señor Yunes y la señora Gordillo indican muy claramente que, como dijo Arundathi Roy en situación similar, la mierda ya llegó al ventilador. Durante los próximos meses se presentarán como revelación porquerías que todos conocemos y arreglos en lo oscurito disimularán la recomposición mafiosa de las clases políticas para asegurar su impunidad.
Hace poco más de un mes, en el mitin del 5 de junio en que culminó la gira Salvemos a México
(sic), Andrés Manuel lópez Obrador señaló: Que nadie diga que no se sabe hacia dónde vamos. En el estado de México se está viviendo el primer episodio de la historia que tendrá su momento definitorio en julio de 2012.
Ante el desastre de la semana pasada advirtió que, a pesar de todo, volverían a ganar el año próximo.
En el PRI, dedicado a anticipar vísperas; en los restos del PAN y el PRD, concentrados en lamer sus heridas; en AMLO, sacando afanosamente fuerzas de flaqueza; en el gobierno federal, que multiplica guerras; no hay, en las clases políticas, quien se atreva a reconocer su propia situación y su responsabilidad en el desastre nacional. Menos aún quieren reconocer la magnitud de éste.
Pero el desastre está ahí. Se trata de una auténtica emergencia. Las de 2012 no sólo serían las elecciones de la ignominia, como dice Javier Sicilia. Si llega a haberlas, lo que está cada vez más en duda, serían un ejercicio desnudo de poder arbitrario en medio de enorme violencia.
No debemos permitir que nos distraiga el espectáculo obsceno que están ofreciendo las clases políticas. Tenemos otras tareas, de urgencia creciente. No es exageración decir que necesitamos luchar por la supervivencia, pero no para salvar lo que queda de la democracia representativa, convertida ya en patética trampa engañabobos. Se trata de invocar el artículo 39 de la Constitución, que nos autoriza a alterar o modificar en cualquier momento la forma de nuestro gobierno, para implantar la democracia real, como quieren en España, la directa, como exigen en Grecia, la radical, que aquí se empieza practicar, por ejemplo entre los zapatistas; o sea, se trata de crear un régimen de gobierno en que la gente tenga realmente voz y mando.